martes, 3 de agosto de 2010

Nuestra Bodhisattva favorita


Uno de sus recopiladores al final del prologo al libro "Profesión de Fe" (http://www.institutosimoneweil.net/index.php/web-links/38-libros/81-profesion-de-fe), le llama, si mal no recuerdo, "Nuestra Bodhissatva" favorita.
Certero sin lugar a dudas. Desde luego parecería una aberración religiosa tomando en cuenta que el budismo y el cristianismo son como el agua y el aceite, al decir de algunos especialistas en materia de religión. Pero los especialistas en religión, como bien diría Cioran al hacer una crítica dura contra su viejo amigo Mircea Eliade, no pueden revestir el caracter profundo que encierra la vocación religiosa del hombre. Todo estudio o tratado no es más que la esterclerosis de una savia ya de muy otra ralea: un instinto vital que se pierde en la noche oscura del espíritu humano.
Leer a Weil es con mucho, una de las experiencias más gratificantes que un alma celosa de la verdad anterior podría tener. Y es que no sólo se trata de un lugar común hoy en nuestra decadencia religiosa el prestar oídos a nuevos profetas, si no que, se constata con el esplendoroso brillo de la compasión magnánima de la Virgen Roja, siempre una "historia de amor es una historia nueva".
Su versión del cristianismo, ha destrozado el crucifijo que por tanto tiempo forjó la religión más entredicha de todos los tiempos. Tal pareciera como si, lo que a mi parecer es, la religiosa más ferviente de los últimos tiempos, se hubiese propuesto la labor titánica que emprendió hace más de dos mil años, el Bodhissatva por antonomasia, el real: Nagarjuna ante la momificada escolástica del budismo. Tal labor es la de la destrucción total de todas las seguridades religiosas, los dogmas fundantes, para así hacer más visible el cuerpo real del Cristo, o la ambivalencia del Sunyata.
No hay que ser muy diestro en teología o en hermeneútica religiosa para percatarnos que Weil es, lo que dirían los ortodoxos, una hereje. Pero, ¡oh blasfemia entre blasfemias!, ya quisieran los amantes del cadaver crucificado hablar como sólo ella lo ha hecho, lo ha sabido hacer y aún falta por decodificar. Detrás de su mirada de infinita tristeza por este mundo raído de la posibilidad de la luz, se esconde el más peligroso de los santos, el más fuerte de los espíritus que a naturaleza humana se le pudo haber ocurrido. Sin con el Shakyamuni teníamos suficiente (lograr la suprema ambición de quedarnos sin ambiciones), llega la mística experta en el vacío ha señalarnos la destrucción total de los cimientos de lo que antes llamabamos "Dios".
Totalmente de acuerdo, no se levantan nuevos dioses si antes no se han derrumbado por completo los anteriores. Metareligión, misticismo reinventado, un supremo núcleo que describe la base común de todo sentimientos religioso allende está el deseo de autodestrucción del hombre, de abolición del principio vital y de las causas existenciales, es la experiencia que nos viene a transmitir esta Bodhisattva cristiana.
No deseo ahondar más en el tema de lo que ya he aventado al aire sopena de malinquietar. No es esa mi intención. Resta por decir que se tiene aún mucho que inventar y decir (la misma cosa) acerca de esta mujer hecha de un material distinto a la del hombre. Su genialidad, su iluminación, no nos dejará nunca de estremecer: ha hecho vibrar hasta aquél que creía destruido por completo los cimientos de lo religioso, le ha hecho adivinar la magnitud del silencio de la muerte de un Dios, o el completo desasociego de saberse esclavo de este mundo, víctima de este ocaso sempiterno que es no ser nada, nadie, una errabunda silueta de una nada marchita.

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