(Mientras
escribo esta entrada estoy escuchando El tema de Marina de Hanan Townshend:
https://www.youtube.com/watch?v=v6hcOeEk-wE
https://www.youtube.com/watch?v=v6hcOeEk-wE
To
the wonder (2012), es la sexta película del “ex”filósofo norteamericano
Terrence Malick (Days of heaven 1978, The thin red line 1998, The tree of life
2011), escrita por él mismo, contando en la fotografía con Lubezky, con quien
viene trabajando desde la laureada Days of heaven (2005) y los músicos Hanan
Townshend (magnífico músico especializado en filmes quien fue responsable de
igual forma de The tree of life) en colaboración con el legendario productor de
música pop Daniel Lanois…y con ¡5 editores! en el montaje (A.J. Edwards, Keith
Fraase, Shane Hazen, Christopher Roldan, Mark Yoshikawa), de tal suerte que en
el final cut ni les vemos las caritas a Jessica Chastein ni a Rachel Weizt, que
sí participaron en la película pero que pues al final nanche. (Igual que como
pasó con Thin Red que sólo la versión gringa del filme tiene a todas las estrellas
con las que contó).
Bueno,
como sea, la “trama”, o, el esbozo del esbozo de una secuencia de imágenes, va
así: Neil (Ben Afleck, ausente y salvaje) químico norteamericano conoce en
París a la bella divorciada Marina (Olga Kurylenko, inasible manojito de
nervios), junto con su pequeña hija Tatiana (Tatiana Chiline), quienes se
llevará a vivir a Oklahoma con la idea de establecerse felizmente cual
menonitas tarados, mientras aquél realiza su chamba de medir niveles tóxicos producidos
por la empresa que lo contrató, en la tierra y aguas del pueblo al que llegan.
Pero la niña francoparlante, la alienación de una pareja distante cultural y
emocionalmente, harán que Marina decida regresar a Francia con el corazón hecho
cachitos, desempleada y sin poder retener a su hija quien prefiere la custodia
del padre. Mientras tanto…en Gringolandia… neilcito hace y deshace con la
cochita pechocha de Jane (Rachel MacAdams, pulcra y serena, sin que le tiemble
la pata cuando se pasea entre búfalos), a quien no le importa dejar tirada como
una pobre perra cuando Marina regresa a Estados Unidos para casarse con él, con
el único objetivo de lograr una tarjeta verde. Pero pues al final, Neil le
agarra amorcito al cuerazo de Kurylenko, digo, a Marina, sin que ello evite que
ésta le ponga el cuerno con un bato loco medio gacho en virtud de estar confusamente
calentosa, digo, confundida espiritualmente sin saber si ama o no ama, la
amaron o no la amaron, si Dios es hembra o macho, y así…Obviamente el señor
diabólico, al enterarse de que le hicieron de chivo Lubezsky los tamales, se encabrona y rompe el retrovisor de su camioneta (¡qué escenaza!), para
luego perdonarla gracias al buen consejo del padre Quintana (Javier Bardem, que
deambula durante toda la película de aquí por allá como Job sin lepra ni
amigos), y así haciéndose felices entre eternos atardeceres frágiles, llenos de
esperanza y revoloteos de la faldita de Kurylenko que da saltitos como párvula entre
las hierbas frescas de un por siempre jamás la vida es bella aunque salvaje…etc.
etc. etc.
A la tumba del arcángel |
Pues bien, ahora, pongámonos serios pues viene mi sano análisis: Hay un punto de inflexión en el argumento que me parece luminoso: en ella encuentro una grieta en el tapiz narrativo que desestabiliza al filme. De manera abrupta, por no sé qué incapacidad racional del personaje de Kurylova, ésta se torna “desnuda”, incapaz de controlar sus emociones y su vida, sumiéndose en una fatalidad existencial, lo que termina por contagiar al resto de los personajes, o, mejor aún: delatándolos como engranes de un plano mayor. Existe una alienación dramática, un “contenido” deliberado del narrador por expresar, digamos, la fragilidad del alma humana. Pero, nótese, esto es posible enunciarlo porque ya desmontamos el carácter de los personajes, es decir, que ya no podemos identificarnos con ellos pues se han elevado demasiado de la continuidad que debió desarrollarse según las premisas. De repente descubrimos que todo es una suerte de metáfora, y, por desgracia, eso hace que termine la zarzuela teológica.
¿Por
qué pasa esto? Tengo un ensayo por respuesta: Malick no desarrolla temáticas
sino que proyecta conclusiones. Si, en efecto, cada imagen ocupa un signo
vacante que ha sido dado dentro de la renuncia a la presentación de un plano
lógico, el montaje es guiado por algo superior a la razón: en su lugar hay una
evocación, un esbozo, un pretexto para intuir una realidad final. Esto es la
salmodia panteísta que se desarrolla durante toda la película y que, en
apariencia, es el monologo interior de cada personaje que, para enfatizar aún
más la separación de la naturans/naturata (Spinoza), es dicho en varios
idiomas.
Dentro del crew, Malick siempre cuenta con un comediante. Imprescindible. |
Las conclusiones que presenta Malick es la de la presencia mistérica de lo divino. Así, se entiende que los personajes sean casi títeres de una especie de “autodespliegue del Espíritu Absoluto” hegeliano, que, cuando se manifiesta es porque ya no está, que en su ausencia se hace más entrañable.
Con
esta clave interpretativa estamos en aptitud de afirmar que las bellas
secuencias de Malick (presentes en todos sus filmes), no son el fruto de un
discernimiento humano, de una memoria viva que carnalmente ha “experimentado”
(como diría el padre Quintana acerca de la presencia de Dios) las instantáneas
del milagro del universo, diseminadas por una trama onírica. Por el contrario,
a través de su montaje espectacular, su cámara inquieta, su luz de levante, sus
grandes angulares, asistimos a la visión omniabarcante del ojo divino, que
observa de cerca/lejos (eso queremos creer pues el desarrollo dramático lo
acusa como participante), las vicisitudes de un par de enamorados.
¿Ha
querido Malick este acartonamiento narrativo? Tajantemente digo que no.
Entonces ¿qué ha querido? En mi opinión, quiere ofrecernos la enésima variación
de su dialéctica favorita: Alma humana-Naturaleza salvaje-espiritualidad
recuperada, prescindiendo lo más posible de los elementos dramáticos. Es una
tríada llana, simple revestida de un batón transparente. Pero no sabemos cómo
se las ingenia para que nos parezca novedosa, apetecible, deleitable. Y en eso
está el arte de Malick.
Ese
arte le debe mucho a una forma en desuso: la mitología, la epopeya, la fábula.
La novela, esa forma moderna que profundiza en la complejidad psicológica de
los personajes, ha sido desplazada en aras de una meta trascendente: hacernos
visible lo sublime, y reubicar el papel del hombre dentro del cosmos, como
diría Scheller. Recordemos la fatalidad griega, la sumisión del hombre al
capricho de los dioses y su purga por la simple hybris de existir. No es casual
que una de las grandes filósofas religiosas del pasado siglo, Simon Weil,
escogiera como pantalla de proyección la narrativa de la mitología griega. ¿Y
qué es Hegel? El constructor de un palacio mitológico en donde la razón divina
gobierna el todo a pesar de la falta de entendimiento del hombre. En Días de
cielo asistimos al replanteamiento de la historia de Abraham y Sara sin
posibilidades de no incurrir en la fatalidad bíblica: se cumplen cada uno de
los elementos que conforman el mito. En El nuevo mundo es aún más machacona la
forma (y de paso la temática), con la que se construye una historia en la que
sus personajes son personajes y no personas, es casi una pugna de elementos simbólicos,
un mapa semiótico. Esta es la analogía que mejor explica la filmografía de
Malick.
Los
personajes poseen un rasgo muy visible: son una especie de mónadas que no se
tocan, incapaces de comunicarse entre sí y que sólo responden a una armonía
preestablecida, misma que, desde luego, está legitimada por el pantocrátor
cinematográfico que es Terrence Malick.
Realmente
no quiero expresar mi opinión acerca de lo que a partir de ahora debería o no
hacer el cineasta texano. Sin embargo, quisiera apuntar la necesidad de revisar
la relación que guarda su temática sobreescrita, con sus recursos narrativos,
que, aunque pudiese parecer que está en desarrollo, lo que sigue, por
conclusivo, sin dudas será nauseabundo.
THE END