miércoles, 9 de septiembre de 2009

VI. LAMENTACIONES

I


Y sin embargo, sé, por este dolor inmenso,
que existo,
¡oh palabra maldita, demonio litúrgico!
¡cuán presa has hecho a mi alma de la calumnia de vivir!
Ni el mar socorre mi pena,
ni el cielo calma mi zozobra,
¿dónde hallar contentamiento, dónde reconfortar los ojos,
dónde allanar las llagas de los pies?

Este insomnio es mi pesadilla,
este respirar mi asfixia,
¿cómo darle fin al devenir de un muerto?
¿cómo hallar huida en el desierto?
Ojalá y pudiese poder desear la muerte…

Soy un criminal a cada segundo que transcurre,
incurriendo en el pecado de vivir,
en la ignominia de respirar,
de pasar haciendo ruido; ¡qué belleza el silencio del puro mineral!
¡qué bendición la de la piedra!
Si pudiera exprimir y destilar las lágrimas de la palabra,
sabría, así, por lo menos,
que todo es más primigenio y elemental:
la amargura es el único rostro que todo lo ilumina,
la única respuesta que la inocencia de la naturaleza
nos ha brindado en la copa de cristalino silencio.

Amortajado y sin amor,
víctima de una verdad invencible, tirana,
el oficio de sepulturero,
el de verdugo,
el de todo lo paria,
me cautiva y me proclama, me alza y me expande a una voluptuosidad encima de toda voluptuosidad:
Abandonado hasta mi yo,
me he quedado con el Dios harapiento de la mugre y la gangrena.

Soy la carroña, la putrefacción de todo lo que se empeña en cumplir su abismo.
Caigo en pedazos, si es que caigo, si me entrego al fin,
a todo lo que pasa, si me ofrezco al todo, discontinuo y nimio,
agotado en su barbarie de días presurosos:

La ineficacia de mi palabra, de mi lengua y mis manos, de lo que cuneiforme convierte en máquina bestial lo todo,
reproductora de lamentos:
¿me miran ojos cautivos en el papel maldito de lo que supervive, de lo que es definitivo?,
después de los diluvios ¿cómo no vituperar a cualquier Dios que hablando ha hecho al mundo a su imagen y semejanza?
¡Qué metáfora de tan mal gusto, qué desastre de poeta!
¡¿Cómo no querer guardar silencio, callar, tapiarse en la mudez eterna?!


II

Todo lo que sobrevive a expensas de la nada,
parásito del vacío,
me conmueve hasta el llanto;
todo lo que se mueve y sin inteligencia camina por la vía siempre pía
del marasmo, de la oquedad frecuentada por el descubrimiento
de la ficción fundamental,
de la personificación de ese simulacro que es el yo.

Fetiche, ídolo anímico, tótem psíquico,
¿cómo ser quimera cuando se es monstruo?
Sin sustancia, podemos hacernos llamar Legión…
Sin segundo plano, sin dimensión al cual recurrir en la hora de la tragedia
¿en qué recipiente ocultaremos las fatalidades, las derrotas?
¿cómo justificar los accesos de dolor, de aciago suplicio?
¡Cómo continuar sin un “yo” que recepcione todas las formas del infortunio!

El invento capital del martirio, de la tiranía contranatura de la consciencia,
Ese intento fallido por evitar mirarnos insustanciales, sin peso, sin gravedad…
Es cierto: el tiempo nos carcome,
Nos erosiona,
No aplasta,
Pero no aplasta,
No erosiona,
No carcome más que nada…


III


Lloro, sí, cada vez que la oscuridad me lo permite,
Sollozo y mi alma se vuelca sobre sí,
agazapada, muerta de dolor,
presa del silencio,
presa de la eternidad.

Sin forma por la cual gemir,
el gemido es forma abortada,
¿qué música traducirá su nervio desgastado, tembloroso, suplicante?

Por eso, sumido en la elevación de la noche,
penumbra de un temblor imperceptible,
estallido de relente,
sismo de universos en el interior del alma,
nuestro rostro desaparece presa de la maldición,
indescifrable por el sol,
morimos con más lenta agonía.

Un nudo en la garganta,
más bien, una estrangulación metafísica,
(soy) eliminado por el pie de un Dios sin escrúpulos,
de la negación fundamental
de estar sólo en la tierra,
visitado por estrellas en una tierra extranjera,
ajado por el viento de arenas que compone la traducción de edades en reserva.

Dejar sólo a uno mismo…
Abandonar.
Sí, conozcáis esa palabra: abandonar…

IV

Multiforme, la luz avanza,
la atraviesa un mundo que se arrastra,
siempre cambiante, precisa guillotina,
cada segundo coagulado en la memoria
en la fotografía rota,
en el bastión abandonado del recuerdo.

Tristemente célebre cada gota escurrida,
cada espuma de la ola, cada hoja de la rama,
estratocúmulo que infinitamente se mueve
indiscernible, confuso disparo de gases en vaporosa humedad,
¿qué diré que sea memorable?
¿qué palabra invocaré para que mi rastro sea cada segundo menos rastro?

V

El estado de sitio de mis ruinas citadinas:
vagabundo subyugante que me tiendes la mano: ¿qué quieres de mí si estoy maldito?
voy a la ciudad fantasma con los parias del mundo,
vertiginosa red rota que no captura pez alguno,
descalzo suelo que me abre de abrojos
las pisadas.

Una huella, cicatriz en forma de boca,
se me abre vociferante, como demonio poseído por un dios impotente:
la gangrena y la anemia son mi rauda forma de detenerme al vilo,
en la precisión de un colapso
que me aplasta: ¡Oh luces fugaces, oh sueño de Maya!
¡¿para qué vivir sino para preparar nuestro sepulcro?!

Trapo de inmundicia: mi mordaza que me contiene, que contiene mi gangrena:
mi huella es un pedazo de mi carne: soy mi combustible,
soy un fuego oscuro, una lumbrera extinta que se ahoga en la soledad,
noctámbula ánima apresada al delirio de verse en el espejo sin reflejo,
sin anhelo proyectado,
gravedad de peso atómico: el infierno somos nosotros mismos.

El horizonte lo devoró un leviatán milenario,
una venturosa imagen arbitraria,
una infausta tormenta de azares…

Definición de sí: accidente perpetrado sobre el mundo,
Mundo, erradicación del yo,
Yo: blasfemante nada.

VI

Esta noche no, sol idolátrico.
Esta noche sólo la bruma que se alza con capa de vuelo,
Con falda de lluvia.

Verás caer de la rama, el fruto de mi pensamiento
Que no acierta palabra alguna,
Suspiro sincero,
Tan sólo la yerta costumbre del actor que,
Ante el decorado ajado de la madrugada,
Medita un salmo de puro destino,
Cayendo como avejentada hoja
En blanco.

A mí, la obsesión martirizante,
El Gólgota pagano:
Ser libre para escoger la muerte,
Ser delirio quemante para el fuego,
Agua fresca para el desierto:
Poder amar cuando nos plazcan los miembros,
Poder ser esclavo cuando las alas se incendien de Heraclito.

Vendremos de la montaña helada
A instigar nuevos inviernos, a recaer al jardín primigenio,
Donde el margen de este océano
Fue la definición de lo eterno:
Coral fuente que se baña de atardeceres
Enmudecidas de adioses,
Privadas de aliento,
Languidecidas por pasos que se derraman
Al itinerario de noches sin estrellas.

¿Ves sol matutino cómo alzo los ojos sin temor al enceguecimiento?
Vengo de la noche, de ser ciego:
Nebulosa suprema que me abraza,
Rayo marchito que me hiere,
Eclipse que me rapta de los simulacros del éxtasis,
Aquí profundamente solo
Me alzo hechizado,
Fálico,
Tormentoso,
Bravío, puesto en cúmulo de nubes,
Furiosas aves de la migración: al fluido cósmico de un sueño perdido,
Sueño en otro sueño,
Vida en otra vida,
Soles que pernoctan al fondo de mi fría alma…