¡Ya pinche chamaco dejáte ay que te van a salir pelos en la mano!
El segundo largometraje del
ya peliagudo escritor afroantillanolondinense, escultor, exjugador de futbol, fotógrafo y director Steve MacQuen
(no confundir con el del Gran Escape), nos llega (para variar) con su para-siempre-seremos-brothers-aunque-termine-haciendo-churros-y-tú-obras-de-arte,
Michael Fassbender, (¡Uta! Ese wey ya es como el guajillo de todos los tacos:
300 de Zack Snider en 2006, Inglourious Basterds de Tarantino en 2009, Haywire
de Soderberg en 2012, Prometeus de Ridley Scott también en 2012, sólo por citar
algunos y ¡hasta una peli de don chingón Terrence Malick para el 2013 según
afirman lenguas viperinas!). Sólo le hace falta filmar una peli con Hitchcok de
no ser porque ya se murió. Todo ese curriculum fílmico (con todo y la vergüenza
de haber trabajado con Spielbergh en Band of Brothers), no sería nada (nada de:
vacío, vacuo, ausencia, superfluo, frívolo, irrelevante, etc.), sin su papel de Bobby
Sands en la opera prima de MacQuen (no con fundir con el de Cars): Hunger.
Como buena película mexicana...Ten tu llegue.
Dejemos como harina de otro
costal esa gran cosa que fue Hunger para centrarnos en la peliculita que me
chingué hoy y que hasta me hizo entrar en terapia psiquiátrica al recapacitar
que eso de jalársela con catálogos de lencería de Chedraui ya está muy mal. (Es
broma).
Reseña: El jovenazo (tengo que decirle así puesto que tiene como
mi edad), Brandon, vive en una soledad onanista en su
departamento-espacio-vital-si-me-lo-invades-te-mato en la ciudad de Nueva York
gozando de las mieles de ser Yupie, metódico y forever alone, y cogiéndose a
cuanta morra pueda: putas, (perdón, sexoservidoras) con y sin cámaras web, una
o con dos al mismo tiempo, compañeras de oficina, chicas fáciles en el bar, y
hasta con la viuda Manuela de 5 hijos, etc., cuyo vacío existencial lo llevará al
anticlímax antipornográfico antiheroico cuando su hermana Sissy (la muy
princesita bonita Carey Mulligham), entre a su vida intempestivamente y le
enseñe que el sexo tiene sus qués, porqués, dóndes, cuándos, cómos y con
quienes. Desde luego no era la intención de la chica hacer esa terapia
lacaniana, solamente quería huir de su drama amoroso no correspondido y de paso
cortarse las venas y acostarse con el jefe de Brandon, David (James Badge
Dale), ante la estupefacción de aquél quien no se decide si va a hacer a su
hermana en tacos o en moronga.
No manches, nadie le ha dado un puto "like" a mi Blogger: me cortaré las venas.
Shame: pecadillo vergonzoso de anónima ciudad invasora. El espacio
en blanco, la mirada vacía hasta el punto del hartazgo de Brandon. La mirada
cómplice, la sonrisa coqueta, el escrutinio erótico, el scaneo pornográfico. La
vergüenza. Sí: la Vergüenza: increíble la escenaza en donde la chica del subway
(preciosísima Lucy Walters), inicia con la mirada luminosa de una belleza que
nos admira, para luego pasar al movimiento de labios y la ligera sonrisa
orgásmica y concluir en un sigiloso toqueteo entre las piernas. Y la sortija de
bodas románticamente a lado de la de compromiso entre los dedos de esa
rubiazasa que de repente, en un movimiento sutil descubre lo inapropiado del
pequeño affaire de miradas.
¡Oyeme pero qué bien! Ser un stalker puede ser tan horny.
En Hunger la tópica era el límite del cuerpo en contacto con el
espacio represor del poder. En Shame la onda es ver al cuerpo como la
herramienta represora llevada hasta las últimas consecuencias del placer.
Herramienta convertida en arma, de autodestrucción, el drama de Brandon es la
paradoja de la fertilización infértil: Onán entregando su semilla a una tierra
indiferente, una que no puede hacer brotar nueva vida de sí. Ahí era el
tormento del cuerpo, aquí la voluptuosidad excesiva. Diría Guido Ceronetti que
el silencio del cuerpo atrapa el alma en las zonas de mayor pestilencia: aquí
el alma se esconde en la oscuridad de los deseos rotos, en los placeres
carnales descarnados descarriados deslechados, tirados a la pendeja en un baño
de citas gay.
MacQuen: vean, tienen que transmitir esa dulce relación comprensiva entre hermanos, leales, solidarios, tolerantes...o sea, pueden partirse la madre según la parte proporcional que les corresponda.
Atrapan los planos secuencia,
la toma única exenta de todo montaje: temporalidad sostenida por el puro
acontecimiento de la actuación de los personajes, sus gestos, sus caricias, sus
momentos incómodos. Ya en Hunger, MacQuen expone la temporalidad como una suma
de acontecimientos desarticulados de una sustancia o juicio: vemos el puro
hecho, la pura presencia de un pedo psicológico desprovisto de explicación
psicoanálitica puñetera. Inolvidable la secuencia de sola toma del maratón
nocturno de Brandon intentando descargar su impotencia ante el acostón borrachero
que tienen su jefe y su hermana. Atrapa el hermoso rostro de la Mulligham
cantando un “New York, New York” cortavenas ingenuamente inverosímil de ser
tocado en un café-bar in neoyorquino sin mayor talento que el de la frivolidad
de tener meseras brasileñas (aquí tienen: http://www.film4.com/videos/article/shame-clip-new-york-new-york).
Atrapa la escena del hotel en la que la oficinista
Marianne (Mi vida, Nicole Beharie), se ve frustrada porque el coñazo de Brandon
no puede terminar el acto que (eso lo sospechamos todos), significaría para él
un ligero contacto realmente humano a través del sexo.
Rescatable la superactuación del cabronazo Fassbender que de robot
no tiene nada, ni de magnetófono. Y lo mejor son el cast de las chicas
Fassbender: todos unos culazos, desde las prostis hasta la american blonde
anónima (ni tanto, ahí tienen su nombre: Lucy Walters) del metro, que lo único
que hacen es querer pasarnos al bando de los sátiros.
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