sábado, 7 de marzo de 2015

MALAS PALABRAS (O yo no soy un hijo de puta sólo un cabrón)

 (Bad Words)
Jason Bateman 2013




La irresponsabilidad paternal vuelta contra sí misma en la enseñanza no sociológica al niño que se le pretende perfecto. La venganza sublimada: mejor mala educación a no tener quien me eduque.

Destruir a un sistema educativo hipócrita que sólo busca purgar en los niños nuestras miserias espirituales, nuestra ineptitud como padres, nuestra inconsciencia por no ver la locura despreciable por traer a un ser humano al podrido mundo.

Vivir en el mundo que los demás dejaron para nosotros: detesto lo que nunca tuve porque de haberlo tenido hubiese logrado más que ellos.

Creernos mejores padres en el uso correcto del lenguaje: las palabras compañeras traicioneras, que no son nada, son letras, son signos desarticulados de un contexto real de afecto e interés. No importa lo qué me digas, de todos modos yo veo que no me quieres.

El niño siempre visto desde el ángulo del adulto, como si eso fuese posible en un mundo salvaje que el mismo adulto se inventa. El mundo es malo: hay que proteger a los niños de él. Y los protegemos y los volvemos la clase de imbéciles que creen que el mundo es bello y a colores.

Haberse quedado en niño y por ello, ¿ser mejor padre?

Haberse castrado con la finalidad de ser mejor hombre. Pour shit.

La grosería como modo de disección psicológica, lo soez, lo procaz, lo prosaico (cuya raíz prosa, femenino de prosus, es “que está en prosa; directo, recto, derecho”), como modo literal del derecho.

Mj ja jej jo jo seee

Sinopsis

El cuarentón inadaptado, nihilista y contumaz, Guy Trilby (Jason Bateman), le ha dado por aprovecharse de una laguna legal (Aunque habría que enseñarles a los organizadores del certamen lo que es una interpretación integradora de la ley), en el reglamento del torneo anual de deletreo organizado por la Pluma Dorada, instituto que dirige el Dr. Bowman (Philip Baker Hall) y así poder participar, cual chabelo cachirulo, en el concurso con una finalidad que dudamos sea obtener el primer lugar y el dinero que conlleva.

La razón de dichas acciones extrañas están prontas por ser descubiertas por la periodista Jenny Widgeon (Kathryn Hahn), a quien se le jurgó, digo, juró, la exclusiva sobre un asunto turbio que, después descubrimos, está relacionado con el director de la asociación Pluma…etc, y que tiene que ver con el hecho de que es un hijo de puta hipócrita que finge interesarse por la educación de los niños pero que fue capaz de dejar embarazada a una pobre mujer sin siquiera querer saber nada de su hijo. Ese hijo es, desde luego, Guy Trilby.

Nunca vemos qué pudo haber pasado de llegar a consumar su plan original este genio deletreador resentido, en virtud de que un pequeño niño de origen indio, Chaitanya (Rohan Chandz), se hace su “amigo” llevándolo a reconsiderar el sentido de su venganza.

¿Qué hubiese querido Trilby que hiciera el muy ojete de su progenitor? ¿Educarlo como lo hacen esos pinches papás pendejos que creyendo que porque pagan millones de dólares en escuelas caras, material escolar very expansive, están bajo estricta disciplina y les lavan el coco haciéndoles creer que son lo mejor en el mundo, harán de sus hijos mejores personas?

¿Qué llevándolos a Disney World les harán comprender el poder de la imaginación, la profundidad de la vida (o sea, que el mundo está de la  chingada), el sentido de la existencia?

¿La educación de esos niños incluye el hecho de que hay niños que mueren de hambre por culpa de la ineptitud de los adultos?

Buscando pasta de sopa de letras


No sabemos si Trilby reconsideró qué era lo que esperaba de la vida, de su posible padre, de su formación humana. Lo que sí es que sentía un profundo deseo de venganza e idolatría por su madre, la cual, ¡mujer al fin y al cabo!, le confiesa en su lecho de muerte quién es su padre. (Aunque eso es un derecho humano según el artículo 7.1 de la Convención sobre derechos del niño).

Suponemos que el pequeño niño indio le da una pista acerca de qué coño era lo que quería en realidad: ¿sintetizar lo que era con lo que pudo haber sido? Pero eso lo veremos despuesito.

En fin que al hacerse amigo del pequeño, echa atrás su plan y, justo en la gran final nacional por primera televisada en la que se enfrentan cara a cara, Trilby deja que el niño gane a través de una jugarreta pues éste no estaba dispuesto a ganar por condescendencia. Antes se habían bronqueado, pues Trilby consideraba que lo había traicionado al permitirse un pequeño dejo de comprensión filial. Claro ¡¿Cómo demonios iba a permitir que un mocoso se portara como adulto y le hiciera sentirse un escuincle lagañoso malcriado y berrinchudo?! Jamásh.




Finalmente, Trilby le confiesa a su progenitor el sentido de su extraña incursión en el deporte del deletreo infantil, y repleto de satisfacción por su catarsis mítica, se va a casita con su fiel reportera. Después compra un coche pintado de patrulla, hace subir al chamaco a fuera de su escuela en la que lo acababan de bullear, pone una torreta portátil, y juntos cual padre e hijo cuates, van tras los púberos malhechores hijos de la chingada del sistema por toda la calle con una ruidosa sirena de policía.

FIN

Pues mal por lo de querer ser policía. ¿Han escuchado la frase “¿Y yo qué?, ¿soy hijo de policía?”, para querer denunciar discriminación?

Mal porque cortaron la escena en donde la callejera que antes le había mostrado los tremendos senos rechonchos al niño, se dejaba tocarlos por una lana extra.

Mal porque nunca vimos la pintita roja en el trasero de la chamaca, ni el pito estrangulado por las tenazas de langosta de supermercado.

Mal porque nunca vimos más padres molestos atacar al cachirulo y la correspondiente sarta de buenas culeradas que les habrá vociferado éste.

Quedamos con ganas de más. El personaje es bueno. El niño es encantador y verosímil en su apropiación de la vulgaridad del mundo. Nos quedamos con ganas de más insultos a los padres pendejos y a sus hijos ñoños.

Pero sobretodo extrañamos una mejor explicación sobre el cambio que obró en el antihéroe de referencia. Desde luego es una forma de hablar. Caga el querer comprender algo en el cine, tal y como muchos pretenden. Lo que quiero decir es que resulta un tanto vago el sentido final del filme. Eso sí me parece valido indagarlo. Tengo una teoría. Veamos cómo me sale explicarla (A continuación no tengo idea de lo que voy a decir así que sean pacientes).

Trilby no tenía por qué tener tanto rencor así como de inteligente que era. Hay dos explicaciones a esto: a) No era tan inteligente, b), su niñez debió ser un infierno. Creo que es la última opción la correcta. ¿Qué hizo que su niñez fuera un infierno? El hecho evidente de que la sociedad no pueda evitar tener en la cabeza la palabra “bastardo” cuando conoce a un niño criado por su madre soltera. Creo, así como es la idiotez humana, hubiese sido mejor que fuese huérfano.



Ese prejuicio proviene de la idolatría a la familia. Así, a secas: una familia tiene una composición culturalmente determinada en base a la posición natural de la procreación. Decir familia es decir “padre y madre e hijos”.

Al cabo, nuestro personaje sabe que eso es falso: su situación demuestra que es mucho mejor que esos niños que han poseído las “dos figuras necesarias para estructurar una personalidad sana e integralmente desarrollada”. Sólo contó con la educación de su madre la que, por referencias, no era afecta a lo académico. Esto, quiérase o no, implicó para Trilby una contrariedad. Es evidente que éste pudo haber sido académicamente sobresaliente. Pero parece ser que no le importó. ¿Su madre lo castró? Es decir, ¿su resignación provino del desprecio inculcado por su madre sobre el desvalor de las escuelas? No, parece ser que esa influencia fue mínima. Lo relevante fue el asco que adquirió sobre la familia. Y decir eso significa asco por las instituciones sociales, particularmente por aquella que hace estrecha mancuerna con la familia: los centros escolares.

Se observa que Trilby es un hombre culto en realidad. La razón por la cual nos resulta simpático es porque es un patán educado. De alguna manera nos hace “confiar” en que no va a pasar la sutil línea hacia el delito de corrupción de menores. Aunque claramente haya inducido al sexo y al consumo del alcohol, al vandalismo y al manejo irresponsable de un vehículo, seguimos pensando en que el trasfondo es justificado.

Lo curioso es que esto no encuentra justificación en su infancia infernal, y con ello en los motivos de su venganza (que queda un poco floja a decir verdad), sino en el hecho de que ha sido forjado en el quebrantamiento de lo social, de lo políticamente correcto, de las buenas costumbres y de la visión tradicional de la educación.

See, cómo usted quiera sr. Osho...-¡Es Chopra!...-see, cómo usted quiera...


Más allá de esto, y que a mí me resulta interesante, es que el personaje no actúa ni interactúa sobre la situación cultural en sí, sino sobre el concepto de infancia.

Así, parece que Trilby es un aliado de los niños. Es harto probable que los motes sexuales que encuentran su médula en la ocultación de la intimidad del lecho conyugal, sean un estorbo para nuestra formación real como personas. La prueba de ello es que la palabra “verga”, seguirá sonando vulgar por siempre. Es una palabra que refiere al miembro viril a un contexto de suciedad y promiscuidad. El “pene” es inocuo, neutro, es el que nos lavamos o con el que orinamos. Es el que sirve para realizar el “coito” o “acto sexual”. Por el contrario, la verga “coge”.  

Pero nuestros padres no cogen. Nuestro padre, luego, no tiene “verga”. Pero Trilby no tuvo padre, aunque a su madre sí se la hayan “cogido”. Ergo, es un hijo de puta. Asume el rol de hibrido gramatical, condesciende al lenguaje social, en realidad. Y hace uso de la misma arma que la sociedad se confecciona en un intento desesperado por hacer de su cárcel un lecho de rosas: las malas palabras proscritas del lenguaje familiar. Su intención es descomponer, desnudar, desmantelar, deconstruir (Pf, lo dije), no literalizando el término, sino otorgándole su real dimensión pragmática (o sea, de la relación del signo con el intérprete): no soy un hijo de puta porque haya nacido sin padre, sino porque soy un cabrón.

Y en ese caso, todos somos hijos de puta. Su venganza se consuma cuando iguala las cosas. Todos los padres de ahí son igual de deslenguados, participan de la sustancia de la palabra prohibida.

A los niños se les hace creer que conocen el significado de las palabras. Por lo menos ahí sí logra la parábola la película: no importa la evocación etimológica, o que pueda descomponerla haciéndola pedacitos: escudriñar una palabra no es deletrearla. Las palabras como el insulto no son nada sin la carga semántica adecuada, sin la rabia, la envidia, o los celos de los que provienen. No hay nada peor que al niño se le enseñe a leer siguiendo el método lógico-gramatical. Termina viendo adverbios, adjetivos, modificadores circunstanciales de la oración, preposiciones, etc.

A un niño habría que enseñarle como ciertas palabras tienen vida propia. Y tienen el poder de tornarse reales, hirientes, dulces, ácidas, poderosas. Un niño necesita aprender que el mundo son palabras, que el límite del mundo es el límite de mi lenguaje. (¿Dónde había escuchado eso antes?).

El discurso del adulto dislocado en su infancia irrumpe con la grosería no deletreable. ¿En qué contexto sería usado? En el de la calle, sin lugar a dudas, en donde debemos terminar de formarnos y volver a la familia una nostalgia improbable.

El problema que veo es que hay una reconciliación. Y no me refiero al asunto del padre sino al de querer ser padre. Finalmente, adivinamos, será un padre a medias como híbrido que el personaje es. Al menos no es responsable por haber traído a sufrir al mundo a un ser humano. Toma de manera gratuita la responsabilidad. Asume los beneficios pudiendo en cualquier momento renunciar a los perjuicios. Es justo lo que haría un cabrón.

Así, Trilby logra salir de su atolladero existencial con relativa integridad, sin traicionarse, pero dándole a su cuerpo alegría Macarena.