miércoles, 29 de enero de 2014

TO THE WONDER (Spinoza en el País de las maravillas)

(Mientras escribo esta entrada estoy escuchando El tema de Marina de Hanan Townshend: 
https://www.youtube.com/watch?v=v6hcOeEk-wE




To the wonder (2012), es la sexta película del “ex”filósofo norteamericano Terrence Malick (Days of heaven 1978, The thin red line 1998, The tree of life 2011), escrita por él mismo, contando en la fotografía con Lubezky, con quien viene trabajando desde la laureada Days of heaven (2005) y los músicos Hanan Townshend (magnífico músico especializado en filmes quien fue responsable de igual forma de The tree of life) en colaboración con el legendario productor de música pop Daniel Lanois…y con ¡5 editores! en el montaje (A.J. Edwards, Keith Fraase, Shane Hazen, Christopher Roldan, Mark Yoshikawa), de tal suerte que en el final cut ni les vemos las caritas a Jessica Chastein ni a Rachel Weizt, que sí participaron en la película pero que pues al final nanche. (Igual que como pasó con Thin Red que sólo la versión gringa del filme tiene a todas las estrellas con las que contó).


Bueno, como sea, la “trama”, o, el esbozo del esbozo de una secuencia de imágenes, va así: Neil (Ben Afleck, ausente y salvaje) químico norteamericano conoce en París a la bella divorciada Marina (Olga Kurylenko, inasible manojito de nervios), junto con su pequeña hija Tatiana (Tatiana Chiline), quienes se llevará a vivir a Oklahoma con la idea de establecerse felizmente cual menonitas tarados, mientras aquél realiza su chamba de medir niveles tóxicos producidos por la empresa que lo contrató, en la tierra y aguas del pueblo al que llegan. Pero la niña francoparlante, la alienación de una pareja distante cultural y emocionalmente, harán que Marina decida regresar a Francia con el corazón hecho cachitos, desempleada y sin poder retener a su hija quien prefiere la custodia del padre. Mientras tanto…en Gringolandia… neilcito hace y deshace con la cochita pechocha de Jane (Rachel MacAdams, pulcra y serena, sin que le tiemble la pata cuando se pasea entre búfalos), a quien no le importa dejar tirada como una pobre perra cuando Marina regresa a Estados Unidos para casarse con él, con el único objetivo de lograr una tarjeta verde. Pero pues al final, Neil le agarra amorcito al cuerazo de Kurylenko, digo, a Marina, sin que ello evite que ésta le ponga el cuerno con un bato loco medio gacho en virtud de estar confusamente calentosa, digo, confundida espiritualmente sin saber si ama o no ama, la amaron o no la amaron, si Dios es hembra o macho, y así…Obviamente el señor diabólico, al enterarse de que le hicieron de chivo Lubezsky los tamales, se encabrona y rompe el retrovisor de su camioneta (¡qué escenaza!), para luego perdonarla gracias al buen consejo del padre Quintana (Javier Bardem, que deambula durante toda la película de aquí por allá como Job sin lepra ni amigos), y así haciéndose felices entre eternos atardeceres frágiles, llenos de esperanza y revoloteos de la faldita de Kurylenko que da saltitos como párvula entre las hierbas frescas de un por siempre jamás la vida es bella aunque salvaje…etc. etc. etc.

A la tumba del arcángel


Pues bien, ahora, pongámonos serios pues viene mi sano análisis: Hay un punto de inflexión en el argumento que me parece luminoso: en ella encuentro una grieta en el tapiz narrativo que desestabiliza al filme. De manera abrupta, por no sé qué incapacidad racional del personaje de Kurylova, ésta se torna “desnuda”, incapaz de controlar sus emociones y su vida, sumiéndose en una fatalidad existencial, lo que termina por contagiar al resto de los personajes, o, mejor aún: delatándolos como engranes de un plano mayor. Existe una alienación dramática, un “contenido” deliberado del narrador por expresar, digamos, la fragilidad del alma humana. Pero, nótese, esto es posible enunciarlo porque ya desmontamos el carácter de los personajes, es decir, que ya no podemos identificarnos con ellos pues se han elevado demasiado de la continuidad que debió desarrollarse según las premisas. De repente descubrimos que todo es una suerte de metáfora, y, por desgracia, eso hace que termine la zarzuela teológica.

¿Por qué pasa esto? Tengo un ensayo por respuesta: Malick no desarrolla temáticas sino que proyecta conclusiones. Si, en efecto, cada imagen ocupa un signo vacante que ha sido dado dentro de la renuncia a la presentación de un plano lógico, el montaje es guiado por algo superior a la razón: en su lugar hay una evocación, un esbozo, un pretexto para intuir una realidad final. Esto es la salmodia panteísta que se desarrolla durante toda la película y que, en apariencia, es el monologo interior de cada personaje que, para enfatizar aún más la separación de la naturans/naturata (Spinoza), es dicho en varios idiomas.

Dentro del crew, Malick siempre cuenta con un comediante. Imprescindible.

Las conclusiones que presenta Malick es la de la presencia mistérica de lo divino. Así, se entiende que los personajes sean casi títeres de una especie de “autodespliegue del Espíritu Absoluto” hegeliano, que, cuando se manifiesta es porque ya no está, que en su ausencia se hace más entrañable.

Con esta clave interpretativa estamos en aptitud de afirmar que las bellas secuencias de Malick (presentes en todos sus filmes), no son el fruto de un discernimiento humano, de una memoria viva que carnalmente ha “experimentado” (como diría el padre Quintana acerca de la presencia de Dios) las instantáneas del milagro del universo, diseminadas por una trama onírica. Por el contrario, a través de su montaje espectacular, su cámara inquieta, su luz de levante, sus grandes angulares, asistimos a la visión omniabarcante del ojo divino, que observa de cerca/lejos (eso queremos creer pues el desarrollo dramático lo acusa como participante), las vicisitudes de un par de enamorados.

¿Ha querido Malick este acartonamiento narrativo? Tajantemente digo que no. Entonces ¿qué ha querido? En mi opinión, quiere ofrecernos la enésima variación de su dialéctica favorita: Alma humana-Naturaleza salvaje-espiritualidad recuperada, prescindiendo lo más posible de los elementos dramáticos. Es una tríada llana, simple revestida de un batón transparente. Pero no sabemos cómo se las ingenia para que nos parezca novedosa, apetecible, deleitable. Y en eso está el arte de Malick.

¡La pradera!...¡Bambi no! ¡Bambi espera!


Ese arte le debe mucho a una forma en desuso: la mitología, la epopeya, la fábula. La novela, esa forma moderna que profundiza en la complejidad psicológica de los personajes, ha sido desplazada en aras de una meta trascendente: hacernos visible lo sublime, y reubicar el papel del hombre dentro del cosmos, como diría Scheller. Recordemos la fatalidad griega, la sumisión del hombre al capricho de los dioses y su purga por la simple hybris de existir. No es casual que una de las grandes filósofas religiosas del pasado siglo, Simon Weil, escogiera como pantalla de proyección la narrativa de la mitología griega. ¿Y qué es Hegel? El constructor de un palacio mitológico en donde la razón divina gobierna el todo a pesar de la falta de entendimiento del hombre. En Días de cielo asistimos al replanteamiento de la historia de Abraham y Sara sin posibilidades de no incurrir en la fatalidad bíblica: se cumplen cada uno de los elementos que conforman el mito. En El nuevo mundo es aún más machacona la forma (y de paso la temática), con la que se construye una historia en la que sus personajes son personajes y no personas, es casi una pugna de elementos simbólicos, un mapa semiótico. Esta es la analogía que mejor explica la filmografía de Malick.

Los personajes poseen un rasgo muy visible: son una especie de mónadas que no se tocan, incapaces de comunicarse entre sí y que sólo responden a una armonía preestablecida, misma que, desde luego, está legitimada por el pantocrátor cinematográfico que es Terrence Malick.

¿Y qué tan duro...?


Realmente no quiero expresar mi opinión acerca de lo que a partir de ahora debería o no hacer el cineasta texano. Sin embargo, quisiera apuntar la necesidad de revisar la relación que guarda su temática sobreescrita, con sus recursos narrativos, que, aunque pudiese parecer que está en desarrollo, lo que sigue, por conclusivo, sin dudas será nauseabundo. 


THE END


domingo, 26 de enero de 2014

MI VIDA CON LA PÁJARA PEGGY


El día en el que mi hijo me diga que tiene cuenta en Twitter, de manera certera, por lo menos, pasaran por mi memoria una serie de experiencias que podrán ser resumidas en el consejo de tener cuidado, de que podría parecer un divertimento insípido, pero que no lo es: es tan seductor como inhóspito, tan real como ficticio. Es el ejemplo perfecto para una teoría del conocimiento.

Como me portaré un poco pedagógico (por lo menos me daré gusto en ese desliz), le platicaré algunas cosas interesantes/peliagudas que me han pasado hasta ahora (para comenzar), en mi extraña relación con la pájara Peggy:

La paranoia se potencia con los nombres propios. De repente un día descubrí que uno de mis twiteros favoritos me había dejado de seguir. No entendía por qué: habíamos interactuado bien, es decir, nos habíamos mandado mensajes directos, compartido entradas de bloggs, nos habíamos faveado, retwiteado y recomendado el uno al otro, etc. Fue tanta mi sorpresa que estúpidamente twitié arrobándole “¿Sabéis porque estoy tan triste?” (Claro, no me respondió). Y le di unfollow por puro ardor. A la semana medité que eso era una tontería y de nueva cuenta empecé a seguirle: hay que seguir a alguien porque nos guste cómo escribe y no porque nos devuelva el follow. Gran lección. Sin embargo, ¿qué fue lo que pasó? Hay una respuesta muy simple: Porque quiso. Pero soy de esas personas a las que les gusta encontrarle tres pies al gato (de todos modos tienen tres + uno), y tengo esta hipótesis: en cierta ocasión, me mandó un mensaje directo en tiempo real después de una ligera interacción por medio de tweets. Iniciamos una ligera plática. Todo bien. El error estuvo (creo yo) cuando me despedí, le dije algo así como “Buenas noches, espero poder platicar con usted posteriormente y deje de llamarle de “usted” para, por lo menos, llamarle C…”

Personalmente, no me gusta tutear en el Twitter, lo considero de mal gusto. El asunto es que entre el “usted” y el “tú”, existe el nombre propio (según yo, claro está), y quise expresar mi deseo de mayor cercanía con la acotación propia. Pero supongo que logré ese efecto dramático similar a cuando el policía gira voluptuosamente hacia el interrogado y le dice “Yo no dije que la habían estrangulado…”, o algo así. Conocía su nombre porque se había encargado de diseminarlo a través del Twitter. Pero le entró la paranoia. Pueden llamarme sexista por lo que voy a decir pero, pues qué: se trataba de una mujer y supongo que temió por su integridad física y sexual. Etc. Aburrido etcétera. Claro, mi hipótesis está trasnochada, pero pues eso es mejor que al abismo de una perplejidad.

¡fail!


No te metas en discusiones ajenas. Seguía a dos personas de marcada importancia política (Jalife-Rahme y el diputado de “izquierda” Mario Di Constanzo). Me interesaban sus puntos de vista. En ese entonces yo no sabía que, en particular el primero, solía ser muy polémico en sus, ya no digamos declaraciones, sino en sus “agarrones” con otros twiteros. El cliente frecuente de la casa era Di Constanzo. En una de tantas veces les twitíe a ambos algo así como “Es una vergüenza para el país que personas de tan elevada calidad intelectual se agarren como verduleras de mercado”. Di Constanzo me unfoleó y Jalife Rahme me bloqueó.

Pero eso es lo de menos. No me enteré del bloqueo sino hasta que apareció el hashtagg “reinstalen a Jalife”, pues al parecer le habían cerrado su cuenta a éste en virtud de las denuncias de los usuarios por sus constantes declaraciones. Me pronuncié inmediatamente al respecto señalando algo como “en un medio como el twitter lo más inapropiado es suspenderle la cuenta a alguien simplemente porque su opinión no concuerda con lo que dicen los demás”. Etc. Pero, oh ingenuidad, él sí pensaba que mi opinión no valía. Qué cosas.

¡Oh ingenuidad!


No te hagas el gracioso arrobando, sobre todo si son twitstars lo arrobados. Uno de los episodios más tristes de mi existencia twitera; malhadado, aciago, fatídico, infernal, etc. Mj. Fue cuando arrobé a dos twitstars haciendo un chiste local para aplicarlo a una situación personal. Lo curioso es que una de las involucradas (porque ambas eran mujeres), faveó mi tweet. En poco rato la otra me insultó diciéndome hasta de lo que me iba a morir. Digo curioso porque después de eso, la primera borró su fav y le hizo coro a la segunda. Era evidente quién era la tuitstar activa, la que se servía de la otra. Desde luego yo retwitié eso, a manera de carta de no recomendación. Pero no me duró mucho el gusto pues al rato borraron sus respuestas. La cereza en el pastel vino cuando un X, me insultó igual; así es, un fan de una de ellas sino es que de ambas, que quería vengar a sus ídolas.

Un #FF selfie


Cuida lo que dices, están pendientes de sus tweets. En mis inicios tuiteros, obviamente, seguía a twitstars como todo mundo hace. Había dos de ellas que interactuaban con mucha frecuencia. Cierta espeluznante noche en la cual estaba muy aburrido y ninguno de los tweets paridos por los dioses del tuiti me sacaban de mi náusea existencial, Dios vino en mi auxilio y fui testigo de una plática entra las susodichas mencionadas acerca de ¡sus ciclos menstruales! No sé si se querían hacer las graciosas o ignoraban la utilidad de los mensajes directos, pero llenaron mi cabeza de bizarras visiones. Por retraso mental o inexperiencia, retwitié algunas de sus brillantes observaciones acerca del desprendimiento de los óvulos de la matriz mientras alternaba a ello con frases tipo “qué genialidades”, “iluminan mi vida, etc.” Una me dijo “chismoso”, la otra preguntó “¿lo bloqueamos querida?” a lo que recibió por respuesta de la primera “Después de ti querida”. Y, Fin.

El twitter no es un buen lugar para descargar tus frustraciones. El Dr. en derecho, Miguel Carbonell, es twitero, y yo lo seguía. Sin embargo, en lo particular, nunca he sido amante del derecho pese a ser la carrera que estudié. Lo seguía por cuestiones relativas a mi preparación académica. Un día, harto de su machacona perspectiva jurídica le arrobé diciéndole “El Dr. Carbonell, debe padecer de algún tipo de neurosis, no es normal tanta obsesión por una materia tan irrelevante como el derecho”. En una conferencia acerca del valor de las redes sociales, Carbonell señaló que “su estilo es no responder los tweets”. (¡Y cómo no!, con semejante troll que se carga: el dichoso tweetstartrollo Papel Carbonel). Sin embargo, por medio de mensaje directo me hizo saber que le había hecho gracia mi comentario (majadería), y que, de alguna manera, no lo tomó a mal. Me merecía esa cachetada con guante blanco.

Inche igualado


Los Trenden topic: antros para retrasados. Nunca he recibido tantos retweets y favs como cuando participé en un hashtagg referente al “triunfo” de Peña Nieto para la presidencia. Esos tweets no tienen nada de especial, ni de geniales ni de, por lo menos, cuidadosamente bien redactados. Lo que pasa es que simplemente insulté como todos querían insultar: atinadamente, sacando a relucir la obviedad de la estupidez de nuestro primer mandatario. Parece ser que eso gusta, como si los tweets siempre fuesen la forma de descargar nuestras iras y frustraciones, incapacidades y anonadamientos.

Jajajajaja. Ahí lo tienen. Dime a quién sigues y te diré quién eres. El buen Taquero se refiere al odioso tweetstar "Chumel Torres".


Aprende a quién dirigirte según el estilo con el que se maneja. A una twitera de la cual me interesaba su opinión (obvio), la interpelé en cierta ocasión por un tema. Acepto que mi tweet era ambiguo (¿se puede no serlo por medio de 140 caracteres?); lo que no acepto es que se haya conducido como lo hizo. Todo parte del estado de ánimo que lleva aparejada la idea vertida en el tweet[1], y eso debí haberlo leído además de la personalidad propia de la sujeta en cuestión. Con cada tweet “aclaratorio” que le enviaba, más crecía su descontento. En fin que terminé por abandonar el connato de diálogo. No estoy justificando mi falta de pericia pero, ¿qué puede uno pensar de una persona que, en lugar de responderte directamente, alude a tu cuestionamiento como si se tratara de un “informe”? Se dirigía a sus seguidores diciendo “me informan aquí que…” y luego, la idea (obvio distorsionada) de lo que le estaba queriendo decir. Es una actitud propia del despotismo ilustrado eludir aludiendo (mijo no cometas esa tarugada). Lo que parece ignorar esta persona es que, cuando hablaba con “su público”, también se dirigía a mí, es decir, a quien ella presupone como algo más que un bot.


La postdata amorosa vino cuando un metiche comentó algo a su favor. A éste sí le contestó (claro, con ello se sintió respaldada), sin saber que éste tanto sí me seguía como que en varias ocasiones había demostrado simpatía por mis puntos de vista.

Imagen tomada de http://www.microsiervos.com/archivo/arte-y-diseno/twitter-aureo.html


El twitter puede ser en grado sumo instructor. En cierta ocasión me enseñaron cómo liar un porro. (Fotos incluidas).

Misterios sin resolver. En uno de esos viernes de recomendación, arrobé como a…5 twiteros que eran buenos, pero que, además, tenían la particularidad de pertenecer a un círculo de interacción común. En breve mi tweet había desaparecido. Supongo que no querían ser recomendados como pertenecientes al mismo club. O no sé.

No twitees estando borracho…bueno, podéis hacerlo si eres chingón. Lo que de plano no hagas es tweetcam estando drogado. Seguía (dejé se seguirla porque empezó a twitear cosas demasiado locales), a una chica colombiana que se identificaba por ser pinkfloyera y vale madres (¡qué “raro”!). Todo bien. Hasta que un día hizo tweetcam. Y ¿para qué quieren saber más?…La cosa es que en casi un mes no se apareció y cuando regresó, se portaba muy normalita.

Definitivamente tengo más experiencias en el Tuiti, pero, o son indignas de mencionarlas o de plano se me olvidaron de tan traumáticas. Como sea, antes de terminar este suplicio de bloggeo y del cual seguramente pueden sacar la más insustancial de las sabidurías, quiero señalar que el balance final de mi relación con el Twitter ha sido muy satisfactorio. A riego de sonar mal, diré que lo vivido en él hace sentirme menos solo. Creo que eso es todo. Podría extenderme ad nauseam de porqué esto es así, pero creo que esa indicación lo resume puntualmente: nos hace sentir menos extraños, “comunicados” como por una especie de armonía preestablecida leibniciana en la cual no podemos tocarnos pero no por ello somos desconocidos los unos de los otros.




FIN


[1] De esto hablaré mejor en la segunda parte de esta entrada.