domingo, 10 de julio de 2011

INSTITUCIÓN FEMENINA


Me es tentador deslizarme de la certeza de que el matrimonio es una institución por y para la mujer, a la convicción de que el amor es su virulencia óptima.
Los sentimientos, las emociones, la ternura y la calidez. La atención suave y galante. El tacto de la rosa. El amor…En los hombres antiguos no veo ni siquiera sombra de esa jerigonza. Aparece salida la Edad Media. Antes no había más que procreación y placer. Incluso el cristianismo no ayuda en nada; la mujer no sigue siendo más que un objeto de sometimiento. Solamente la modernidad, la liberación de la mujer de lo religioso, hace que ésta tome las riendas de la sociedad.
El amor es una palabra femenina; no tengo la menor duda. Todo este tiempo, desde el siglo caballeresco hasta la actual ultrapostmodernidad, el amor ha sido visto como un gran baluarte. Así, ya sea al filei, al agape, o al eros, se le hace monumento. Incomprensible para mí, sobrevaloración fatua.
¿Dónde la sabiduría, la valentía, la virilidad, el poderío, la sagacidad, lo sanguinario y feroz, la oscuridad y la locura? Todos estos valores incomprensibles para nuestra época mermada de fuerzas, esclavizada a lo bello, elevada a la químera de lo sublime...en pocas palabras: afeminada, amanerada, enferma de superficialidad y delicadeza.
Conocí hombres fuertes y bizarros mucho antes que naciera. Ahí estaban fieros, luchando en la carniceria de los montes de fuego, en medio de la tempestad y los animales, admirando a sus hermanos guerreros, montado en una bestia azusada. Cruzaba desiertos inhóspitos, lluvias de flechas, mares monstruosos. La lejanía era su tierra y el terremoto su cimiento. Las estrellas rivalizaban con sus ojos, apenas.
Extraño esos días en la que el hombre era un guerrero de espada desenvainada, forjada a la luz de sacrificio y del sin temor a la muerte, a un Dios humillante.