(Bad
Words)
Jason
Bateman 2013
La
irresponsabilidad paternal vuelta contra sí misma en la enseñanza no
sociológica al niño que se le pretende perfecto. La venganza sublimada: mejor mala educación a no tener quien me
eduque.
Destruir a
un sistema educativo hipócrita que sólo busca purgar en los niños nuestras
miserias espirituales, nuestra ineptitud como padres, nuestra inconsciencia por
no ver la locura despreciable por traer a un ser humano al podrido mundo.
Vivir en el
mundo que los demás dejaron para nosotros: detesto
lo que nunca tuve porque de haberlo tenido hubiese logrado más que ellos.
Creernos
mejores padres en el uso correcto del lenguaje: las palabras compañeras
traicioneras, que no son nada, son letras, son signos desarticulados de un
contexto real de afecto e interés. No
importa lo qué me digas, de todos modos yo veo que no me quieres.
El niño
siempre visto desde el ángulo del adulto, como si eso fuese posible en un mundo
salvaje que el mismo adulto se inventa. El mundo es malo: hay que proteger a
los niños de él. Y los protegemos y los volvemos la clase de imbéciles que
creen que el mundo es bello y a colores.
Haberse
quedado en niño y por ello, ¿ser mejor padre?
Haberse
castrado con la finalidad de ser mejor hombre. Pour shit.
La grosería
como modo de disección psicológica, lo soez, lo procaz, lo prosaico (cuya raíz
prosa, femenino de prosus, es “que está en prosa; directo, recto, derecho”),
como modo literal del derecho.
Mj ja jej jo jo seee |
Sinopsis
El
cuarentón inadaptado, nihilista y contumaz, Guy Trilby (Jason Bateman), le ha
dado por aprovecharse de una laguna legal (Aunque habría que enseñarles a los
organizadores del certamen lo que es una interpretación integradora de la ley),
en el reglamento del torneo anual de deletreo organizado por la Pluma Dorada,
instituto que dirige el Dr. Bowman (Philip Baker Hall) y así poder participar,
cual chabelo cachirulo, en el concurso con una finalidad que dudamos sea
obtener el primer lugar y el dinero que conlleva.
La razón de
dichas acciones extrañas están prontas por ser descubiertas por la periodista
Jenny Widgeon (Kathryn Hahn), a quien se le jurgó, digo, juró, la exclusiva
sobre un asunto turbio que, después descubrimos, está relacionado con el
director de la asociación Pluma…etc, y que tiene que ver con el hecho de que es
un hijo de puta hipócrita que finge interesarse por la educación de los niños
pero que fue capaz de dejar embarazada a una pobre mujer sin siquiera querer
saber nada de su hijo. Ese hijo es, desde luego, Guy Trilby.
Nunca vemos
qué pudo haber pasado de llegar a consumar su plan original este genio deletreador
resentido, en virtud de que un pequeño niño de origen indio, Chaitanya (Rohan
Chandz), se hace su “amigo” llevándolo a reconsiderar el sentido de su
venganza.
¿Qué
hubiese querido Trilby que hiciera el muy ojete de su progenitor? ¿Educarlo
como lo hacen esos pinches papás pendejos que creyendo que porque pagan
millones de dólares en escuelas caras, material escolar very expansive, están
bajo estricta disciplina y les lavan el coco haciéndoles creer que son lo mejor
en el mundo, harán de sus hijos mejores personas?
¿Qué
llevándolos a Disney World les harán comprender el poder de la imaginación, la
profundidad de la vida (o sea, que el mundo está de la chingada), el sentido de la existencia?
¿La
educación de esos niños incluye el hecho de que hay niños que mueren de hambre
por culpa de la ineptitud de los adultos?
Buscando pasta de sopa de letras |
No sabemos
si Trilby reconsideró qué era lo que esperaba de la vida, de su posible padre,
de su formación humana. Lo que sí es que sentía un profundo deseo de venganza e
idolatría por su madre, la cual, ¡mujer al fin y al cabo!, le confiesa en su
lecho de muerte quién es su padre. (Aunque eso es un derecho humano según el
artículo 7.1 de la Convención sobre derechos del niño).
Suponemos
que el pequeño niño indio le da una pista acerca de qué coño era lo que quería
en realidad: ¿sintetizar lo que era con
lo que pudo haber sido? Pero eso lo veremos despuesito.
En fin que
al hacerse amigo del pequeño, echa atrás su plan y, justo en la gran final
nacional por primera televisada en la que se enfrentan cara a cara, Trilby deja
que el niño gane a través de una jugarreta pues éste no estaba dispuesto a
ganar por condescendencia. Antes se habían bronqueado, pues Trilby consideraba
que lo había traicionado al permitirse un pequeño dejo de comprensión filial. Claro
¡¿Cómo demonios iba a permitir que un mocoso se portara como adulto y le
hiciera sentirse un escuincle lagañoso malcriado y berrinchudo?! Jamásh.
Finalmente,
Trilby le confiesa a su progenitor el sentido de su extraña incursión en el deporte
del deletreo infantil, y repleto de satisfacción por su catarsis mítica, se va
a casita con su fiel reportera. Después compra un coche pintado de patrulla,
hace subir al chamaco a fuera de su escuela en la que lo acababan de bullear,
pone una torreta portátil, y juntos cual padre e hijo cuates, van tras los púberos
malhechores hijos de la chingada del sistema por toda la calle con una ruidosa
sirena de policía.
FIN
Pues mal
por lo de querer ser policía. ¿Han escuchado la frase “¿Y yo qué?, ¿soy hijo de
policía?”, para querer denunciar discriminación?
Mal porque
cortaron la escena en donde la callejera que antes le había mostrado los
tremendos senos rechonchos al niño, se dejaba tocarlos por una lana extra.
Mal porque
nunca vimos la pintita roja en el trasero de la chamaca, ni el pito
estrangulado por las tenazas de langosta de supermercado.
Mal porque
nunca vimos más padres molestos atacar al cachirulo y la correspondiente sarta
de buenas culeradas que les habrá vociferado éste.
Quedamos
con ganas de más. El personaje es bueno. El niño es encantador y verosímil en
su apropiación de la vulgaridad del mundo. Nos quedamos con ganas de más
insultos a los padres pendejos y a sus hijos ñoños.
Pero
sobretodo extrañamos una mejor explicación sobre el cambio que obró en el
antihéroe de referencia. Desde luego es una forma de hablar. Caga el querer
comprender algo en el cine, tal y como muchos pretenden. Lo que quiero decir es
que resulta un tanto vago el sentido final del filme. Eso sí me parece valido
indagarlo. Tengo una teoría. Veamos cómo me sale explicarla (A continuación no
tengo idea de lo que voy a decir así que sean pacientes).
Trilby no
tenía por qué tener tanto rencor así como de inteligente que era. Hay dos
explicaciones a esto: a) No era tan inteligente, b), su niñez debió ser un infierno.
Creo que es la última opción la correcta. ¿Qué hizo que su niñez fuera un
infierno? El hecho evidente de que la sociedad no pueda evitar tener en la
cabeza la palabra “bastardo” cuando conoce a un niño criado por su madre
soltera. Creo, así como es la idiotez humana, hubiese sido mejor que fuese
huérfano.
Ese
prejuicio proviene de la idolatría a la familia. Así, a secas: una familia
tiene una composición culturalmente determinada en base a la posición natural
de la procreación. Decir familia es decir “padre y madre e hijos”.
Al cabo,
nuestro personaje sabe que eso es falso: su situación demuestra que es mucho
mejor que esos niños que han poseído las “dos figuras necesarias para
estructurar una personalidad sana e integralmente desarrollada”. Sólo contó con
la educación de su madre la que, por referencias, no era afecta a lo académico.
Esto, quiérase o no, implicó para Trilby una contrariedad. Es evidente que éste
pudo haber sido académicamente sobresaliente. Pero parece ser que no le importó.
¿Su madre lo castró? Es decir, ¿su resignación provino del desprecio inculcado
por su madre sobre el desvalor de las escuelas? No, parece ser que esa
influencia fue mínima. Lo relevante fue el asco que adquirió sobre la familia.
Y decir eso significa asco por las instituciones sociales, particularmente por aquella
que hace estrecha mancuerna con la familia: los centros escolares.
Se observa
que Trilby es un hombre culto en realidad. La razón por la cual nos resulta
simpático es porque es un patán educado. De alguna manera nos hace “confiar” en
que no va a pasar la sutil línea hacia el delito de corrupción de menores.
Aunque claramente haya inducido al sexo y al consumo del alcohol, al vandalismo
y al manejo irresponsable de un vehículo, seguimos pensando en que el trasfondo
es justificado.
Lo curioso
es que esto no encuentra justificación en su infancia infernal, y con ello en
los motivos de su venganza (que queda un poco floja a decir verdad), sino en el
hecho de que ha sido forjado en el quebrantamiento de lo social, de lo
políticamente correcto, de las buenas costumbres y de la visión tradicional de
la educación.
See, cómo usted quiera sr. Osho...-¡Es Chopra!...-see, cómo usted quiera... |
Más allá de
esto, y que a mí me resulta interesante, es que el personaje no actúa ni
interactúa sobre la situación cultural en sí, sino sobre el concepto de
infancia.
Así, parece
que Trilby es un aliado de los niños. Es harto probable que los motes sexuales
que encuentran su médula en la ocultación de la intimidad del lecho conyugal,
sean un estorbo para nuestra formación real como personas. La prueba de ello es
que la palabra “verga”, seguirá sonando vulgar por siempre. Es una palabra que
refiere al miembro viril a un contexto de suciedad y promiscuidad. El “pene” es
inocuo, neutro, es el que nos lavamos o con el que orinamos. Es el que sirve
para realizar el “coito” o “acto sexual”. Por el contrario, la verga “coge”.
Pero
nuestros padres no cogen. Nuestro padre, luego, no tiene “verga”. Pero Trilby
no tuvo padre, aunque a su madre sí se la hayan “cogido”. Ergo, es un hijo de puta. Asume el rol de hibrido
gramatical, condesciende al lenguaje social, en realidad. Y hace uso de la
misma arma que la sociedad se confecciona en un intento desesperado por hacer
de su cárcel un lecho de rosas: las malas palabras proscritas del lenguaje
familiar. Su intención es descomponer, desnudar, desmantelar, deconstruir (Pf,
lo dije), no literalizando el término, sino otorgándole su real dimensión
pragmática (o sea, de la relación del signo con el intérprete): no soy un hijo de puta porque haya nacido
sin padre, sino porque soy un cabrón.
Y en ese
caso, todos somos hijos de puta. Su venganza se consuma cuando iguala las
cosas. Todos los padres de ahí son igual de deslenguados, participan de la
sustancia de la palabra prohibida.
A los niños
se les hace creer que conocen el significado de las palabras. Por lo menos ahí
sí logra la parábola la película: no importa la evocación etimológica, o que
pueda descomponerla haciéndola pedacitos: escudriñar una palabra no es
deletrearla. Las palabras como el insulto no son nada sin la carga semántica
adecuada, sin la rabia, la envidia, o los celos de los que provienen. No hay
nada peor que al niño se le enseñe a leer siguiendo el método lógico-gramatical.
Termina viendo adverbios, adjetivos, modificadores circunstanciales de la
oración, preposiciones, etc.
A un niño
habría que enseñarle como ciertas palabras tienen vida propia. Y tienen el
poder de tornarse reales, hirientes, dulces, ácidas, poderosas. Un niño
necesita aprender que el mundo son palabras, que el límite del mundo es el límite de mi lenguaje. (¿Dónde había
escuchado eso antes?).
El discurso
del adulto dislocado en su infancia irrumpe con la grosería no deletreable. ¿En
qué contexto sería usado? En el de la calle, sin lugar a dudas, en donde
debemos terminar de formarnos y volver a la familia una nostalgia improbable.
El problema
que veo es que hay una reconciliación. Y no me refiero al asunto del padre sino
al de querer ser padre. Finalmente, adivinamos, será un padre a medias como
híbrido que el personaje es. Al menos no es responsable por haber traído a
sufrir al mundo a un ser humano. Toma de manera gratuita la responsabilidad.
Asume los beneficios pudiendo en cualquier momento renunciar a los perjuicios. Es
justo lo que haría un cabrón.
Así, Trilby
logra salir de su atolladero existencial con relativa integridad, sin
traicionarse, pero dándole a su cuerpo alegría Macarena.