miércoles, 25 de agosto de 2010


Avanza, palpa la luz con tu mano de tiniebla,
Atraviesa el silencio que componen las palabras,
Instálate ahí donde ves tus declinaciones emigrar,
En donde radica un no-yo.

__________________________________________________

Como si un demonio nos poseyera, un destino viniese a cobrarnos alguna deuda olvidada. Una paranoia, una depresión olvidada que emerge de una insondable profundidad. Estamos alegres, y de repente, ya no.

Ver los cambios que efectúa nuestro ánimo una y otra vez, en tiempos más o menos cortos, en intervalos inesperados, es mantener la consciencia aún despierta: algo que no es nosotros nos mantiene en una región inalterada en donde no penetran los vaivenes del mundo, de nuestra historia personal. Empezamos a adquirir control. Pobre de aquél al que le parece que es siempre el mismo, sin duda se equivoca.

Esta tristeza infinita "que siempre está ahí y que aparece como sin razón, pero que, precisamente por ello, se puede concluir que siempre ha estado ahí", que nos arrebato momentos en los que deberíamos ser pura raudeza, acción o alegría, sin duda, es el centro del ser del hombre.

La alegría, la jovialidad, el extásis, la ternura, el odio, el miedo, toda forma de sentimiento positivo, propuesto por los fluidos del devenir, no son más que periféricos.

Al centro solamente está la tristeza infinita de vivir.

Y más allá, cruzando ese epicentro, como un tunel que nos devora, está la reconstrucción de todas las fuerzas apetentes por construir y destruir; el agobio, la apatía, quedan atrás, y solamente aparece una lucidez flotando en su limbo.

Entonces, es posible hacer lo que sea.

Y hacerlo bien y pronto.



No hay comentarios:

Publicar un comentario