Siempre que se pueda
elegir,
uno deberá
hacerlo por los que menos tienen,
a condición de no
olvidar que los oprimidos
están hechos del
mismo barro que sus opresores.
E.M. Cioran
Estamos a escasos días de la
elección presidencial en México y ha acontecido un fenómeno que nunca antes me
había tocado vivir en el terreno de mis ideas sobre las cosas: ha coincidido la
vorágine política actual con un cambio de mentalidad de mi parte hacia los
problemas sociales, tal y como si se tratase de una armonía prestablecida
leibniziana.
Es verdad que desde siempre
fui consciente de la existencia de la protesta política en México, y de la
importancia del lugar que tenían las expresiones culturales producidas directa
o indirectamente por jóvenes artistas mexicanos, pero no de su pertinencia y
autenticidad. La arista a la protesta ya señalada estaba marcada por un
desencanto hacia el cambio que había sido prometido en la Constitución del 17.
México tuvo la primera revolución social en el mundo, de ahí que cierto sector
de la juventud empezara agrietarse ante la desilusión de un mal manejo de la
ideología revolucionaria por manos “institucionalistas”, justo cuando otros
países estaban apenas iniciando su odisea de lucha social. Sin embargo se
compartía el entusiasmo de la Revolución cubana y de la puesta en práctica de
varios de los postulados comunistas en la desaparecida Unión Soviética. Mucho
de este entusiasmo se debía a una marcada repulsión al neocolonialismo yanqui.
La guerra de Vietnam, Watergate, la guerra fría, el bloqueo a Cuba, la
segregación racial, etc., eran unos de tantos motivos.
Las décadas de 1920-1960,
fueron suficientes para que se afianzara una forma particular de tecnocracia
que no respondió a muchas de las exigencias populares y, sobre todo, de los
intelectuales preparados en el país. Pero eran una minoría; México tenía todo
para convertirse en un País de total desarrollo y esta esperanza hacía que la
gente aún soportara los nuevos embustes de los poderosos, gubernamentales o no.
Recordemos que la dictadura del partido oficial gobernaría 40 años más. De ahí
que la matanza de Tlatelolco haya sido desproporcionada por parte del gobierno:
esos jóvenes no eran los jóvenes que podían poner a temblar un régimen. Eso era
paranoia política y miedo a la opinión internacional cuyos ojos estaban sobre México virtud de los
Juegos Olímpicos.
Realmente el que alguien
haya ido a Lecumberri o haya sido objeto de la Guerra Sucia, no nos deja más
que perplejos en virtud de lo innecesario de dichas acciones. No existía en el
gobierno la capacidad, (que debió venir desde la Secretaría de Educación
Pública), de sumar a los jóvenes de ese movimiento, a la
generación que gozaba de los privilegios de la Revolución. Es por ello que me
pareció , estupidamente, más una moda que otra cosa.
Ante tal indiferencia de mi
parte, no resultaba más que en una pose (como la que tantos que hay por ahí se
les facilita mostrar a través del discursillo socialista), el hecho de ser de
“protesta”. También existe un socialismo mainstream.
Mi frivolidad siempre me dijo, en el fondo, que todo ello eran ganas de tener
una causa para una rebeldía natural en contra de los ordenes establecidos, que
no era más que la proyección o sublimación de la calentura eufórica que da el
conocimiento histórico e ideológico, y que, al ser absorbida por jóvenes
estudiantes, cultos, sí, pero fuera de toda realidad política, resultaba en un
pastiche seudopolítico.
Pero las cosas han cambiado
y he comprendido la razón de ser de esa mi parte reaccionaria, y, por ende,
creo saber en dónde se haya la esencia del discurso socialista y su pertinencia
en el actual mundo postmoderno.
Difícilmente podría abarcar
en un ensayo pequeño el por qué me ha causado tanta sorpresa la feliz
coincidencia de que se me de esta consciencia político-social en el momento
actual que vive mi querido pueblo, sin embargo intentaré abarcar un poco de
ello.
1.- La pobreza personal
Resulta que el ámbito del
cual provengo, el académico, el intelectual cerrado en su maquinaria nihilista,
ha cedido a una realidad que antes no me había tocado vivir: el de la pobreza
personal. Así de simple, así de plano. He dejado mi vehículo estacionado en la
puerta de mi casa y he tenido que andar a pie puesto que no he tenido ni para
el camión. La comida que me he hecho estas últimas semanas ha sido el producto
de cocinar los insumos más básicos de una despensa. Antes, cada fin de semana
era obligatoria una borrachera o un gasto en cualquier liviandad para sentir
que estaba bien viviendo. Nunca he sido un gran dilapidador, pero, en
retrospectiva, tiraba más de lo que ganaba y no me redundaba en beneficio
espiritual alguno.
2.- El papel de la educación
respecto a lo económico
Eso es por un lado, por el
otro, mi consciencia de que el dinero que le proporcionaba a mi hijo era y es
sumamente poco: setecientos pesos a la quincena, cosa que apenas y da para lo
esencial y que, seguramente bajo la rabia de su madre, se están actualmente
haciendo gestiones judiciales para que logre aumentar el monto de dicha
pensión. Pero será imposible: no tengo dinero. ¿Realmente un niño puede vivir a
la quincena con setecientos pesos? Depende: si es un niño pobre, de clase media
o alta sociedad. Esta misma situación me ha hecho replantearme el “nivel” (que
más bien es un estilo de vida), que la madre de mi hijo le quiere heredar. Me
ha parecido que una de las causas por las cuales me separé de esta mujer era
por su excesivo materialismo y frivolidad con respecto al dinero: creció con el
estigma de que solamente se es alguien poseyendo los bienes materiales que más
se pueda. Esto, nunca lo pude comprender hasta hace poco que me percaté que era
un lugar común en Latinoamérica, en países subdesarrollados (lo digo sin
eufemismos). Otro factor por el cual yo no entendía esa codicia materialista
era porque nunca carecí de nada ni fui educado para ambicionar ninguna forma de
bien material. Desde luego, esto, también es un error.
Acostumbrado a que mis
padres, pertenecientes a una clase emergente que había escalado del nivel más
inferior social hasta la posición media alta, solucionaran gran parte de mis
problemas económicos, hizo que mi espíritu divagara en las ocupaciones sesudas
propias del intelectual sumido en su metafísica religiosa y en el drama del vacío
que es la vida. Sobre este punto regresaré después pues, en sí, nunca podré
dejar a un lado esa visión de la vida porque me es muy íntima, pero solamente
ahora aplicada a una nueva forma de compromiso.
Esta situación no me dejaba
buenos antecedentes sobre la forma en la que resultaba necesario educar a mi
hijo. Tenía que replantearme mis valores respecto a las situaciones concretas,
materiales de la existencia. ¿Qué debería hacer una persona que a lo largo de
su historia vital había mostrado un desdén hacia el dinero, producto de su
circunstancia, es verdad, pero que era realmente injustificada? No tenía raíces
para poder sentirme formar parte de esta tierra, de la vida que te puede robar
el alma usando un medio tan vulgar como la gastritis.
Desdeñar el dinero es
desdeñar el malestar social de mi prójimo. Este silogismo era el principio que
hacia sujetarme al hecho invencible que de no resolver mi situación económica
(carezco de trabajo hoy día y me he negado a recibir ayuda de mis padres), no
solamente me estaba hundiendo yo sino que estaba legitimando las indignas
acciones de unos cuantos poderosos que, suprimidos los recovecos explicativos
del sistema del mercado y etc., matan de hambre o insalubridad a inocentes. Pero
existen otras formas de darles muerte a los humanos, como por ejemplo,
enajenándolos con paliativos o sumiéndolos en la ignorancia, la peor de las
esclavitudes humanas.
No apruebo que mi hijo sea
abandonado por el egoísmo de una madre que huye de su hogar so pretexto de un
trabajo arduo que le retribuye lo necesario para que a éste “no le haga falta
nada”. Es ella la que en realidad busca su satisfacción personal a través del
logro de una forma de vida que considera trascendente.
Me parece injusto que el
niño, encontrándose en una etapa crucial de su existencia, no reciba la
atención y cuidado espiritual suficiente de su madre.
Me parece digno de ejemplo
ante la sociedad, la situación de mi hijo como la que hoy día viven miles de
familias que se han embarcado en una visión de “buena vida” que le proponen los
países desarrollados y que se encuentra totalmente fuera de contexto social en
nuestro país.
Juzgo inconveniente educar a
un niño con la idea de que una felicidad puede ser comprada. Hasta al cansancio
se ha dicho esto pero ¿quién realmente se queda con aquello que de dinero le
tocó proveniente del producto de un trabajo modesto?, ¿Quién es capaz de
dedicarse al verdadero producto de la faena y de la existencia que es la
actividad espiritual en un ejercicio dinámico de enseñanza-aprendizaje, dando
el mejor ejemplo de vida a sus hijos?
3.- Tocar el fondo del ser
No es de mi total gusto el
Derecho, sin embargo he aquí que soy un doctorando. Los estudios que he emprendido
en materia de derechos humanos me han llevado de la mano a un viaje de
investigación en donde las realidades sociales son la materia prima de una
intelectualidad seria y muy apegada a una forma de vida envidiable por
auténtica. Sobre todo eso, el ejemplo es lo que me ha impactado.
Lo que antes representaba un
ejercicio, casi distracción, de la actividad mental, vino a resultar un ámbito
de desarrollo para situarme en una esfera real, vivida, en donde el ser humano
ocupa el centro de atención desde una óptica para mí inédita.
Antes había leído a
Ferrajoli a propósito del Derecho Penal, pero es cuando en su actual discurso y
materia de investigación lo encuentro sumamente interesante y necesario. De
igual modo, Habermas había pasado por mis ojos por medio de una lectura que,
aunque superficial, era suficiente para darme una idea general de su obra. Pero
no sabía las implicaciones que su discurso conllevaba hacia el seno de las
democracias en los países hoy aquejados (o sea todos), por el mal de la falta de
dirección mundial hacia una política de desarrollo económico conjunto. Si es
verdad, y no a manera de esperanto-utopía política, que la teoría de la acción
comunicativa sienta las bases para un futuro en donde, entre otras cosas, la
desigualdad social sea un objeto claramente identificable en sus presupuestos y
consecuencias y, por ende, se le pueda atacar con las políticas suficientes
entre todos los países del orbe mundial, entonces hay vislumbres de posibilidad
del progreso. Dentro de este mismo contexto se ubica Ferrajoli cuando le toca a
su voz expresar el estado ideal al cual deben ser dirigidos los derechos
humanos una vez suprimidas las diferencias estatales y establecidos los
instrumentos garantes de respeto a las libertades básicas de los individuos,
dentro de las cuales están, desde luego, el derecho a trabajar y a recibir un
pago justo con las consideraciones pasivas de la seguridad social.
Quien le dota a esta
constelación de explicaciones teóricas acerca de la realidad social, una
impronta aún más cercana a los hechos sociales de una forma inesperada, ha sido
el nobel de economía Amartya Sen. Dueño de una comprensión casi total de los
fenómenos económicos y sociales del mundo, se ha atrevido a ensanchar la visión
del economista situándolo dentro de una perspectiva humanista, sin que esta sea
gratuita. Sí: su visión altruista no surge de un capricho del corazón sino del
desarrollo de sus investigaciones en donde descubre la conveniencia de plantear
un nuevo criterio de juicio para medir el desarrollo tanto de los individuos
como de los países. ¿Cuál es esta forma de medición del bienestar de un país?:
El grado de libertad de sus ciudadanos.
La verdad no hace libre, la
verdad esclaviza porque es de corte dogmático. El único elemento de
conocimiento valido es el de la aportación de un instrumento de sentido
crítico. Una verdad que no logra destruirse a sí misma y replantearse una nueva
realidad, no vale la pena ser llamada tal. En mi perspectiva, la libertad
individual solamente se da en un espacio de participación en donde el diálogo,
construcción de la verdad, es la clara muestra de civilidad, democracia y
madurez espiritual de un pueblo. En esto estoy de acuerdo al enfoque
constructivista de la educación (Pero, dicho sea de paso, sólo hasta allá).
Forzosamente para sortear el
peligro de la intransigencia dogmática, de la caída en el Weltanschauung, el ser humano debe abrirse y romper con su esquema
de intimidad intocable. Y de hecho, es imposible que el fuego de una certeza
del espíritu no rompa la barrera del silencio y de la desolación: hasta los
nihilistas más fervientes han terminado por publicar libros que forzosamente
los llevan a abrir su soledad hacia la humanidad entera.
En estos temas y de manera
tangencial en otros del mismo corte, he encontrado mi nuevo esquema de trabajo
justo ahora que un subsidio gubernamental para finalizar mis estudios de
posgrado me ha sido felizmente concedido. Lo primero que me viene a la mente es
el hecho de que ese dinero proviene de un fondo público y que no puede ser
usado de manera no académica sin caer en un evidente acto de inmoralidad. La
oportunidad de ser un investigador que redunde en beneficios para el país me
llena de entusiasmo, y justifica en gran parte el porqué de la feliz
coincidencia de la que hablaba al inicio de este ensayo.
Es claro el porqué del
despertar de mi consciencia social. Sin embargo equilibro esta nueva
perspectiva de vida en el hecho irrefutable de que en ello sólo está parte
de la solución a los problemas de
esclavitud de los hombres.
4.- Cambio de espíritu
Porque estoy convencido de
la realidad del sinsentido de la vida, la ausencia estremecedora aunque
benéfica de una forma de responsabilidad cósmica, es que puedo afirmar con
sinceridad, la necesaria lucha que el hombre debe librar contra ese sinsentido.
La lucha es necesariamente personal. No se me mal entienda: la consciencia
social no es sino producto de un compromiso consigo mismo y de su efectivo
cumplimiento. No es cosa de sentimientos, aunque tienen un valor especial en la
toma de decisiones éticas, sino de un cálculo en respuesta a nuestras
condiciones como seres humanos. Ortega y Gasset, señalaba que el hombre no se
salva si no salva su circunstancia. Lo que dicho de otro modo quiere decir que
no puede salvarse. Pero eso no quiere decir que estemos condenados al estatismo
ni al anquilosamiento. No existiendo fundamento al cual asirse, toca a la
fuerza humana crear su propia raíz y cimiento. Parafraseando a Camus diremos que la lucha proviene de la consciencia de la fatal derrota. Cobra una vida dignidad en la medida en la que se resiste a su destino. ¿Cosa irracional? No: es la razón la que nos dice que el universo es irracional y que solamente puede existir una realidad en la medida en la que el hombre proyecte sus llamas otorgándole sentido a las cosas, como nos enseñó Nietzsche.
Porque me causa agravio la estupidez humana, su ignorancia, su insensibilidad. Esta juventud terriblemente, estremecedoramente vacía, no puede siquiera sondear el hecho inquebrantable de la fatalidad de la muerte. Es rídiculo pretender salvar al hombre: no hay nada que salvarle, él mismo es el error magno del universo. Su presencia niega toda forma de belleza y de bondad, de justicia y de poder. Humillado, a penas y es visible ante sus enormes químeras que ha levantado so pretexto de una grandeza que nunca llega.
El
arte de Samuel Becket, como otrora lo fue de Kafka, es hacernos ver que en la
realidad nunca pasa nada. Que el tiempo es una sustancia sin peso, ingrávida, y
que solamente la epilepsia de nuestra sed de sabiduría, de ese fruto prohíbido
del árbol del Edén, nos hace formar parte de ese desfile de absolutos que es la
historia. Todos somos cristos salvadores, buscamos díscipulos por todos lados;
tenemos sed de redención, de hacer historia. La revolución, lo reaccionario, la
reducción de los aconteceres del hombre a una sordida lucha de clases, o a la
visión facilona de indentificar a un enemigo que hay que destruir me reporta
náuseas, asco y la consciencia necesaria para huir de esa orgia de locos que es
la política y los compromisos sociales.
Porque
yo sé eso y mucho más es que estoy autorizado a decir que puedo luchar, y que
puedo hacer que otros empiecen a luchar. Nada me puede desalentar porque para
mí la vida ya es de entrada una derrota. No podemos perder porque por el simple
hecho de haber nacido somos unos grandísimos perdedores.
La
lucha apenas inicia, pues la realidad, aplastante, fatal, es el espacio, la
página en blanco en donde nos toca escribir la memoria que los que vienen han
de tener de nosotros.
Carnet de identificación en la resistencia francesa de Simone Weil, máxima exponente del misticismo cristiano-socialista de nuestro tiempo.