El día en el que mi hijo me diga que tiene cuenta en
Twitter, de manera certera, por lo menos, pasaran por mi memoria una serie de
experiencias que podrán ser resumidas en el consejo de tener cuidado, de que
podría parecer un divertimento insípido, pero que no lo es: es tan seductor
como inhóspito, tan real como ficticio. Es el ejemplo perfecto para una teoría
del conocimiento.
Como me portaré un poco pedagógico (por lo menos me
daré gusto en ese desliz), le platicaré algunas cosas interesantes/peliagudas
que me han pasado hasta ahora (para comenzar), en mi extraña relación con la
pájara Peggy:
La paranoia se potencia con los nombres propios. De repente un día descubrí que uno de mis twiteros
favoritos me había dejado de seguir. No entendía por qué: habíamos interactuado
bien, es decir, nos habíamos mandado mensajes directos, compartido entradas de
bloggs, nos habíamos faveado, retwiteado y recomendado el uno al otro, etc. Fue
tanta mi sorpresa que estúpidamente twitié arrobándole “¿Sabéis porque estoy
tan triste?” (Claro, no me respondió). Y le di unfollow por puro ardor. A la
semana medité que eso era una tontería y de nueva cuenta empecé a seguirle: hay que seguir a alguien porque nos guste cómo
escribe y no porque nos devuelva el follow. Gran lección. Sin embargo, ¿qué
fue lo que pasó? Hay una respuesta muy simple: Porque quiso. Pero soy de esas
personas a las que les gusta encontrarle tres pies al gato (de todos modos
tienen tres + uno), y tengo esta hipótesis: en cierta ocasión, me mandó un
mensaje directo en tiempo real después de una ligera interacción por medio de
tweets. Iniciamos una ligera plática. Todo bien. El error estuvo (creo yo)
cuando me despedí, le dije algo así como “Buenas noches, espero poder platicar
con usted posteriormente y deje de llamarle de “usted” para, por lo menos,
llamarle C…”
Personalmente, no me gusta tutear en el Twitter, lo
considero de mal gusto. El asunto es que entre el “usted” y el “tú”, existe el
nombre propio (según yo, claro está), y quise expresar mi deseo de mayor cercanía
con la acotación propia. Pero supongo que logré ese efecto dramático similar a cuando
el policía gira voluptuosamente hacia el interrogado y le dice “Yo no dije que la
habían estrangulado…”, o algo así. Conocía su nombre porque se había encargado
de diseminarlo a través del Twitter. Pero le entró la paranoia. Pueden llamarme
sexista por lo que voy a decir pero, pues qué: se trataba de una mujer y
supongo que temió por su integridad física y sexual. Etc. Aburrido etcétera.
Claro, mi hipótesis está trasnochada, pero pues eso es mejor que al abismo de
una perplejidad.
¡fail! |
No
te metas en discusiones ajenas. Seguía a dos personas de marcada importancia política (Jalife-Rahme y
el diputado de “izquierda” Mario Di Constanzo). Me interesaban sus puntos de
vista. En ese entonces yo no sabía que, en particular el primero, solía ser muy
polémico en sus, ya no digamos declaraciones, sino en sus “agarrones” con otros
twiteros. El cliente frecuente de la casa era Di Constanzo. En una de tantas
veces les twitíe a ambos algo así como “Es una vergüenza para el país que
personas de tan elevada calidad intelectual se agarren como verduleras de
mercado”. Di Constanzo me unfoleó y Jalife Rahme me bloqueó.
Pero
eso es lo de menos. No me enteré del bloqueo sino hasta que apareció el hashtagg
“reinstalen a Jalife”, pues al parecer le habían cerrado su cuenta a éste en
virtud de las denuncias de los usuarios por sus constantes declaraciones. Me
pronuncié inmediatamente al respecto señalando algo como “en un medio como el
twitter lo más inapropiado es suspenderle la cuenta a alguien simplemente
porque su opinión no concuerda con lo que dicen los demás”. Etc. Pero, oh
ingenuidad, él sí pensaba que mi opinión no valía. Qué cosas.
¡Oh ingenuidad! |
No te hagas el gracioso arrobando, sobre todo si son
twitstars lo arrobados. Uno
de los episodios más tristes de mi existencia twitera; malhadado, aciago, fatídico,
infernal, etc. Mj. Fue cuando arrobé a dos twitstars haciendo un chiste local
para aplicarlo a una situación personal. Lo curioso es que una de las
involucradas (porque ambas eran mujeres), faveó mi tweet. En poco rato la otra
me insultó diciéndome hasta de lo que me iba a morir. Digo curioso porque
después de eso, la primera borró su fav y le hizo coro a la segunda. Era
evidente quién era la tuitstar activa, la que se servía de la otra. Desde luego
yo retwitié eso, a manera de carta de no recomendación. Pero no me duró mucho
el gusto pues al rato borraron sus respuestas. La cereza en el pastel vino
cuando un X, me insultó igual; así es, un fan de una de ellas sino es que de
ambas, que quería vengar a sus ídolas.
Un #FF selfie |
Cuida lo que dices, están pendientes de sus tweets. En mis inicios tuiteros, obviamente, seguía a twitstars
como todo mundo hace. Había dos de ellas que interactuaban con mucha
frecuencia. Cierta espeluznante noche en la cual estaba muy aburrido y ninguno
de los tweets paridos por los dioses del tuiti me sacaban de mi náusea
existencial, Dios vino en mi auxilio y fui testigo de una plática entra las
susodichas mencionadas acerca de ¡sus ciclos menstruales! No sé si se querían
hacer las graciosas o ignoraban la utilidad de los mensajes directos, pero
llenaron mi cabeza de bizarras visiones. Por retraso mental o inexperiencia,
retwitié algunas de sus brillantes observaciones acerca del desprendimiento de
los óvulos de la matriz mientras alternaba a ello con frases tipo “qué
genialidades”, “iluminan mi vida, etc.” Una me dijo “chismoso”, la otra
preguntó “¿lo bloqueamos querida?” a lo que recibió por respuesta de la primera
“Después de ti querida”. Y, Fin.
El twitter no es un buen lugar para descargar tus
frustraciones. El
Dr. en derecho, Miguel Carbonell, es twitero, y yo lo seguía. Sin embargo, en
lo particular, nunca he sido amante del derecho pese a ser la carrera que
estudié. Lo seguía por cuestiones relativas a mi preparación académica. Un día,
harto de su machacona perspectiva jurídica le arrobé diciéndole “El Dr. Carbonell,
debe padecer de algún tipo de neurosis, no es normal tanta obsesión por una
materia tan irrelevante como el derecho”. En una conferencia acerca del valor
de las redes sociales, Carbonell señaló que “su estilo es no responder los
tweets”. (¡Y cómo no!, con semejante troll que se carga: el dichoso
tweetstartrollo Papel Carbonel). Sin embargo, por medio de mensaje directo me
hizo saber que le había hecho gracia mi comentario (majadería), y que, de
alguna manera, no lo tomó a mal. Me merecía esa cachetada con guante blanco.
Inche igualado |
Los Trenden topic: antros para retrasados. Nunca he recibido tantos retweets y favs como cuando
participé en un hashtagg referente al “triunfo” de Peña Nieto para la
presidencia. Esos tweets no tienen nada de especial, ni de geniales ni de, por
lo menos, cuidadosamente bien redactados. Lo que pasa es que simplemente
insulté como todos querían insultar: atinadamente, sacando a relucir la
obviedad de la estupidez de nuestro primer mandatario. Parece ser que eso
gusta, como si los tweets siempre fuesen la forma de descargar nuestras iras y
frustraciones, incapacidades y anonadamientos.
Jajajajaja. Ahí lo tienen. Dime a quién sigues y te diré quién eres. El buen Taquero se refiere al odioso tweetstar "Chumel Torres". |
Aprende a quién dirigirte según el estilo con el que
se maneja. A una twitera
de la cual me interesaba su opinión (obvio), la interpelé en cierta ocasión por
un tema. Acepto que mi tweet era ambiguo (¿se puede no serlo por medio de 140
caracteres?); lo que no acepto es que se haya conducido como lo hizo. Todo
parte del estado de ánimo que lleva aparejada la idea vertida en el tweet[1], y
eso debí haberlo leído además de la personalidad propia de la sujeta en
cuestión. Con cada tweet “aclaratorio” que le enviaba, más crecía su
descontento. En fin que terminé por abandonar el connato de diálogo. No estoy
justificando mi falta de pericia pero, ¿qué puede uno pensar de una persona
que, en lugar de responderte directamente, alude a tu cuestionamiento como si
se tratara de un “informe”? Se dirigía a sus seguidores diciendo “me informan
aquí que…” y luego, la idea (obvio distorsionada) de lo que le estaba queriendo
decir. Es una actitud propia del despotismo ilustrado eludir aludiendo (mijo no
cometas esa tarugada). Lo que parece ignorar esta persona es que, cuando
hablaba con “su público”, también se dirigía a mí, es decir, a quien ella
presupone como algo más que un bot.
La postdata amorosa vino cuando un metiche comentó
algo a su favor. A éste sí le contestó (claro, con ello se sintió respaldada),
sin saber que éste tanto sí me seguía como que en varias ocasiones había
demostrado simpatía por mis puntos de vista.
Imagen tomada de http://www.microsiervos.com/archivo/arte-y-diseno/twitter-aureo.html |
El twitter puede ser en grado sumo instructor. En cierta ocasión me enseñaron cómo liar un porro.
(Fotos incluidas).
Misterios sin resolver. En uno de esos viernes de recomendación, arrobé
como a…5 twiteros que eran buenos, pero que, además, tenían la particularidad
de pertenecer a un círculo de interacción común. En breve mi tweet había
desaparecido. Supongo que no querían ser recomendados como pertenecientes al
mismo club. O no sé.
No twitees estando borracho…bueno, podéis hacerlo si
eres chingón. Lo que de plano no hagas es tweetcam estando drogado. Seguía (dejé se seguirla porque empezó a twitear
cosas demasiado locales), a una
chica colombiana que se identificaba por ser pinkfloyera y vale madres (¡qué
“raro”!). Todo bien. Hasta que un día hizo tweetcam. Y ¿para qué quieren saber
más?…La cosa es que en casi un mes no se apareció y cuando regresó, se portaba
muy normalita.
Definitivamente tengo más experiencias en el Tuiti,
pero, o son indignas de mencionarlas o de plano se me olvidaron de tan
traumáticas. Como sea, antes de terminar este suplicio de bloggeo y del cual
seguramente pueden sacar la más insustancial de las sabidurías, quiero señalar
que el balance final de mi relación con el Twitter ha sido muy satisfactorio. A
riego de sonar mal, diré que lo vivido en él hace sentirme menos solo. Creo que
eso es todo. Podría extenderme ad nauseam de porqué esto es así, pero creo que
esa indicación lo resume puntualmente: nos hace sentir menos extraños,
“comunicados” como por una especie de armonía preestablecida leibniciana en la
cual no podemos tocarnos pero no por ello somos desconocidos los unos de los
otros.
FIN
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