Bueno, parece ser que tenemos una inquietud acerca del tema
de la plática de ayer… ¿sí?
-¿Cómo entiende la explicación que hace Ian Stevenson sobre
la memoria de la vida pasada como anormal, mientras que el olvido resulta ser
la normal?
-Me parece sumamente plausible.
Justamente es lo que decíamos: el avance espiritual de un alma se mide en la
consecuencia de irse esparciendo…hasta desaparecer. Se dice, desde este punto
de vista que la vida no realizada, la cortada de tajo, suele reencarnar conservando
lo más de su personalidad, es decir, con retazos de considerable tamaño de
consciencia viva de una vida anterior. La memoria de la vida pasada, es una
especie de fantasma encarnado. Tiene sentido. Incluso es ubicado en las
condiciones parecidas de su vida anterior…a fin de que el Atman del que forma
parte, pueda avanzar desde el mismo lugar en donde ser perdió su primer
aliento, por decirlo de alguna forma.
Esta conservación lo más posible
apegada a lo que fue la persona de una vida anterior, precisamente prueba, o
intenta probar desde el punto de vista científico, que lo normal es la total
amnesia de nuestra vida pasada, pues la memoria ha sido desperdigada en otros
elementos del fluido total que es la energía entrópica del cosmos. Ya sea en
los sueños, o bajo hipnosis, se puede acceder a esos elementos particulares de
un Atman particular (aunque esto es un pleonasmo porque el Atman, es
precisamente un alma, y toda alma es personalísima), pero únicamente de manera
general y esparcida. Al morir, entramos a un río de recuerdos y sueños de
patrimonio común: nos vertemos en el océano de lo total y ahí somos sujetos de
los sueños y recuerdos todos del hombre. Se entiende que al nacer de “nuevo”,
poseamos ya rasgos de esa colectividad, habiendo suprimido un poco más del
“yo”. Las almas egoístas aún no han conocido el fenómeno de la esparción sino
muy poco. Un alma egoísta persevera en su “yo”, y poco se ha disuelto en la
totalidad, por eso siempre tiene frente a sí a la ficción del ser como la única
verdadera. Al contrario, la compasión, está cualidad del alma evolucionada, al
provenir de un lugar común, se sabe parte muy pequeña de todo aquello que no es
ella, pues sus caracteres no son novedosos, carece de genio, de
excepcionalidad, comparte la medida de inteligencia y de valor que todo lo
demás tiene…Esta condición la ubica como alguien quien en todo momento tiene
presente que no es nada…lo que equivale a decir que es todo…
Es verdad: Los actos del nacimiento,
la infancia, y de los lugares más recónditos del ser humano, están tamizados por la seguridad de que
formamos parte de un lugar extraño, interminable y compartido. Llega el punto
en que las características de un ser desaparecen…su ciclo de reencarnaciones se
ha roto, es decir, ha entrado al Nirvana. Salir del movimiento perpetuo de la
energía es alcanzar la iluminación.
Ahora bien, ya que hablas de
Stevenson, hay un aspecto fundamental en esto de la Reencarnación, ésta su
parte científica…esto de argumentar en contra o a favor de ella; pues me
resulta definitivo que en la mayoría de los casos que estudió y por los cuales
se volvió famoso como el único verdadero científico interesado en estos temas, no
se traten más que de confusiones mentales (criptomnesia, mezcla de fantasías
con recuerdos, fabulismo, sugestiones, etc.), o de plano fraudes. Pero hay
otros casos, las honrrosas minorías, en donde la explicación de la
Reencarnación pues parece una explicación muy posible. Ojo: no estoy diciendo
que con ello se pruebe que existe una prueba irrefutable de su existencia sino
de que en determinados casos es una explicación. Si dentro del budismo la
reencarnación posee un estatus de total aceptación, ello se debe a que resulta
congruente con su concepción total del universo. La Reencarnación “encaja” con
los principios budistas. El concepto de reencarnación, luego, no es más que la
herencia de las condicionantes que rodeaban al budismo en el momento de su
formulación doctrinaria, a la postre, del
hinduismo, del jainismo, del taoísmo, y de toda la serie de creencias
orientales. Era de esperarse que existiera algo así dentro del mundo budista.
Ojo: Y aunque esto es así, de ninguna manera se sigue que sea falso.
Este es el background de los
estudiosos que se han aplicado en las investigaciones acerca del tema de la
reencarnación. El caso de Stevenson es muy ilustrativo puesto que su madre
presentaba ciertas características de persona muy creyente en ciertas
excentricidades espirituales. Igual pasaba con el resto de los investigadores.
Ahora bien, en lo particular no creo
en el resultado de dichas conjeturas porque mi visión de la reencarnación dista
mucho de ser eso que los científicos pro-reencarnacionistas dicen. Así que,
para de plano deslindarme de tales concepciones, diré al respecto:
a) La Reencarnación no es la transmigración
de una persona hacia un cuerpo distinto, puesto que no existe la división
alma-cuerpo, sino que ambos son una unidad, aunque ficticia, indisoluble que,
una vez desintegrada, no quedan de ella más que elementos esparcidos,
fragmentos no identificables y que se incorporan al patrimonio común de
símbolos, memoria y sueños (es decir, de los materiales de los que está
compuesta la percepción de lo existente).
b) El sentido de la reencarnación es la
desaparición del yo, por lo tanto es poco creíble que un individuo que posee
memoria de una vida anterior sea el resultado de la evolución del gran río que
es el Samsara.
c) En mi opinión la forma de concebir a
la reencarnación… como esto de que una persona pase a un cuerpo distinto, pues
no es más que las ganas de preservarnos, de aún seguir viviendo. Pero no es
así. Desaparecemos en la muerte, o mejor aún, nos desmembramos en distintas
partes, por utilizar una forma de hablar y éstas continúan su camino a la
superación del devenir.
d) El principal enemigo del budismo pues,
según lo que ya dije, es esto del “yo”, la ficción más cruel que existe.
e)
Resultaba pues imprescindible
entender esto del ego como algo que no es. Razón por la cual pido mil disculpas
porque cometí un error metodológico: quizás debí haber seguido el camino
inverso al que ya tomamos, pues el principio del origen condicionado es la
llave primordial para entender la disolución absoluta de lo metafísico, es
decir, del ser.
Así, para poder pasar a lo que
considero debí haber dicho al principio, analizaremos rápidamente la noción de
Karma.
V. NOCIÓN DE KARMA
Borges alguna vez señaló que el
concepto de reencarnación era más bien referente al Karma. Bueno esto yo lo
entendería en el sentido de que las acciones de índole moral hechas en este
mundo repercuten en el desarrollo de la persona a través del ciclo energético o
fluido cósmico. No me parece muy claro esto, no veo de qué forma es posible que
alguien diga “me va del carajo… por eso sé que en mi otra vida debí ser un
maldito”. Me parece que esto es más bien, si no falso, irrelevante.
Irrelevante porque es una forma de
explicación que no explica nada, sino que solamente esboza cualquier cosa para
darle sentido a lo que le pasa. Pero lo que nos pasa no forzosamente define
nuestro carácter. Recordemos que para la mentalidad oriental, esto de toparse
con un error es para ellos una forma de oportunidad de demostrar grandeza. Desde
este punto de vista, las cosas malas que nos pasan no son más que bendiciones
para demostrar valentía, resolución o dignidad. Si esto es así pues yo me
atrevería a sugerir que el Karma no está solamente, ni mucho menos
preponderantemente, en relación a la definición del ciclo de las
reencarnaciones, sino en la forma en la que podemos hacerles frente a las
situaciones que la reencarnación procura. Quizás sea mejor decir que el Karma
posee dos grandes aspectos: lo referente a las condiciones en las que el obrar
se ubica y, segundo, el obrar mismo (incluidas sus consecuencias, desde luego).
No me parece adecuado ver la totalidad
de los “castigos” que la ley del Karma procura, como el resultado de una acción
hecha en una vida anterior. Algunas sectas del budismo afirman que cuando se le
ve sufrir a un malvado no es porque la ley del karma le haya cobrado el boleto
de su fechoría en esta vida, sino porque en otra vida pasada obró mal.
Sin embargo, a pesar de ser una
simple explicación al porqué el bondadoso sufre, me parece que el Karma simple
y sencillamente dice algo que no requiere mayores especulaciones para ser
entendido. Es lógico que, si por ejemplo, alguien codicia a una mujer ajena,
dentro de él habrá una energía insatisfecha que no lo dejará dormir hasta que
no tome cartas en el asunto y consuma su delito. Este revolcarse en la carne
del deseo apasionado por algo prohibido, pues todos los malos lo experimentan,
y me parece que en el pecado, como dicen por ahí, se lleva la penitencia. Si nuestro
concupiscente continúa con el mal pensamiento y lo convierte en acción,
entonces no obtendrá más que el placer vicioso de tener las cosas a medias, y,
por más depravado que sea, no dejará de experimentar una mezcla de asco y
vergüenza por sí mismo. La mujer mancillada, siguiendo con nuestro ejemplo, es
probable que se adapte al hecho y con ello pruebe la buena estirpe de su
espíritu o, bien, saque a colación toda su mala energía que hasta ese momento
no se había manifestado. Hay personas que, por el grado y forma de venganza que
toman, podemos decir que se merecían lo que se les hizo. No sé si me estoy
explicando. La persona “mala” puede experimentar una forma de contrición
superior a cualquier forma de castigo. Me parece así que lo que dice
Dostoyevski en Crimen y Castigo es del todo cierto. Decir que la ley del Karma
funciona de tal o cual forma, sería suponer que es posible, primero, distinguir
lo bueno de lo malo, y, segundo, suponer que ambos existen.
No pueden existir, o mejor dicho, si
existen son falsos. Si son falsos no de ahí se sigue que no puedan ser
calificados de buenos o malos los actos del hombre. Ya había dicho anteriormente
que el hombre no es ni malo ni bueno, sino que solamente recibe compensaciones
dentro del gran fluido energético que es la vida. ¿Qué es lo malo? Aquello que
produce dolor. ¿Quién tiene ese dolor? Lo puede tener quien causó el hecho o
quien lo recibió. Uno es remordimiento (apego por una posibilidad imposible del
pasado incorregible), y el otro es sufrimiento de perdida. Pero la perdida es
forzosa, toda forma de perdida, ya sea de la cartera, del honor o de la
inocencia, es ineludible pues no nos pertenece, está de préstamo y como tal,
los derechos y regalías pertenecen a un todo que nos supera.
El hombre que causa dolor tarde o
temprano su alma termina por volverse contra él mismo. Se destruye, se mutila.
No es normal que el hombre obre tan de mala forma. He visto gente que, ya sea
por necedad o egoísmo, al perseverar en una forma de odio, termina por secarse,
se enferma, muere cada día. Es la misma consecuencia de que alguien ame más de
la cuenta. De hecho, no me dejaran mentir, un hombre o mujer causan tanto dolor
como el amor que se les fue arrebatado. Todos tenemos nuestra forma de ser
egoístas, y amar lo que nos gusta o causa placer, es una de ellas. Cuando de
repente resulta que se nos arrebata, que se nos ha mentido acerca de eso que
creíamos nuestro, pues surge el despecho, el resentimiento, la incapacidad de
perdonar y asentir al hecho de que es normal que a veces eso pase, que es
previsible en un mundo en donde todo es pasajero, que todo tiene el estatuto de
ficción y que no hay que hacerse muchas buenas expectativas al respecto de
nada.
Creer en que lo que hagamos se nos
retribuirá con galardones o cosas así, pues es bastante ingenuo. Es torpe,
perdón si molesto a alguien con esta enormidad, pero no existe algo así como el
castigo o el premio, solamente existen costos-beneficios en la gran cadena de
acciones que comprenden nuestra vida. ¿Cuál es lo propio, la acción correcta de
una persona que se ha percatado de este fluir de la energía? Pues actuar en
consecuencia con el hecho de que el desapego es la única forma de salir de las
leyes del Karma. Del Karma se debe rehuir, se debe sobrevolar. Nada nos puede
hacer daño, es decir, nada malo nos puede pasar si nos percatamos que lo que
hace o a lo que se hace daño pues es inexistente. De igual forma pasa con lo
bueno: lo debemos dejar, hacer a un lado, uno no está llamado a ser feliz. Ser
feliz equivaldría a poseer un estado que en cualquier momento puede desaparecer
porque es inevitable que así ocurra. Pero la iluminación consiste en haber superado
los estados de felicidad y desdicha. Para huir del Karma debemos aprender a
que, tanto lo bueno como lo malo, nos causan daño.
El dolor, luego entonces, es la gran
responsable de que exista el Karma. Podemos decir que el Karma es el mecanismo
mediante el cual el dolor aparece o desaparece de nuestra vida.
La importancia de Karma no está en
relación a explicar las injusticias de este mundo. Sino en advertirnos sobre
las “minas” que hay en torno al deseo, al afán de obtener las cosas, de
preservarlas o de no dejarlas ir. No sé, me resulta claro esto. En suma, y
antes de pasar a lo que me apremia, el Karma es la ley de retribución cósmica
que solamente funciona de condicionante para el despertar. La ley del Karma es
el principio mediante el cual las obras de los hombres se les revierten:
queriendo amar, sufren abandono; queriendo ser libres, se esclavizan a ese
afán; queriendo ser buenos, terminan por atropellar a los demás en su afán por
conseguirlo…y así podríamos seguir ad infinitum. Ahora que si bien estos actos
repercuten en nuestra próxima reencarnación, pues lo que ya dijimos de la
reencarnación explica por qué esto es irrelevante; y, en lo que atañe a la
noción de Karma ya explicado, pues no es más que una condicionante más de las
muchas que hay en la vida.
Ahora si no les molesta proseguiré
con lo que considero es el fundamento, la piedra angular de la comprensión de
lo que es el budismo.
V.- EL PRINCIPIO DEL ORIGEN
CONDICIONADO
“Una cosa no puede ser y no ser al
mismo tiempo bajo las mismas condiciones”, se dice del principio de no
contradicción, que es un aspecto del principio de identidad en la que se iguala
el ser al ser, es decir, a sí mismo. El del tercero excluso es la elevación del
problema planteado por los dos principios anteriores en una categoría; es un
“salir” del problema para verlo como un planteamiento de dos soluciones, o algo
es o algo no es…no hay un término medio.
El reflejo, o elemento extremo del
principio de identidad, es el principio de razón suficiente, que postula la
inteligibilidad del ente o del Ser, haciendo coincidir entendimiento y realidad
en una sola presencia.
Bueno, es esto a lo que se le
denomina “realismo aristotélico” pues fue el filósofo de Estagira el primero en
formular las condiciones del ser: principio de causalidad: a) eficiente, b) final
c) material d) formal…Materia y forma…acto y potencia (con lo que creía haber
superado la discusión Parménides-Heráclito) y…creo que son todas. Estas nociones,
aún y con su contraparte el idealismo, siempre se mantuvieron inalteradas,
estableciendo la causalidad y la substancia como términos reales. De hecho, lo
real no es más que lo causado o lo que causa y que es substancia. El idealismo
en vez de utilizar la palabra “real” utiliza la “idea” o “espíritu”. En el caso
del marxismo, pues lo sabemos, el sujeto de todo este rollo es la “materia”. ¿Cuándo
el pensamiento occidental se empieza a dar cuenta que eso de la sustancia es
una entelequia? Desde el momento en que los empiristas se percatan de que no
hay ser en la naturaleza, que no hay algo así como lo existente. ¿Cuándo
decimos que algo existe? Pues cuando lo podemos comprobar con los sentidos.
Pero los sentidos nos arrojan una serie de datos inconexos que la mente o
entendimiento trata de hacerlo inteligible. Hume se percata que la sustancia y
causalidad son arbitrariedades de la mente para hacer entendible algo que no
sabemos qué rayos es. Es como si de repente el ser humano estuviese en medio de
una selva en donde ocurren un montón de cosas extrañas, maravillosas,
milagrosas, inentendibles. Entonces, para poder estar a salvo de esa tormenta,
el hombre crea un refugio y así, “desde adentro” inventa una explicación para
lo que ocurre “afuera” (esta frontera es falsa). Kant dice lo mismo pero con
nueva terminología más afable.
Bueno, pues esto del desmantelamiento
de lo “real”, ya lo había realizado la escuela Madhiamika mil años antes. Así
es como surge el principio del origen condicionado: no hay nada, absolutamente nada,
en la confección de las cosas que sea necesario, que sea imprescindible y sin
el cual no hay, sino que es el conjunto de infinidad de factores lo que
configura a esa presencia que le llamamos “realidad”. No hay una fuerza única
como el “ser” que le dote de presencia a un ente. Y un ente, no lo es en la
medida de que no es posible aislarlo del
medio en el que está. Todo se relaciona, todo sobrevive merced a
interrelaciones de las partículas que conforman un todo. La idea de lo metafísico,
de lo necesario y contingente, crea en la mente la necesidad de recurrir a un
ser necesario, a una mano que sostiene. De igual forma ocurre con el concepto
de origen o de “causa”. Es así como aparece esa gran quimera que es el Ser y el
ente. La metafísica y la ontología, luego entonces, no se encargan más que del
estudio de ficciones, de espejismos intelectuales, de falacias de la razón.
La misma forma de adquisición del
pensamiento lo dice todo. He ahí al psicoanálisis que preconiza la imposibilidad
de crear una idea sin tener que recurrir a elementos espurios a la razón. No
existe nada así como la razón pura. Aun tratándose de Kant, éste no termina más
que en creer en lo que papi y mami le enseñaron en la iglesia. Es ridículo
pretender algo como puro, lo objetivo, lo imparcial…esas son jugarretas de
nuestro afán de trascendencia; como si las abstracciones dieran cuenta de un
mejor fundamento para vivir.
No, pues el ente no existe, o mejor
dicho, lo que existe no existe. Esto ya lo sabían los filósofos budistas de la
Vía Media, y más aún: se percatan que esta “casa” o guarida que crea el hombre para ser
habitable su mundo, no son más que Palabras. Enormidad después vuelta a poner
de moda por el estructuralismo y el psicoanálisis. Pero por supuesto que nos
suena coherente que el lenguaje es una jaula para mantenernos a salvo de ese
gran monstruo que es lo que está “fuera” de nosotros. Así se inventa el “nosotros” y el “ustedes”…el
“tú” y el “yo”…en pocas palabras: los dos términos absolutos del “conocimiento”:
sujeto y objeto.
Pero nos engañamos. Nosotros somos el
monstruo, somos los profundamente desconocidos. Somos sujetos y objetos al
mismo tiempo, es decir, no somos nada de eso. No se puede conocer lo que es,
porque lo que es, es lo que intenta conocer. Conocernos a nosotros mismos es
imposible. Lo repito para que quede claro: imposible. ¿Por qué asevero
semejante dogma intransigente? Pues porque nosotros somos el todo en la medida
en la que no existe separación sujeto-objeto. No hay “todo” ni “uno”, sino una
sola cosa absoluta que no posee ninguna forma de sostenerse que no sea
recurriendo a sus propias fuerzas. He aquí como la epistemología humana es un
reflejo de la metafísica: Si el único objeto de conocimiento es el sujeto
mismo, su única “existencia” se halla en sí mismo. Es decir, somos seres que se
autocrean a cada momento y que esto es posible merced a nuestro destino de
seres condicionados por todos y cada uno de los elementos que conforman el
universo. El origen condicionado nos dice que no se puede formular un discurso
sino es con las herramientas de nuestra humanidad engañosa. Todo conocimiento
formulado por el hombre no hace más que escamotear la pregunta por nosotros
mismos. El conocimiento humano parte de la premisa que lo que estudia es
distinto de quien estudia.
La ciencia ha venido a separar al
hombre de sus lazos con todo lo circundante, es decir, le ha creado la ceguera
del conocimiento, que es el conocimiento, o sea, la venda es la ciencia. Romper
con el conocimiento en los términos humanos ya apuntados, constituye el inicio
del despertar hacia la iluminación. El silencio de la piedra constituye la
erudición de la palabra que se descubre como vacía. Hablamos para desaparecer,
es decir, para percatarnos que no
estamos, que no somos, que no podemos conocernos porque el vacío no contiene
ningún rasgo que le otorgue cualidad. Nunca aparece dentro del gran desfile de
cosas que son los elementos del universo algo que involucre lo único e
indivisible, lo irrepetible, lo excepcional. Somos ese vacío que no llenaron
los elementos que nos circundaban, y no tenemos esa silueta si no es por los
contornos de la erosión de la materia.
La imposibilidad, luego entonces, de
conectar ideas de manera totalmente racional, hace que no podamos creer ninguna
forma de discurso. El partidario del budismo sabe que todo cuánto se dice es
una falacia, que la misma religión budista se pierde en esa elaboración de la
consciencia que es “conocer” el budismo o el Nirvana.
Ahora bien, antes que atacar a Mara,
esta forma de deidad maliciosa, se encuentra el propio “yo” como principal
enemigo. No interesa, esto es irrefutable verdad, fijarnos en cosas que no
podemos entender. Lo que yo sí puedo entender es que sufro en la medida en la
que siento que se me lastima. Mi dolor es prueba de que existo. No hay dolor
falso ni pequeño. Solo hay la atención que se le presta a uno y a otro. Se
sufre por ser demasiado gordo, o alto, o chaparro, o feo. Y esto es porque nos
atribuimos un “yo”. Esto está muy relacionado con la noción de Karuna, pues
tener piedad es saberse propiedad del sufrimiento que es la vida, es saberse
presa de lo feo y de los fatal. La insatisfacción sobre el Yo (y es esto lo que
le otorga existencia: en la medida en la que se atribuyan los achaques del ser,
más vivo es), es lo que esculpe su imagen. No existe un Yo, existen un conjunto
de momentos que izamos en una unidad a propósito del dolor o placer. Es como si
dijésemos: “si sufro o gozo debe ser porque soy”. Y peor, en contraposición a
todo lo que no goza ni sufre con nosotros: nos creemos privilegiados de un
dolor o un placer. Como si fuésemos “tocados” por un dios o hada extraordinaria
que nos ha hecho ver lo maravillosos que somos.
Pero no sé si seamos maravillosos,
creo que no es el caso. No me interesa verme a mí mismo en relación con los
demás. Si parto del principio de que la primera causa de dolor es nacer, pues
no tengo reparo en decir que todos los que vivimos somos unos perdedores.
Siempre me ha parecido que eso de ser muy seguro de sí mismo, de “creérsela”
pues es una tontería. No existe peor forma de otorgarse existencia que pensar
que somos únicos e irrepetibles. Puede que esto sea así, pero es risible de tan
irrelevante. Es irrelevante porque no lo podemos comprobar y, segundo, porque,
aún así fuera, podemos fácilmente ser sustituidos por otro único e irrepetible.
¿Les parece duro? ¿Parece que me vengo de la gente que se cree especial? Pues
no, no tengo el mínimo interés en luchar contra algo que en el fondo se sabe
pero que muchos no se atreven a decir: sea un poema de San Juan de la Cruz, el
largo de Bach, o la capilla Sixtina de Miguel Ángel, pues todo esto… no son más
que mediocridades. La posteridad es el invento más torpe que existe.
Lo repito de manera tajante: El peor
enemigo del hombre es su “yo”, su propia existencia, su estatuto de ser
viviente, ese resultado de creer que puede ser único y especial.
Yo lo he visto siempre y lo compruebo
a cada momento: en la medida en la que alguien es más singular, más detestable
se torna. Me parece que todos actuamos por el principio del origen
condicionado, que no podemos ser más que eso que somos en esos momentos en
particular. Que si estoy en un foro de discusión del budismo, pues me
comportaré según eso. Si estoy en una fiesta, o en un aula de clases, si camino
por la calle y tengo que cruzarla, si platico con alguien, si como…etc. Pues en
esos momentos sin duda soy yo, pero eso no tiene absolutamente nada de
personal, es impersonal, es anónimo, son actos ridículamente básicos, cosas que
cualquiera puede hacer, actos en los que podemos ser relevados. Pasa lo mismo
con nuestros trabajos. En la familia ni se diga. Hacemos cosas que los
hermanos, hijo, o nietos harían. No es nada excepcional. Nada más lo extravagante
es singular, es una agresión a lo general. Nuestros padres e hijos nos parecen
especiales, pero no queremos decir con eso más que “esto es lo que tengo y es
mío, no me interesa lo que los demás tienen y que es de la misma índole”.
Sentirse único es eso: habitar una experiencia con el “yo”.
Pero como pasa con el desapego, para
poder abandonar la experiencia del “yo”, se es necesario ser uno mismo lo más
posible, sacarle jugo a eso que más somos.
Bueno, creo que es todo por hoy.
Mañana continuaremos y terminaremos con el último de los temas: la verdad
suprema del conocimiento y que, con todo lo que ya vimos, resultará en
fácilmente comprensible. Así que, hasta mañana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario