miércoles, 29 de octubre de 2014

BAJO LA PIEL (O de cómo hacer para que se nos encuere la china)









Quizás es prematura cualquier forma de elaboración discursiva acerca de la tercera película del director favorito de los Radiohead, Jonathan Glazer. Quizás también uno deba tomarse un tiempo. Nueve años, por ejemplo. Sería necesario observar el contexto, la época, los trabajos que han estado haciendo sus coetáneos, el grado de impacto que causará, la evolución de su director, etc.

Pero eso sería relativamente falso. El cine es una experiencia sensible que, al igual que las demás, pierde vida a la luz de la retrospectiva (o proyectiva) deshollinante. Y que conste que no lo decimos por la urgencia de ser justos con algo que ha sido tratado muy injustamente ¿eh? Precisamente una de las cosas horribles que le pasó a esta película fue el de la referencia excesiva, el de la contextualización irresponsable de cierto pre-análisis pendejo: decir que trataba de esto y de lo otro, que estaba “basada” en cierta novela y que salía determinada actriz en pelotas. Eso fue catastrófico.



Es una tentación casi irresistible platicar de la experiencia “under the skin” cuadro por cuadro, gesto por gesto. Pero nos conformaremos con enumerar los momentos de los que está compuesta la obra a fin de trazar paralelismos con otros elementos de sí misma que le dotan del estatus de sistema, es decir, de conjunto autorreferente, de creación capaz de autoregenerarse a sí misma. Recordemos que una de las cualidades de las grandes obras, contrario a lo que se cree, es el de ser un universo cerrado, prófugo a los procesos dialógicos. Esto, desde luego, no es una paradoja porque al estar aseverando que ningún artista puede entablar un diálogo con los beneficiados de su obra vía la obra misma, no estamos eliminando la existencia del beneficio que es en sí lo relevante del arte.



1. Exterior-interior óptico

Acoplar un elemento a otro en casi todo diferente, puede ser un proceso penoso de largo o traumático de abrupto. En ambos casos estamos ante la presencia de los mismos elementos pero en situación preposicional diferente. Así, dentro de una sola letra puede caber no sólo la palabra que le es prototípica (la “j” de judío, por ejemplo), sino todo el universo semántico que se deriva del término. Leer fue equivalente a venir a la luz y cambiarse de ropa a cambiar de piel. Examinar un insecto de similar aspecto al que lo examina, o desnudar al cuerpo que ya no es uno, sólo fue posible al contraste de la luz que agrupaba a las siluetas en un sólo conjunto, como signos dados en un plano.

2. Hombre-mujer espacial

La estética inicialmente fue disciplina de los medios sensibles del conocimiento, del fenómeno que se daba entre las manifestaciones físicas, corpóreas, espaciales y nuestra capacidad para poder apreciarlos. Contrario a Platón, la belleza surge de las condiciones espacio-temporales del mundo, y la contradicción es contraposición: una mujer que posibilita la belleza por medio de lo espacial, también debe tener el poder de volver denso ese espacio imposibilitando la continuidad del fenómeno. De estar ante la presencia, en la esencia, luego, pásese a formar parte de una ausencia absoluta: la que ha secuestrado el interior y dejado a la superficie en un papel que no le corresponde: el de ser toda la posibilidad de espacio. Pero es obvio que la piel no puede estirarse tanto.



Scarlett es la superficie que fue asumida por el todo. No su personaje sino ella en sí. La cosificación no es volver a algo cosa (todos somos cosas) sino el fenómeno en sí de tomar una totalidad por su parte, de confundir lo cuantitativo con lo cualitativo: la piel por el cuerpo, por ejemplo. El placer por la felicidad. Y esto es posible saberlo porque hemos visto que ella por debajo es otra cosa (aunque tengamos que desgarrarla). La película da fe de ello. (Aunque ¿qué se le puede hacer? na más de escuchar su voz en "Her" de Jonze, ya nos inquietamos).

Ser un alien en sí mismo, es: a) no ser uno mismo, estar penetrado de lo otro (la mirada lasciviosa del espectador), y b) estar recubierto de algo que uno no es.  

Ser un alien en otro es: a) ser devorado por aquello que queríamos penetrar y, b), ser espantados por algo que pretendíamos nos daría placer (¡Nada más de pensar en la náusea que les causó a esos pendejazos que fueron a ver la película únicamente por el desnudo de Scarlett, me río con regocijo de enano bobalicón!).



Lo que obra el estremecedor efecto (¡maravilloso!) de que el cuerpo de un hombre sea reventado como si de un globo se tratara, es lo que también posibilita que de ese cuerpo podamos deshacernos si no conforma nuestra verdadera naturaleza. Pero los hombres (machos), parecen haber fusionado su ser y su piel de tal forma que perder uno es perder el otro. A eso le llamaría la eucaristía del prepucio por el condón, o de la verga por la virilidad.

3. Yo – tú, política del esguince

Hay alguien que quiere algo que nosotros pensamos querer también. Formamos parte de un discurso perlocucionado, estratégico, instrumental, pragmático, hipócrita y culero. Ya sea jefe de sector motociclista o proxeneta madreador, sed de venganza, curiosidad científica o afán de lucro, pronto la “traición” es inevitable.

Cuando de repente se obra el afloramiento, uno ya está del otro lado del espejo y a las moscas atrapadas hay que dejarlas salir. Luego veremos como el jefe nos mira irnos desde la puerta del espejo, encabronado y desdeñoso.



4. No sabes con quién te metes

También he pensado que podría funcionar al revés: una mujer que es salvajemente violada se convierte en una sádica asesina de hombres hambrientos de sexo (aunque eso sea una tautología). De hecho, si me obligan a decirlo con calzón chino, la película trata de eso: la sexualización de la mujer (o de la sexualización de Scarlett). Pero decir esto es también bastante mamón.

En fin que siempre llega el amor a salvarnos. Sea como compasión o deslumbramiento, deliberado dejarse llevar o rebeldía metafísica, hemos de avanzar hacia el interior del continente después de quemadas las naves. Hemos de completar el círculo del subir y el bajar, del entrar y el salir.




Y, POR CIERTO, AQUÍ LES DEJO EL SOUNDTRACK A CARGO DE MICA "MICACHÚ" LEVÍ: 










jueves, 22 de mayo de 2014

DRAMA E IMAGEN

Sobre Heli y su contexto











Heli es la tercera película del ni tan debutante llegador pateador de traseros Amat Escalante (Sangre 2005, Los bastardos 2008), cuate cacahuate de nuestro, también canneado y canneable, Carlos Reygadas. En efecto, por la película en reseña, se llevó el premio al mejor director en 2013. Y el hecho de que haya sido galardonado con esa categoría en específico, acusa el apunte que voy a hacer después.


El guión lo escribió el mismo director junto con Gabriel Reyes y otros que no recuerdo sus nombres (regularmente no me quedo viendo los créditos como no sea para saber el nombre de alguna artistazuela que me haya gustado harto); como casi no tiene música, pues tampoco es relevante citar ese crédito. La fotografía (eso si es muy relevante para nuestro caso), corre a cargo de Lorenzo Hagerman.







El argumento es el siguiente: Un joven recién casado de nombre Heli (Armando Espitia), hombre gris de monótona vida de obrero industrial en una ensambladora de vehículos (a la que tiene que ir todas las mañanas muy temprano en su birula, mientras es perseguido por un coche que no sirve –fundamental para que no suene el motor- y que carga la cámara que lo filma en subjetiva detrás de él; perdón por esta intromisión del ensemble), y que tiene una familia, en algún lugar de Guanajuato cuyo nombre no quiero averiguar, conformada por su hermanita Estela (Andrea Vergara, dulce y seductora, y a la que le parece no importar el hecho de que está haciendo una película), su padre Evaristo (Ramón Álvarez, levantando la chela naturalote), su mujer Sabrina (Linda González; sensual y arenosa), y el neneíto de brazos, hijo de ésta y de Heli, Santiago (Agustín Salazar Hernández, ¡sublime!, sobre todo cuando actúa como bebé frente a su padre cuando éste, resentido e irracional, le mira y le dice “¿Y a ti qué madres te pasa?” o algo así).



Así las cosas, resulta que Estela se prenda de un aspirante a soldado, Beto (Eduardo Palacios), al que le pica las ganas de que le dé el tesorito la susodicha. Desde luego ésta le dice que no. Para que le demuestre su amor sincero planea una fuga con la lana que sacarán de vender dos paquetitos de cocaína que se basculeó de la droga incautada en un operativo en el que participó. Los paquetitos son guardados en el tinaco de agua de la familia. Hasta que un día llegan los soldados repentinamente, matan al padre de Heli y se lanzan al techo en busca del polvo y se llevan a Estela y a Heli (en una escenaza en donde le tuercen el cuello al perrito de Estela). Pero…resulta que en el tinaco no había polvo ni nada porque Heli un día anterior lo había ido a tirar a un hueco con agua donde una vaca se había caído (quién fuera vaca para morir de sobredosis).

Y el comandante (Félix Pegueiros Herrera, interpretándose a sí mismo –eso sí está cañón-), les dice “ya valieron verga”, cuando no encuentran nada en el hueco con agua (después de cerciorarse que su máquina supercuchufleta no puede aspirar la coca del agua), en el camionetón en el que los llevaban secuestrados. A Heli y a Beto los llevan a un lugarcejo en donde les dan de cocotazos mientras les prenden fuego al vello de sus partes pudendas. Le perdonan la vida a Heli, quien regresa a casa transformado por tremenda experiencia. A Estela, quien es encontrada después, la vemos en un estado que adivinamos de ultraje y trauma superlativo vitalicio. Le logran sacar a Estela el lugar en dónde la tenían secuestrada. Heli va en búsqueda del lugar señalado; en dicho lugar termina por matar a un sujeto que estaba ahí (nunca sabremos si era el custodio o una simple persona que andaba por ahí), con toda saña catártica e imposible arranque de temeraria venganza. ¿Beto? Lo cuelgan de un puente a plena luz de la mañana (secuencia inicial de la película).

Na más por su camionetón...



Pero hay un final con beso…bueno, con beso no, con revolcón orgásmico: cuando Heli logra que su mujer Sabrina por fin deje atrás su incapacidad mental para sostener relaciones sexuales, al tiempo en el que en la sala (bellamente iluminada por una luz natural que entra por las ventanas), Estela cuida al bebé Santiago, como avisando un porvenir que no es del todo malo.

Respecto a los aspectos interesantes de la película, hay una frase que se me quedó grabada en los audiocomentarios de Amat Escalante y el Fotógrafo Lorenzo Hagerman: “Aquí el espectador ve una cosa que no precisamente tiene que coincidir con mi historia” (dicha al momento del plano secuencia en la que Heli mata a la persona presuntamente custodio de su hermanita Estela cuando ésta estaba desaparecida).





Tal comentario, aparentemente banal, es puntual y revelador: Durante todo el filme y comentarios, Escalante denotó gran empatía por el aspecto técnico, por el montaje, el asunto visual: “No sé, me gusta” (cuando habla sobre las luces navideñas en una columna de la casa principal de la película, y la relaciona con “Ojos bien cerrados” de Kubrick). No es accidente que compartiera comentarios con el fotógrafo.


Existen tres síntomas más: a) Normalmente se aleja del guión, b) le es indiferente la capacidad o instrucción básica del “actor” acerca de su personaje, (para el filme, no respecto a su educación en general ni en especial tratándose del asunto de la actuación), c) los storyboards son prácticamente esbozos de figuras en un plano.


Los dos primeros síntomas tienen como consecuencia, respectivamente, la introducción de elementos ajenos a la estructura escénica que el director considera “significativos” para reivindicar el sentido final del filme. El ejemplo está en la eventualidad del vehículo que pasa frente a los personajes de Heli y Maribel que no estaba planeado, o del chaval que se sube al estrado en el que se profirió un discursote político, y que termina (exasperantemente) por no decir nada frente al micrófono. En efecto, crea tensión, pero una tensión decepcionante pues vemos que luego no pasa nada (y sí nos distrae de lo que realmente está pasando). Muy lo contrario ocurre cuando se da el plano largo del padre de Heli antes de la redada militar, o cuando se filma accidentalmente los ejercicios que hacen los trabajadores de la ensambladora. En la reescritura sin lugar a dudas hubo síntesis. O eso tenemos que creer pues no sabemos a ciencia cierta si de haber seguido el guión puntualmente la historia se hubiese contado mejor[1]. Es cosa del creador y la productora e, incluso, por no decir que de todo, la corriente cinematográfica.


La indiferencia hacia lo dramático hace que en el aspecto técnico de conducción de actores, Escalante sea prácticamente un dictador. Como su idea es la desconexión de los personajes con todo aquello que les está pasando, presentar seres alienados por su medio, casi fantasmas, que se mueven a niveles instintivos, le resultaba fácil una fórmula sencilla: no informarles nada acerca de sus personajes e, incluso, sobre la historia. Las personas que intervienen en la cinta no tienen ni idea de lo que están haciendo. Un poco pasa eso con el espectador. Por otra parte ¿qué tipo de explicaciones se les puede dar a legos de actuación y a dos en ciernes (Armando Espitia, Linda González Hernández)? Nada como no sea cuestiones básicas. Llega un punto en el que deseaba una auténtica interpretación escénica. Pero todo ocurre en la lejanía: Heli llora a su padre en una duna; él y Sabrina simplemente se tiran al suelo cuando se reencuentran después del secuestro de éste; la conmoción de ésta por ver la casa como una carnicería ocurre de espaldas y con una cámara en picada que se aleja de manera dramática, etc.. Esto último es el resumen técnico del filme: un recurso del montaje sobre el dramático.

Las mieles del plano fijo



Si nos fijamos con atención se trata de un desequilibrio creado por el afán del cineasta de contar casi todo en imágenes. Que quede claro que eso no me parece ni mal ni bien, solamente índico que esa es la característica tanto de Reygadas (Luz silenciosa, Post tenebras lux) como de Eimbcke (Temporada de patos, Lake Tahoma), por decir algo de nuestras jóvenes promesas a quienes les gusta el montaje, saborean la fotografía, aman la confección de planos y la colocación correcta de la cámara.


El ejemplo contrario a los antes mencionados es Julián Hernández (Nubes negras cubren el cielo, amor nunca dejarás de ser amor). O bueno, casi contrario. El quicio por el cual Julián se mueve en dirección distinta a sus compañeros de generación cinematográfica es el de la personalidad homosexual, emocional, visceral, una entidad híbrida que agrupa el drama amoroso universal: la imposibilidad de consumar un amor en tanto el mundo conspira contra él. Este quicio dramático tiene sus orígenes remotos en una tradición en el cine nacional al punto de las telenovelas, mal contadas, peor producidas, nefastamente actuadas (salvo honrosas excepciones, claro), con defectos técnicos abrumadores. De hecho, si se observa con atención, la transición a la aparición del cine actual, postmoderno y profundamente intelectual, se da cuando “Amores perros” de Iñarritu reconstruye la telenovela mexicana y hace del drama fílmico una nueva forma de contar lo que ya tenía ganado auditorio. Ripstein, Fons, Mandoky, Herrera, Bolado, etc., son harina de otro costal: heredan la plataforma de una alienación dramática, es decir, a lo Bresson, a la Nouvelle Vague, para hacer el arte del cine como un despliegue de confecciones técnicas, alejado de la vicisitud humana, con un ángulo más objetivo, preocupado por exponer una realidad que exige cierto nivel crítico del espectador.



Me parece que tengo un ejemplo claro sobre lo que quiero decir: Lucía Carreras: su puesta en escena en “Hasta luego papá” (2013). Eso: su postura teatral. Ejemplo contrario al tratamiento de placer por el montaje. No es casual, se trata de una sensibilidad femenina (un poco como ocurre con Hernández): todo, absolutamente todo, está sostenido sobre las espaldas de nuestra bellísima Cecilia Suarez. La fotografía casi grosera de sepia. Su estructura lineal apoyada de flashbacks. Su hiperemocionalismo agotador pues termina por desconectarnos con el personaje de Cecilia: realmente nos parece su complejo “edipiano” como algo patológico. Cosa contraria lo que ocurre con la soberbia “Párpados azules” (Ernesto Contreras) en la que el tratamiento descarnado de los personajes hace que nos identifiquemos con ellos de mejor manera. Ahí Cecilia es expuesta en toda su capacidad actoral vía una estructura resultado de un engarzamiento entre el despliegue dramático y la narrativa fílmica. Eso sólo puede pasar si la película está bien escrita. En el caso de “Nos vemos papá”, anhelamos de repente un plano suspendido, sin énfasis alguno en el desarrollo dramático, es decir, extrañamos a los que antes habíamos nombrado. Digo, no está mal. Acuso la radicalidad de una obra fílmica en tanto confía casi ciegamente en el efecto que podía crear la protagonista hacia el público. Si nos cae mal Cecilia, el filme se echa a perder, por decirlo de algún modo.


Hay una película que, de buenas a primeras me viene a la mente, y que me parece guarda un equilibrio muy bueno…No la diré, se las platicaré luego.

Quién fuera almohada


El bloggeo termina hasta aquí sin que por ello hayamos realmente terminado. Es mi intención hacer para próximas ocasiones, por lo menos, un ensayo breve sobre el cine mexicano actual, sus características y su apreciación. Tengo muchas cosas que platicarles de eso. Hay películas tan hermosas, tan divertidas, tan impresionantes en el cine nacional, que podríamos consagrar una vida entera a hablar de eso. Desde luego, todo ello con mucha humildad pues apenas y soy alguien como cualquier otro que va y se sienta en el cine sin libretita en mano.

And…is this the END, my love friends…










[1] Este tópico al ser desarrollado engendra una serie de disquisiciones teóricas de efectos inmensos. 

miércoles, 29 de enero de 2014

TO THE WONDER (Spinoza en el País de las maravillas)

(Mientras escribo esta entrada estoy escuchando El tema de Marina de Hanan Townshend: 
https://www.youtube.com/watch?v=v6hcOeEk-wE




To the wonder (2012), es la sexta película del “ex”filósofo norteamericano Terrence Malick (Days of heaven 1978, The thin red line 1998, The tree of life 2011), escrita por él mismo, contando en la fotografía con Lubezky, con quien viene trabajando desde la laureada Days of heaven (2005) y los músicos Hanan Townshend (magnífico músico especializado en filmes quien fue responsable de igual forma de The tree of life) en colaboración con el legendario productor de música pop Daniel Lanois…y con ¡5 editores! en el montaje (A.J. Edwards, Keith Fraase, Shane Hazen, Christopher Roldan, Mark Yoshikawa), de tal suerte que en el final cut ni les vemos las caritas a Jessica Chastein ni a Rachel Weizt, que sí participaron en la película pero que pues al final nanche. (Igual que como pasó con Thin Red que sólo la versión gringa del filme tiene a todas las estrellas con las que contó).


Bueno, como sea, la “trama”, o, el esbozo del esbozo de una secuencia de imágenes, va así: Neil (Ben Afleck, ausente y salvaje) químico norteamericano conoce en París a la bella divorciada Marina (Olga Kurylenko, inasible manojito de nervios), junto con su pequeña hija Tatiana (Tatiana Chiline), quienes se llevará a vivir a Oklahoma con la idea de establecerse felizmente cual menonitas tarados, mientras aquél realiza su chamba de medir niveles tóxicos producidos por la empresa que lo contrató, en la tierra y aguas del pueblo al que llegan. Pero la niña francoparlante, la alienación de una pareja distante cultural y emocionalmente, harán que Marina decida regresar a Francia con el corazón hecho cachitos, desempleada y sin poder retener a su hija quien prefiere la custodia del padre. Mientras tanto…en Gringolandia… neilcito hace y deshace con la cochita pechocha de Jane (Rachel MacAdams, pulcra y serena, sin que le tiemble la pata cuando se pasea entre búfalos), a quien no le importa dejar tirada como una pobre perra cuando Marina regresa a Estados Unidos para casarse con él, con el único objetivo de lograr una tarjeta verde. Pero pues al final, Neil le agarra amorcito al cuerazo de Kurylenko, digo, a Marina, sin que ello evite que ésta le ponga el cuerno con un bato loco medio gacho en virtud de estar confusamente calentosa, digo, confundida espiritualmente sin saber si ama o no ama, la amaron o no la amaron, si Dios es hembra o macho, y así…Obviamente el señor diabólico, al enterarse de que le hicieron de chivo Lubezsky los tamales, se encabrona y rompe el retrovisor de su camioneta (¡qué escenaza!), para luego perdonarla gracias al buen consejo del padre Quintana (Javier Bardem, que deambula durante toda la película de aquí por allá como Job sin lepra ni amigos), y así haciéndose felices entre eternos atardeceres frágiles, llenos de esperanza y revoloteos de la faldita de Kurylenko que da saltitos como párvula entre las hierbas frescas de un por siempre jamás la vida es bella aunque salvaje…etc. etc. etc.

A la tumba del arcángel


Pues bien, ahora, pongámonos serios pues viene mi sano análisis: Hay un punto de inflexión en el argumento que me parece luminoso: en ella encuentro una grieta en el tapiz narrativo que desestabiliza al filme. De manera abrupta, por no sé qué incapacidad racional del personaje de Kurylova, ésta se torna “desnuda”, incapaz de controlar sus emociones y su vida, sumiéndose en una fatalidad existencial, lo que termina por contagiar al resto de los personajes, o, mejor aún: delatándolos como engranes de un plano mayor. Existe una alienación dramática, un “contenido” deliberado del narrador por expresar, digamos, la fragilidad del alma humana. Pero, nótese, esto es posible enunciarlo porque ya desmontamos el carácter de los personajes, es decir, que ya no podemos identificarnos con ellos pues se han elevado demasiado de la continuidad que debió desarrollarse según las premisas. De repente descubrimos que todo es una suerte de metáfora, y, por desgracia, eso hace que termine la zarzuela teológica.

¿Por qué pasa esto? Tengo un ensayo por respuesta: Malick no desarrolla temáticas sino que proyecta conclusiones. Si, en efecto, cada imagen ocupa un signo vacante que ha sido dado dentro de la renuncia a la presentación de un plano lógico, el montaje es guiado por algo superior a la razón: en su lugar hay una evocación, un esbozo, un pretexto para intuir una realidad final. Esto es la salmodia panteísta que se desarrolla durante toda la película y que, en apariencia, es el monologo interior de cada personaje que, para enfatizar aún más la separación de la naturans/naturata (Spinoza), es dicho en varios idiomas.

Dentro del crew, Malick siempre cuenta con un comediante. Imprescindible.

Las conclusiones que presenta Malick es la de la presencia mistérica de lo divino. Así, se entiende que los personajes sean casi títeres de una especie de “autodespliegue del Espíritu Absoluto” hegeliano, que, cuando se manifiesta es porque ya no está, que en su ausencia se hace más entrañable.

Con esta clave interpretativa estamos en aptitud de afirmar que las bellas secuencias de Malick (presentes en todos sus filmes), no son el fruto de un discernimiento humano, de una memoria viva que carnalmente ha “experimentado” (como diría el padre Quintana acerca de la presencia de Dios) las instantáneas del milagro del universo, diseminadas por una trama onírica. Por el contrario, a través de su montaje espectacular, su cámara inquieta, su luz de levante, sus grandes angulares, asistimos a la visión omniabarcante del ojo divino, que observa de cerca/lejos (eso queremos creer pues el desarrollo dramático lo acusa como participante), las vicisitudes de un par de enamorados.

¿Ha querido Malick este acartonamiento narrativo? Tajantemente digo que no. Entonces ¿qué ha querido? En mi opinión, quiere ofrecernos la enésima variación de su dialéctica favorita: Alma humana-Naturaleza salvaje-espiritualidad recuperada, prescindiendo lo más posible de los elementos dramáticos. Es una tríada llana, simple revestida de un batón transparente. Pero no sabemos cómo se las ingenia para que nos parezca novedosa, apetecible, deleitable. Y en eso está el arte de Malick.

¡La pradera!...¡Bambi no! ¡Bambi espera!


Ese arte le debe mucho a una forma en desuso: la mitología, la epopeya, la fábula. La novela, esa forma moderna que profundiza en la complejidad psicológica de los personajes, ha sido desplazada en aras de una meta trascendente: hacernos visible lo sublime, y reubicar el papel del hombre dentro del cosmos, como diría Scheller. Recordemos la fatalidad griega, la sumisión del hombre al capricho de los dioses y su purga por la simple hybris de existir. No es casual que una de las grandes filósofas religiosas del pasado siglo, Simon Weil, escogiera como pantalla de proyección la narrativa de la mitología griega. ¿Y qué es Hegel? El constructor de un palacio mitológico en donde la razón divina gobierna el todo a pesar de la falta de entendimiento del hombre. En Días de cielo asistimos al replanteamiento de la historia de Abraham y Sara sin posibilidades de no incurrir en la fatalidad bíblica: se cumplen cada uno de los elementos que conforman el mito. En El nuevo mundo es aún más machacona la forma (y de paso la temática), con la que se construye una historia en la que sus personajes son personajes y no personas, es casi una pugna de elementos simbólicos, un mapa semiótico. Esta es la analogía que mejor explica la filmografía de Malick.

Los personajes poseen un rasgo muy visible: son una especie de mónadas que no se tocan, incapaces de comunicarse entre sí y que sólo responden a una armonía preestablecida, misma que, desde luego, está legitimada por el pantocrátor cinematográfico que es Terrence Malick.

¿Y qué tan duro...?


Realmente no quiero expresar mi opinión acerca de lo que a partir de ahora debería o no hacer el cineasta texano. Sin embargo, quisiera apuntar la necesidad de revisar la relación que guarda su temática sobreescrita, con sus recursos narrativos, que, aunque pudiese parecer que está en desarrollo, lo que sigue, por conclusivo, sin dudas será nauseabundo. 


THE END


domingo, 26 de enero de 2014

MI VIDA CON LA PÁJARA PEGGY


El día en el que mi hijo me diga que tiene cuenta en Twitter, de manera certera, por lo menos, pasaran por mi memoria una serie de experiencias que podrán ser resumidas en el consejo de tener cuidado, de que podría parecer un divertimento insípido, pero que no lo es: es tan seductor como inhóspito, tan real como ficticio. Es el ejemplo perfecto para una teoría del conocimiento.

Como me portaré un poco pedagógico (por lo menos me daré gusto en ese desliz), le platicaré algunas cosas interesantes/peliagudas que me han pasado hasta ahora (para comenzar), en mi extraña relación con la pájara Peggy:

La paranoia se potencia con los nombres propios. De repente un día descubrí que uno de mis twiteros favoritos me había dejado de seguir. No entendía por qué: habíamos interactuado bien, es decir, nos habíamos mandado mensajes directos, compartido entradas de bloggs, nos habíamos faveado, retwiteado y recomendado el uno al otro, etc. Fue tanta mi sorpresa que estúpidamente twitié arrobándole “¿Sabéis porque estoy tan triste?” (Claro, no me respondió). Y le di unfollow por puro ardor. A la semana medité que eso era una tontería y de nueva cuenta empecé a seguirle: hay que seguir a alguien porque nos guste cómo escribe y no porque nos devuelva el follow. Gran lección. Sin embargo, ¿qué fue lo que pasó? Hay una respuesta muy simple: Porque quiso. Pero soy de esas personas a las que les gusta encontrarle tres pies al gato (de todos modos tienen tres + uno), y tengo esta hipótesis: en cierta ocasión, me mandó un mensaje directo en tiempo real después de una ligera interacción por medio de tweets. Iniciamos una ligera plática. Todo bien. El error estuvo (creo yo) cuando me despedí, le dije algo así como “Buenas noches, espero poder platicar con usted posteriormente y deje de llamarle de “usted” para, por lo menos, llamarle C…”

Personalmente, no me gusta tutear en el Twitter, lo considero de mal gusto. El asunto es que entre el “usted” y el “tú”, existe el nombre propio (según yo, claro está), y quise expresar mi deseo de mayor cercanía con la acotación propia. Pero supongo que logré ese efecto dramático similar a cuando el policía gira voluptuosamente hacia el interrogado y le dice “Yo no dije que la habían estrangulado…”, o algo así. Conocía su nombre porque se había encargado de diseminarlo a través del Twitter. Pero le entró la paranoia. Pueden llamarme sexista por lo que voy a decir pero, pues qué: se trataba de una mujer y supongo que temió por su integridad física y sexual. Etc. Aburrido etcétera. Claro, mi hipótesis está trasnochada, pero pues eso es mejor que al abismo de una perplejidad.

¡fail!


No te metas en discusiones ajenas. Seguía a dos personas de marcada importancia política (Jalife-Rahme y el diputado de “izquierda” Mario Di Constanzo). Me interesaban sus puntos de vista. En ese entonces yo no sabía que, en particular el primero, solía ser muy polémico en sus, ya no digamos declaraciones, sino en sus “agarrones” con otros twiteros. El cliente frecuente de la casa era Di Constanzo. En una de tantas veces les twitíe a ambos algo así como “Es una vergüenza para el país que personas de tan elevada calidad intelectual se agarren como verduleras de mercado”. Di Constanzo me unfoleó y Jalife Rahme me bloqueó.

Pero eso es lo de menos. No me enteré del bloqueo sino hasta que apareció el hashtagg “reinstalen a Jalife”, pues al parecer le habían cerrado su cuenta a éste en virtud de las denuncias de los usuarios por sus constantes declaraciones. Me pronuncié inmediatamente al respecto señalando algo como “en un medio como el twitter lo más inapropiado es suspenderle la cuenta a alguien simplemente porque su opinión no concuerda con lo que dicen los demás”. Etc. Pero, oh ingenuidad, él sí pensaba que mi opinión no valía. Qué cosas.

¡Oh ingenuidad!


No te hagas el gracioso arrobando, sobre todo si son twitstars lo arrobados. Uno de los episodios más tristes de mi existencia twitera; malhadado, aciago, fatídico, infernal, etc. Mj. Fue cuando arrobé a dos twitstars haciendo un chiste local para aplicarlo a una situación personal. Lo curioso es que una de las involucradas (porque ambas eran mujeres), faveó mi tweet. En poco rato la otra me insultó diciéndome hasta de lo que me iba a morir. Digo curioso porque después de eso, la primera borró su fav y le hizo coro a la segunda. Era evidente quién era la tuitstar activa, la que se servía de la otra. Desde luego yo retwitié eso, a manera de carta de no recomendación. Pero no me duró mucho el gusto pues al rato borraron sus respuestas. La cereza en el pastel vino cuando un X, me insultó igual; así es, un fan de una de ellas sino es que de ambas, que quería vengar a sus ídolas.

Un #FF selfie


Cuida lo que dices, están pendientes de sus tweets. En mis inicios tuiteros, obviamente, seguía a twitstars como todo mundo hace. Había dos de ellas que interactuaban con mucha frecuencia. Cierta espeluznante noche en la cual estaba muy aburrido y ninguno de los tweets paridos por los dioses del tuiti me sacaban de mi náusea existencial, Dios vino en mi auxilio y fui testigo de una plática entra las susodichas mencionadas acerca de ¡sus ciclos menstruales! No sé si se querían hacer las graciosas o ignoraban la utilidad de los mensajes directos, pero llenaron mi cabeza de bizarras visiones. Por retraso mental o inexperiencia, retwitié algunas de sus brillantes observaciones acerca del desprendimiento de los óvulos de la matriz mientras alternaba a ello con frases tipo “qué genialidades”, “iluminan mi vida, etc.” Una me dijo “chismoso”, la otra preguntó “¿lo bloqueamos querida?” a lo que recibió por respuesta de la primera “Después de ti querida”. Y, Fin.

El twitter no es un buen lugar para descargar tus frustraciones. El Dr. en derecho, Miguel Carbonell, es twitero, y yo lo seguía. Sin embargo, en lo particular, nunca he sido amante del derecho pese a ser la carrera que estudié. Lo seguía por cuestiones relativas a mi preparación académica. Un día, harto de su machacona perspectiva jurídica le arrobé diciéndole “El Dr. Carbonell, debe padecer de algún tipo de neurosis, no es normal tanta obsesión por una materia tan irrelevante como el derecho”. En una conferencia acerca del valor de las redes sociales, Carbonell señaló que “su estilo es no responder los tweets”. (¡Y cómo no!, con semejante troll que se carga: el dichoso tweetstartrollo Papel Carbonel). Sin embargo, por medio de mensaje directo me hizo saber que le había hecho gracia mi comentario (majadería), y que, de alguna manera, no lo tomó a mal. Me merecía esa cachetada con guante blanco.

Inche igualado


Los Trenden topic: antros para retrasados. Nunca he recibido tantos retweets y favs como cuando participé en un hashtagg referente al “triunfo” de Peña Nieto para la presidencia. Esos tweets no tienen nada de especial, ni de geniales ni de, por lo menos, cuidadosamente bien redactados. Lo que pasa es que simplemente insulté como todos querían insultar: atinadamente, sacando a relucir la obviedad de la estupidez de nuestro primer mandatario. Parece ser que eso gusta, como si los tweets siempre fuesen la forma de descargar nuestras iras y frustraciones, incapacidades y anonadamientos.

Jajajajaja. Ahí lo tienen. Dime a quién sigues y te diré quién eres. El buen Taquero se refiere al odioso tweetstar "Chumel Torres".


Aprende a quién dirigirte según el estilo con el que se maneja. A una twitera de la cual me interesaba su opinión (obvio), la interpelé en cierta ocasión por un tema. Acepto que mi tweet era ambiguo (¿se puede no serlo por medio de 140 caracteres?); lo que no acepto es que se haya conducido como lo hizo. Todo parte del estado de ánimo que lleva aparejada la idea vertida en el tweet[1], y eso debí haberlo leído además de la personalidad propia de la sujeta en cuestión. Con cada tweet “aclaratorio” que le enviaba, más crecía su descontento. En fin que terminé por abandonar el connato de diálogo. No estoy justificando mi falta de pericia pero, ¿qué puede uno pensar de una persona que, en lugar de responderte directamente, alude a tu cuestionamiento como si se tratara de un “informe”? Se dirigía a sus seguidores diciendo “me informan aquí que…” y luego, la idea (obvio distorsionada) de lo que le estaba queriendo decir. Es una actitud propia del despotismo ilustrado eludir aludiendo (mijo no cometas esa tarugada). Lo que parece ignorar esta persona es que, cuando hablaba con “su público”, también se dirigía a mí, es decir, a quien ella presupone como algo más que un bot.


La postdata amorosa vino cuando un metiche comentó algo a su favor. A éste sí le contestó (claro, con ello se sintió respaldada), sin saber que éste tanto sí me seguía como que en varias ocasiones había demostrado simpatía por mis puntos de vista.

Imagen tomada de http://www.microsiervos.com/archivo/arte-y-diseno/twitter-aureo.html


El twitter puede ser en grado sumo instructor. En cierta ocasión me enseñaron cómo liar un porro. (Fotos incluidas).

Misterios sin resolver. En uno de esos viernes de recomendación, arrobé como a…5 twiteros que eran buenos, pero que, además, tenían la particularidad de pertenecer a un círculo de interacción común. En breve mi tweet había desaparecido. Supongo que no querían ser recomendados como pertenecientes al mismo club. O no sé.

No twitees estando borracho…bueno, podéis hacerlo si eres chingón. Lo que de plano no hagas es tweetcam estando drogado. Seguía (dejé se seguirla porque empezó a twitear cosas demasiado locales), a una chica colombiana que se identificaba por ser pinkfloyera y vale madres (¡qué “raro”!). Todo bien. Hasta que un día hizo tweetcam. Y ¿para qué quieren saber más?…La cosa es que en casi un mes no se apareció y cuando regresó, se portaba muy normalita.

Definitivamente tengo más experiencias en el Tuiti, pero, o son indignas de mencionarlas o de plano se me olvidaron de tan traumáticas. Como sea, antes de terminar este suplicio de bloggeo y del cual seguramente pueden sacar la más insustancial de las sabidurías, quiero señalar que el balance final de mi relación con el Twitter ha sido muy satisfactorio. A riego de sonar mal, diré que lo vivido en él hace sentirme menos solo. Creo que eso es todo. Podría extenderme ad nauseam de porqué esto es así, pero creo que esa indicación lo resume puntualmente: nos hace sentir menos extraños, “comunicados” como por una especie de armonía preestablecida leibniciana en la cual no podemos tocarnos pero no por ello somos desconocidos los unos de los otros.




FIN


[1] De esto hablaré mejor en la segunda parte de esta entrada.