domingo, 26 de enero de 2014

MI VIDA CON LA PÁJARA PEGGY


El día en el que mi hijo me diga que tiene cuenta en Twitter, de manera certera, por lo menos, pasaran por mi memoria una serie de experiencias que podrán ser resumidas en el consejo de tener cuidado, de que podría parecer un divertimento insípido, pero que no lo es: es tan seductor como inhóspito, tan real como ficticio. Es el ejemplo perfecto para una teoría del conocimiento.

Como me portaré un poco pedagógico (por lo menos me daré gusto en ese desliz), le platicaré algunas cosas interesantes/peliagudas que me han pasado hasta ahora (para comenzar), en mi extraña relación con la pájara Peggy:

La paranoia se potencia con los nombres propios. De repente un día descubrí que uno de mis twiteros favoritos me había dejado de seguir. No entendía por qué: habíamos interactuado bien, es decir, nos habíamos mandado mensajes directos, compartido entradas de bloggs, nos habíamos faveado, retwiteado y recomendado el uno al otro, etc. Fue tanta mi sorpresa que estúpidamente twitié arrobándole “¿Sabéis porque estoy tan triste?” (Claro, no me respondió). Y le di unfollow por puro ardor. A la semana medité que eso era una tontería y de nueva cuenta empecé a seguirle: hay que seguir a alguien porque nos guste cómo escribe y no porque nos devuelva el follow. Gran lección. Sin embargo, ¿qué fue lo que pasó? Hay una respuesta muy simple: Porque quiso. Pero soy de esas personas a las que les gusta encontrarle tres pies al gato (de todos modos tienen tres + uno), y tengo esta hipótesis: en cierta ocasión, me mandó un mensaje directo en tiempo real después de una ligera interacción por medio de tweets. Iniciamos una ligera plática. Todo bien. El error estuvo (creo yo) cuando me despedí, le dije algo así como “Buenas noches, espero poder platicar con usted posteriormente y deje de llamarle de “usted” para, por lo menos, llamarle C…”

Personalmente, no me gusta tutear en el Twitter, lo considero de mal gusto. El asunto es que entre el “usted” y el “tú”, existe el nombre propio (según yo, claro está), y quise expresar mi deseo de mayor cercanía con la acotación propia. Pero supongo que logré ese efecto dramático similar a cuando el policía gira voluptuosamente hacia el interrogado y le dice “Yo no dije que la habían estrangulado…”, o algo así. Conocía su nombre porque se había encargado de diseminarlo a través del Twitter. Pero le entró la paranoia. Pueden llamarme sexista por lo que voy a decir pero, pues qué: se trataba de una mujer y supongo que temió por su integridad física y sexual. Etc. Aburrido etcétera. Claro, mi hipótesis está trasnochada, pero pues eso es mejor que al abismo de una perplejidad.

¡fail!


No te metas en discusiones ajenas. Seguía a dos personas de marcada importancia política (Jalife-Rahme y el diputado de “izquierda” Mario Di Constanzo). Me interesaban sus puntos de vista. En ese entonces yo no sabía que, en particular el primero, solía ser muy polémico en sus, ya no digamos declaraciones, sino en sus “agarrones” con otros twiteros. El cliente frecuente de la casa era Di Constanzo. En una de tantas veces les twitíe a ambos algo así como “Es una vergüenza para el país que personas de tan elevada calidad intelectual se agarren como verduleras de mercado”. Di Constanzo me unfoleó y Jalife Rahme me bloqueó.

Pero eso es lo de menos. No me enteré del bloqueo sino hasta que apareció el hashtagg “reinstalen a Jalife”, pues al parecer le habían cerrado su cuenta a éste en virtud de las denuncias de los usuarios por sus constantes declaraciones. Me pronuncié inmediatamente al respecto señalando algo como “en un medio como el twitter lo más inapropiado es suspenderle la cuenta a alguien simplemente porque su opinión no concuerda con lo que dicen los demás”. Etc. Pero, oh ingenuidad, él sí pensaba que mi opinión no valía. Qué cosas.

¡Oh ingenuidad!


No te hagas el gracioso arrobando, sobre todo si son twitstars lo arrobados. Uno de los episodios más tristes de mi existencia twitera; malhadado, aciago, fatídico, infernal, etc. Mj. Fue cuando arrobé a dos twitstars haciendo un chiste local para aplicarlo a una situación personal. Lo curioso es que una de las involucradas (porque ambas eran mujeres), faveó mi tweet. En poco rato la otra me insultó diciéndome hasta de lo que me iba a morir. Digo curioso porque después de eso, la primera borró su fav y le hizo coro a la segunda. Era evidente quién era la tuitstar activa, la que se servía de la otra. Desde luego yo retwitié eso, a manera de carta de no recomendación. Pero no me duró mucho el gusto pues al rato borraron sus respuestas. La cereza en el pastel vino cuando un X, me insultó igual; así es, un fan de una de ellas sino es que de ambas, que quería vengar a sus ídolas.

Un #FF selfie


Cuida lo que dices, están pendientes de sus tweets. En mis inicios tuiteros, obviamente, seguía a twitstars como todo mundo hace. Había dos de ellas que interactuaban con mucha frecuencia. Cierta espeluznante noche en la cual estaba muy aburrido y ninguno de los tweets paridos por los dioses del tuiti me sacaban de mi náusea existencial, Dios vino en mi auxilio y fui testigo de una plática entra las susodichas mencionadas acerca de ¡sus ciclos menstruales! No sé si se querían hacer las graciosas o ignoraban la utilidad de los mensajes directos, pero llenaron mi cabeza de bizarras visiones. Por retraso mental o inexperiencia, retwitié algunas de sus brillantes observaciones acerca del desprendimiento de los óvulos de la matriz mientras alternaba a ello con frases tipo “qué genialidades”, “iluminan mi vida, etc.” Una me dijo “chismoso”, la otra preguntó “¿lo bloqueamos querida?” a lo que recibió por respuesta de la primera “Después de ti querida”. Y, Fin.

El twitter no es un buen lugar para descargar tus frustraciones. El Dr. en derecho, Miguel Carbonell, es twitero, y yo lo seguía. Sin embargo, en lo particular, nunca he sido amante del derecho pese a ser la carrera que estudié. Lo seguía por cuestiones relativas a mi preparación académica. Un día, harto de su machacona perspectiva jurídica le arrobé diciéndole “El Dr. Carbonell, debe padecer de algún tipo de neurosis, no es normal tanta obsesión por una materia tan irrelevante como el derecho”. En una conferencia acerca del valor de las redes sociales, Carbonell señaló que “su estilo es no responder los tweets”. (¡Y cómo no!, con semejante troll que se carga: el dichoso tweetstartrollo Papel Carbonel). Sin embargo, por medio de mensaje directo me hizo saber que le había hecho gracia mi comentario (majadería), y que, de alguna manera, no lo tomó a mal. Me merecía esa cachetada con guante blanco.

Inche igualado


Los Trenden topic: antros para retrasados. Nunca he recibido tantos retweets y favs como cuando participé en un hashtagg referente al “triunfo” de Peña Nieto para la presidencia. Esos tweets no tienen nada de especial, ni de geniales ni de, por lo menos, cuidadosamente bien redactados. Lo que pasa es que simplemente insulté como todos querían insultar: atinadamente, sacando a relucir la obviedad de la estupidez de nuestro primer mandatario. Parece ser que eso gusta, como si los tweets siempre fuesen la forma de descargar nuestras iras y frustraciones, incapacidades y anonadamientos.

Jajajajaja. Ahí lo tienen. Dime a quién sigues y te diré quién eres. El buen Taquero se refiere al odioso tweetstar "Chumel Torres".


Aprende a quién dirigirte según el estilo con el que se maneja. A una twitera de la cual me interesaba su opinión (obvio), la interpelé en cierta ocasión por un tema. Acepto que mi tweet era ambiguo (¿se puede no serlo por medio de 140 caracteres?); lo que no acepto es que se haya conducido como lo hizo. Todo parte del estado de ánimo que lleva aparejada la idea vertida en el tweet[1], y eso debí haberlo leído además de la personalidad propia de la sujeta en cuestión. Con cada tweet “aclaratorio” que le enviaba, más crecía su descontento. En fin que terminé por abandonar el connato de diálogo. No estoy justificando mi falta de pericia pero, ¿qué puede uno pensar de una persona que, en lugar de responderte directamente, alude a tu cuestionamiento como si se tratara de un “informe”? Se dirigía a sus seguidores diciendo “me informan aquí que…” y luego, la idea (obvio distorsionada) de lo que le estaba queriendo decir. Es una actitud propia del despotismo ilustrado eludir aludiendo (mijo no cometas esa tarugada). Lo que parece ignorar esta persona es que, cuando hablaba con “su público”, también se dirigía a mí, es decir, a quien ella presupone como algo más que un bot.


La postdata amorosa vino cuando un metiche comentó algo a su favor. A éste sí le contestó (claro, con ello se sintió respaldada), sin saber que éste tanto sí me seguía como que en varias ocasiones había demostrado simpatía por mis puntos de vista.

Imagen tomada de http://www.microsiervos.com/archivo/arte-y-diseno/twitter-aureo.html


El twitter puede ser en grado sumo instructor. En cierta ocasión me enseñaron cómo liar un porro. (Fotos incluidas).

Misterios sin resolver. En uno de esos viernes de recomendación, arrobé como a…5 twiteros que eran buenos, pero que, además, tenían la particularidad de pertenecer a un círculo de interacción común. En breve mi tweet había desaparecido. Supongo que no querían ser recomendados como pertenecientes al mismo club. O no sé.

No twitees estando borracho…bueno, podéis hacerlo si eres chingón. Lo que de plano no hagas es tweetcam estando drogado. Seguía (dejé se seguirla porque empezó a twitear cosas demasiado locales), a una chica colombiana que se identificaba por ser pinkfloyera y vale madres (¡qué “raro”!). Todo bien. Hasta que un día hizo tweetcam. Y ¿para qué quieren saber más?…La cosa es que en casi un mes no se apareció y cuando regresó, se portaba muy normalita.

Definitivamente tengo más experiencias en el Tuiti, pero, o son indignas de mencionarlas o de plano se me olvidaron de tan traumáticas. Como sea, antes de terminar este suplicio de bloggeo y del cual seguramente pueden sacar la más insustancial de las sabidurías, quiero señalar que el balance final de mi relación con el Twitter ha sido muy satisfactorio. A riego de sonar mal, diré que lo vivido en él hace sentirme menos solo. Creo que eso es todo. Podría extenderme ad nauseam de porqué esto es así, pero creo que esa indicación lo resume puntualmente: nos hace sentir menos extraños, “comunicados” como por una especie de armonía preestablecida leibniciana en la cual no podemos tocarnos pero no por ello somos desconocidos los unos de los otros.




FIN


[1] De esto hablaré mejor en la segunda parte de esta entrada. 

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