Aljibe
¿Por qué la
centella en la piedra no retiene mi imagen?
El agua fluye
como mi lengua cuando el tiempo me posee,
y lo que no
pasa me acompaña; el sopor de muchas edades:
capa tras capa
se amontonan en mis sienes y soy un viejo aljibe.
Arrollo, bebes
de la lluvia y de los árboles, de las peñas;
eres un alemán
apuesto, veloz como rapiña, transparente como himno,
ingenuo como
la primavera; tienes corazón de cantaor.
Tus pies aún
no conocen las ortigas que crió el anatema originario:
sólo conoces
las dagas de la rosa.
Fluyes, pero
yo estoy estancado esperando a la garganta seca.
Eres espumoso,
y yo espejeante, cenagoso en mis pies que no caminan.
Tienes oro y
peces, y yo, minerales apenas visibles.
Veo las
entrañas de la tierra y me sonrío con reflejos de otros cristales.
Tú ves el cielo,
y en tu caudal los caballos abrevan, el cervatillo,
la mariposa,
la rana, y la serpiente. Eres la línea que corta la simetría,
la doble banda
del tiempo que se despliega bajo puentes y puertas
como alfombra,
de la plaza hasta el altar, del campesino al rey.
La ilusión de
novedad que te han de dar las olas y sus millones de perlas,
los racimos de
nácar, el vidrio azul, la majestad náutica
de un coro de
mareas que compiten con los caballos celestes
y que te dan
la bienvenida en el delta salado, corriendo el telón del mar.
Tu corazón es
un motor de fuego y aceite, de fragor griego y egipcio.
Navío que se
iza al carril de los vientos áureos, mediterráneos,
y promulgando
sus verticalidades en cinta, agrietan las pieles luminosas,
desperdigan su
larga cola de cometa emplumado, de faisán albino.
Adiós río que
se vierte, adiós gota que para preservarse se funde,
adiós arteria
reptante que retorna a su patria, adiós perpetuo movimiento.
Todo barco se
detiene en su puerto, más yo, traigo mi pasado
y porvenir
unidos como un beso a su boca, y una idea a su mármol.
Foto: @CaligariMoebius |
Soy quien ha
sido y quien será, reposando en sí, circunflejo.
Soy la
acumulación de socavaciones, las manos indigentes,
la piel translúcida,
un eco sin faringe, una faringe sin aire,
inédita de
soles, sórdida oscuridad susurrada de luna.
Un paisaje de
camuflajes, la cartografía aérea del rastro del buitre,
del monzón,
cardumen de chapulines de agua; humedad y relente.
Como agua,
tengo agua dentro de mí, afuera de mí, y me pienso.
Hablo agua y
escucho agua, me bebo, y soy estéril, más lo que toco, crece.
Soy un aljibe
que brilla cuando es descubierto, y se apaga cuando lo cubren.
Y así, en mi
féretro de roca puedo soñar con luminosos perdigones:
todos ellos
conteniendo miles de astros y cocuyos,
fuentes, venas
de sangre diáfana, esferas ahogadas,
pupilas con
lentes apuntando al cielo pringado zodiacalmente:
la piedra
hablando en el antiguo lenguaje mineral.