viernes, 9 de septiembre de 2011

FORO BUDISTA

I.- Introducción


Señoras, señores, amigos.


En primer lugar quiero darles las gracias por acudir a este evento que, como todo, no me creo merecedor de semejante proeza de acción…quiero darle las gracias también al organizador por invitarme a participar en este foro de debates.


Pues bien heme aquí que fui invitado a darles una charla sobre la esencia del budismo. Le agregué al título propuesto por el coordinador de posgrado de mi universidad “desde el punto de vista occidental”. Y esto se debe a que el budismo contempla la falta total de posesión de algo tan efímero como la verdad. Siempre opinaremos, y eso no está emparentado con alguna forma de humildad, sino de evidente acierto.


La primera duda me asaltó en plena cama; fue cuando pensé que no era más que un caos de explicación esto de dar a entender mis pensamientos. Tratándose del budismo en especial, es una tentación continua arrojarse a lo filosófico.


Creo poder explicarlo de manera más o menos estructurada mi discurso. Estructurado. En primer lugar hay que ubicar el pensamiento de Nagarjuna (Monje budista de hace aproximadamente 2,500 años), dentro de la gran rama del budismo Mahayana, y para ser más precisos, del Mahayana Madhiamika. Ojo: hay que tener siempre presente que, el budismo al ser una religión no revelada, no posee más que una tradición oral acerca del contenido doctrinario, situación que la hace una religión bastante flexible, y que ha producido una riqueza de pensamientos y posturas que, a diferencia del cristianismo, le ha venido a ser provechoso. Bueno, decía que el Mahayana es una gran corriente budista tan antigua como el budismo mismo, dentro del cual se encuentra o podemos ubicar a Nagarjuna como puro pretexto para hablar de la esencia del budismo (y “esencia” me gusta, puesto que la misma doctrina permite la inexactitud conceptual de cualquier cosa), pues resulta que el Mahayana que significa “Gran vehiculo” (a diferencia del “pequeño vehículo” que es el Hinayana, corriente que pone enfásis en el aspecto histórico del buda y en la práctica de querer alcanzar el Nirvana como primer objeto dirección del budista), hasta el momento en el que se encontraba la doctrina de Buda aún se encontraba en pañales como para ser abordada desde el punto de vista de la filosofía. No me interesa mucho hacer énfasis en esto de lo filosófico, sin embargo, al tratarse de una de las notas distintivas del budismo (a mi juicio) el riguroso uso de una metodología lógica, pues forzosamente he tenido que hacer referencia al hecho.


Pues, bien, ya entrando en materia, podemos partir de un escándalo (por así llamarlo) que produjo el pensamiento de Nagarjuna cuando afirma que no existe diferencia alguna entre el Nirvana (cesación del ciclo de las reencarnaciones y elevación de la impermanencia) del Samsara o el mar de sufrimiento que significa la vida. Esto ocurre porque Nagarjuna llega a la conclusión de que el Nirvana tiene por cualidad un concepto muy curioso que es el vacío o “esencia de la vacuidad”, que no es más que la ausencia de toda forma de entidad y ser. El Sunyata (cuyo término podemos traducir a la voz “vacuo”) es un no-lugar en un no-tiempo, en donde arriba aquella alma que ha perfeccionado su camino y que se ha despojado por completo de los deseos propios que poseen…todos aquellos seres que quieren cambiar su esencia, que no aceptan la inexistencia de un mejor estado que el que poseen de manera actual. Esto es un poco complicado y regresaré sobre ello más adelante. Pues bien, he aquí la enormidad del monje Nagarjuna: Dado que el Nirvana es lo vacuo y la vida o Samsara es una ilusión, resulta que ambos son la misma cosa. Pero hay una importante tanto como sutil diferencia: el iluminado auténtico distingue a ambas o, mejor aún, sabe que ambas están ahí a la vista de la inteligencia. Esto sería como similar a decir que una persona conoce de manera intuitiva el sinsentido de la vida y a pesar de ello continua como si nada pasara, o aquel que sabe que la vida se dirige hacia ningún lugar y siempre examina su propia vida en términos de la muerte y las limitaciones terrenales, es decir, trata de ser un hombre moral, congruente con su conocimiento. ¿Hay diferencia en alguno de los dos? Ninguna, cumplen a cabalidad lo que señala el Eclesiastés cuando afirma que tanto el sabio como el necio van a parar al mismo sepulcro. Pero, si se observa, quien tiene la consciencia suprema de que la vida no es más que nada, es quien merece mejores elogios y marca la suprema diferencia entre un tipo de persona y otra.


A mi parecer y una vez hemos examinado de manera somera la gran tesis de Nagarjuna que, a mi parecer, expresa de manera congruente y exacta (en la manera de lo más posible), la esencia del budismo, pasaremos ahora a examinar ciertas nociones que considero fundamentales para acercarnos al mismo. Para ello tengo en mente dos formas que podrían arrojarnos luz al respecto: 1. Comparándola con la religión que más tenemos a la mano, y que en este caso se trata del cristianismo, y, 2. Revisando uno por uno los conceptos que considero fundamentales para ponerlos a la luz del juicio común para luego pasar a un diálogo verdadero.


Bueno, empezaré por citar los tópicos que abarcaremos respecto a las diferencias:


1.- En primer lugar, el cristianismo posee una revelación (que ya sea entendida como registro de la revelación o la revelación misma), que cerca por completo (como una valla con púas a mi parecer), la doctrina cristiana en un credo monolítico y, por consecuencia, en un exterior… ¿cómo podríamos llamarle? No oficial, fuera de la ortodoxia, consignando una interpretación discrepante con el canon o la versión de autoridad, al no-lugar de la herejía.


Por el contrario, perfectamente en un mismo lugar, un budista Zen o uno que considere más apegado al espíritu del budismo el Madhiamika, por ejemplo, puede perfectamente convivir en un mismo lugar con total armonía. ¿A qué se debe esta falta de “convicción” respecto a lo que el uno y el otro sostienen?, en el entendido de que algo que es objeto de nuestra adoración no puede ser entendido de manera diferente a como uno cree que es. Pues resulta que, propiamente, no poseen un “credo” que los haga identificarse de manera tajante. Fíjense como una cosa lleva a otra. Resultado de la falta de revelación, de dogma escrito, y de la consecuente doctrina absoluta, se desprende la inexistencia propia del budismo como religión. Bueno esto lo he repetido muchas veces: El budismo establece una paradoja curiosa: se le llama religión pero no posee los elementos propios de una religión. Pero esto, este decir, es propia de una visión occidental. En realidad, desde mi punto de vista, sí es una religión porque no puede ser entendido de otra forma aquello que sustituya a otra cosa sino es de idéntica sustancia. El Budismo, al no tener creencia, entonces, ¿con qué se queda?, ¿qué es lo que hace que tenga una cohesión por la cual pueda ser identificada y pueda sobrevivir en medio del tiempo? Pues en que posee una serie de prácticas comunes. Esto se ha dicho hasta el cansancio, de ahí que muchos despistados aseveren que el budismo no es una religión sino un “estilo de vida”. Aunque ciertamente la fe no es uno de los rasgos del budismo, no de ello se debe derivar que carece de la sustancia propia por el cual una religión es: la superación del temor a la muerte y la entrega incondicional a una forma de absoluto que nos rebasa. Eso es todo, para eso sirve la religión; lo demás no son más que florituras, para mi gusto.


Ahora bien, regresaremos más adelante sobre esto cuando analicemos las prácticas budistas, el concepto de “fe”, de “religión”, de “compasión” y otros más derivados de la confrontación continua de estas dos formas absolutas de mirar la realidad.


2.- En segundo lugar, debemos observar una de las características más curiosas que el budismo posee respecto al cristianismo: carece de una identidad suprema semejante a los atributos humanos. En efecto, estoy hablando de Dios. El budismo es ateo, no cree en Dios, o para ser más exactos, no posee reflexión alguna sobre una entidad semejante…y esto se debe a que no le hace falta. Esto está ligado con el principio mismo de la religión como re-ligación (que por el momento no me interesa dilucidar) y que viene de que el budismo parte de la consideración de la inocencia del hombre. ¿A qué esto? ¿Cómo se atreve está visión aseverar tal, cuando es evidente que el hombre es malvado, sucio, pecaminoso? Esta es la primera reacción que tenemos a tal cosa, pero fíjese que el budismo no observa en el mundo más que dolor, sufrimiento. Esto lo quiero entender, haciendo un esfuerzo no poco, con el hecho de que la muerte y la enfermedad (ambas negaciones de la vida), son suficiente pago para la maldad del hombre, si acaso lo hubiera. La noción de maldad tiene un origen que se remonta a los albores oscuros de la humanidad y que apenas y si se expresa tímidamente en los libros del antiguo testamento. No quiero entrar en detalles sobre el tema pues excedería mis capacidades, pero el budismo no comprende al hombre como un ser impuro o pecador, para el budismo no existe esto…entonces, me preguntarán en qué le ayuda al hombre el budismo sino tiene nada en qué ayudarle, ¿dónde está pues el valor de su reconfortamiento? Pues en que el hombre sufre, y que esto deviene porque el hombre desea. Sí: el problema del hombre no es su maldad sino su falta de capacidad para dejar de obrar en general. El budismo no solamente rechaza las acciones malas, sino incluso las buenas en tanto éstas solamente sirven para afianzarnos en un mundo que no es más que nada, que es transitorio y que, por lo tanto, no repercutirán en lo infinito nada de lo que en él se haga.
Así, de esta forma podemos ver que el ideal del hombre debe consistir no en ser un hombre bueno, o santo, o cosa parecida, sino en alcanzar la vacuidad plena, ahí donde se anulan todas las formas de juicio y de comprensión del absoluto.


Quiero aclarar que todo lo dicho, que esto que estoy diciendo, no es más que una interpretación y en ninguna manera expresa una visión que la mayoría de los budistas practicantes podría tener. Muchos de ellos pensarán, incluso, que lo que estoy diciendo no se parece al budismo, que estoy diciendo enormidades fuera del discurso budista, pero precisamente de eso se trata esto. El budismo siempre ha sido tolerante consigo mismo e, incluso como la ciencia, posee un instrumento de revisión de sí mismo a través de una dialéctica autocrítica que la ayuda a estar de acorde a los tiempos.


3.- Bueno, prosiguiendo con nuestro desarrollo, hemos de observar que, en tercer lugar, el budismo tiene por columna vertebral de su vida no el amor sino el desapego. Bueno he aquí que, a propósito de la fe, el amor o la esperanza, estos valores cardinales del cristianismo, no tienen cabida en un mundo donde se considera al ser humano como pleno (dentro del concepto que solamente le hace falta la iluminación para percibir las cosas como son siempre y eternamente) y sumido en el dolor de vivir. ¿Para qué tener fe si lo que se espera es inminente?: la muerte, la reencarnación o el arribo al Nirvana. Esto es fatal, sobre eso no se necesita tener ni esperanza ni fe. Respecto al amor, en el supuesto de que estemos entendiendo lo mismo por este vocablo, no hace falta si se puede vivir en medio, detrás o a lado de una persona con la consciencia de que es pasajera. El amor ata, crea un compromiso, religa, une en un lazo inseparable a dos almas. Pero esto no es lo que quiere el budismo. En efecto: ¿cómo empecinarse en depender en una nada, en una ilusión que solamente nos arrollara más al sufrimiento por su perdida, su lejanía o su desamor? Desear, arma secreta del querer seguir viviendo, está profundamente emparentado con el hecho de querer ser por otro, de querer suprimirse a sí mismo en pos de otro.


A este respecto quiero sacar a colación el tema del misticismo cristiano que, supuestamente, pregona la supresión del yo (personal y por tanto imperfecto) para quedar sumido en la persona de Dios. Parece budismo dicen algunos. Puede ser, pero no es lo mismo: la nada, arribar a ella, no es fundirse en una deidad por mor de la entrega incondicional propia del amante, sino es percibir que a dónde se llega es tan nada como lo es uno mismo. Esto quiere decir que aún en el misticismo se conserva una forma de sustancia: la deidad, y que, por lo tanto no puede ser equiparado a que un ser se hunda en el no-ser. Esto es muy complicado y exige mucha concentración para entenderlo bien, si nos queda tiempo, trataremos de retomarlo.


Como se puede observar, la voluntad y el deseo, el sueño, etc., provienen del instinto de supervivencia, mismo que nos acusan…como…seres aún incapaces para dominar tanto el querer como él no creer. La comprensión de esto nos lleva a señalar que la santidad cristiana carece de auto comprensión pues aún no vislumbra que el gran mal de la humanidad se encuentra en ella misma y que es necesario verle desaparecer. Desear la santidad es ya perder de antemano la posibilidad de alcanzarla pues el hombre santo no desea nada.


Esta condición, la de la autocrítica, no es propia de las religiones occidentales. Las religiones occidentales no tienen más que como objeto de sus acciones a su dogma. En el budismo la doctrina absoluta que podemos identificar como Paramartha, no se adquiere más que más allá de las palabras y los documentos fundantes de las instituciones religiosas. Si acaso existe algo semejante a unos documentos serían los sutras y dharmas (en su acepción de doctrina) que solamente crean un dejo de autoridad litúrgica, pero no eclesiástica a la manera del catolicismo, por ejemplo.


4.- Según lo ya expuesto, toca el turno al punto cuarto de distinción con el cristianismo. Pues este cuarto me parece que debería ser el primero por su importancia, pero lo he dejado al final para que en ella converjan todas las demás cosas explicadas hasta el momento. En efecto: el principio que va en contra de la noción de identidad lógico-metafísica de occidente, y sobre el cual se erige el cristianismo, es totalmente confrontada con el principio del origen condicionado o de la imposibilidad de determinar las causas que rodean la presencia de un ente. Bueno… ¿por qué digo que esto es fundamental? Porque a partir de ella se sigue la fuerza absoluta del argumento sobre el cual se define la transitoriedad del mundo, su insustancialidad, la imposibilidad del hombre por mantener fija una forma de verdad.


Bueno, la verdad es que no me gusta pasearme por estos lares pero voy a tener que hacerlo si ustedes me lo permiten y siempre a riesgo de hacerlos dormir.


Desde el punto de partida de la filosofía moderna, esto es, Descartes, hasta Ludwig Wittgenstein, por citar a uno que entra dentro de esta forma de concebir la realidad, el principio del origen condicionado se alza sobre el conocimiento realista de la época anterior al de las luces. ¿Qué es el origen condicionado? Pues la imposibilidad de que el hombre conozca algo, es decir, que exista algo como la verdad o el conocimiento propiamente dicho. El cristianismo pregona el conocimiento de Dios y, aún más, la penetración del misterio de la encarnación del verbo, de la trinidad…etc. Esto es visto como algo “real”. Pero el budismo antepone que no podemos llamarle a algo así en virtud de que lo real es mera ilusión. El budismo no niega los principios del cristianismo sino que enjuicia los valores todos del occidente ilustrado. Esto hace, nótese, que cualquier cosa por la cual tengamos causa, no es más que un acto arbitrario de nuestra mente que se frena a sí misma para poder continuar cayendo en un abismo de dudas y exámenes.


¿Qué tiene qué ver el principio del origen condicionado con la filosofía ilustrada? Principalmente el empirismo inglés logra algunos acercamientos importantes a la forma de pensamiento, de captar las cosas orientales. Captan, Hume, Locke, Berckley, Hobbes, por ejemplo, que no existe tal cosa como lo real, como la sustancia, como el ente lleno de algo, de existencia. Pregonan, de manera muy inteligente, a mi parecer, aunque después se le dé todo el crédito a Kant por “superar”, entre comillas, a esta postura y al racionalismo, pregonan que eso de lo real, de la cosa, no es más que el resultado de un convencionalismo que reúne en un solo lugar mental la serie de experiencias que tenemos con ese fenómeno. Como diría Camus mucho más recientemente: Yo no puedo saber qué es la amistad, pero puedo sentir esta mano en mi hombro que me dice que siempre podré contar con su ayuda; que no sabe qué es el amor, pero sabe que puede experimentar por alguien una mezcla de cariño, inteligencia y deseo…Perdón por citar tan mal, pero no tengo a la mano…el libro.


Así, de esta forma, la ruptura con la filosofía medieval y hasta con el realismo crítico, está hecha de una vez y para siempre. Este es el cisma de occidente, después de esto ya nada será igual.


Imagínense ahora que tal dispersión de los elementos de la experiencia, y su reunión repetitiva en un mismo lugar, por decirlo de alguna manera, llega hasta nuestros días, pero no ya en forma de pensamiento, es decir, la nueva crítica no gira en torno a las formas pensamiento o de conocimiento, sino sobre la misma forma de escribir. Esto es importantísimo, porque no solamente habremos de cuidarnos de la forma en la que vemos las cosas, sino también de cómo hablamos de ellas. Gran parte de esta desconfianza en la palabra surge del mismísimo Nietzsche, y se extiende sobre nuestra actualidad como reguero de pólvora. Ahí está, por ejemplo, ese Derrida que se la pasa hablando de otros libros que a su vez hablan de otros, y así sucesivamente. Señala que no hay pensamiento que no esté inscrito en una tradición literaria y que eso corta de tajo cualquier posibilidad metafísica. Hace eco de su maestro Nietzsche quien asegura que todo cuanto se hace no es más que el resultado de una práctica del poder y que éste se esconde a través de los discursos. He allí a Foucault y a Lacan, que, junto con la ayuda del instrumento del psicoanálisis, nos llevan a comprender que la verdad es una construcción del lenguaje y que, por lo tanto, al modificar este modificamos toda la realidad… así podríamos seguir indefinidamente… pero tenemos prisa de llegar a nuestra casa y apuraré el objeto de todo esto.


Nuestra época, con razón, ha sido llamada la época del lenguaje. No existen, dentro del ejercicio filosófico, más que imprecisiones del lenguaje, falsos dilemas, yuxtaposiciones erróneas de términos del habla…etc. Esto es wittgeinsteiniano. Para rematar, resulta que la confección de un discurso gira en torno a situaciones, causas, motivaciones que no podemos controlar, que escapan fuera del objeto del discurso mismo; con esto se mata a la Filosofía y no queda más que una práctica entretenida de desatar malos entendidos.


¿Qué acabo de contarles? Algo que hace más de dos mil años los filósofos budistas ya sabían. Tal cosa que a nosotros nos tomó descubrir hasta hace poco. No hicimos más que inventar la pólvora. Esto es un poco vergonzoso pero, esto de que es imposible tener en las manos a la razón, Nagarjuna y la escuela Madhiamika ya lo habían sostenido. No se puede conocer nada porque no podemos controlar los elementos que rodean la confección de una verdad. Esto es el principio del origen condicionado: que todo objeto tiene miles de causas, infinitas quizá, que corrompen la posibilidad de sostener una razón única, entre comillas.


¿Qué es el principio de identidad? Pues que podemos aseverar que algo es o no es al mismo tiempo y bajo las mismas circunstancias. Eso suena bien, pero, he aquí la pregunta que aún a un escolar se le ocurriría formular y que pasamos por alto: ¿Cómo saber que algo es verdadero? Pues bien, no hay forma de saber tal. Si pudiésemos determinar que podemos verificar algo, que existe un elemento fundamental, sine qua non de las cosas, pues sabríamos si algo existe o no. Pero esa causa única no existe. El origen de las cosas es indefinido, posee multitud de elementos, y he aquí lo importante: todos ellos funcionan al mismo tiempo y con la misma importancia. Esto es el principio del origen condicionado. ¿Qué sigue de esto? Pues que cualquier forma de verdad es ficticia… y aquí la enormidad que se atreve a decir el budismo: Hasta la misma doctrina que asevera tal verdad llega a desaparecer para sumirse en la total nada. Esto pone los pelos de punta a la mayoría de los científicos, pero, a mi juicio no hace más que expresar una tautología, algo que está implícito y que no decimos porque es insostenible. Es como decía Aristóteles que el hombre que quisiera ser moral y que sostuviese que la verdad no existe, debería en el acto dejar de practicar cualquier movimiento, hasta la misma respiración, pues no se puede hacer nada sino se sabe qué cosa hacer, y esto está definido por un conocimiento.


Nagarjuna sortea uno y mil problemas para aseverar que su postura es válida aunque sea pasajera. El problema principal que se le presenta es: ¿cómo sortear caer en el nihilismo sin dejar de aseverar que todo proviene de la nada y se encamina de nuevo hacia ella sin que el hombre pierda toda forma de quehacer, de entregarse a la jornada diaria? El otro error consistiría en aseverar que existe algo, aún una forma de doctrina que sobrevive por sobre todas las cosas, una verdad inconmovible que se alza de manera absoluta sobre todas las cosas. Si se acepta esto último, se le estaría dando a la impermanencia el carácter de impermanente y esto destruiría todo el edificio, por así llamarle, del vacío de lo que llamamos mundo. Nagarjuna no dice “sí” o “no”, sino que supera ambos términos.


El budismo, tal y como cuenta la tradición, se asemeja a la citara que escuchó el primer iluminado: para dar su nota exacta tenía que estar en tensión constante, sin desviarse para la derecha ni para la izquierda, de lo contrario la cuerda no podría sonar, o bien…se rompería. Esta metáfora es muy afortunada a mi parecer, pues gran parte de la estrategia del hombre por sobrevivir, está basada en lograr esta tensión perfecta.


Ahora, toca el turno examinar a los siguientes conceptos:


1.- Vacío o vacuidad (Sunyata así como su representación de su estado “nirvana”).


2.- La compasión, cualidad esencial del Bodhisattva (expresado en el mantra sánscrito “om mani padme hum” o en el término Karuna, que es algo similar a la piedad).


3.- La vida, el mar de sufrimiento que es el mundo y su cualidad de impermanente (Samsara y annika).


4.- La reencarnación (o Transmigración de las almas, y que no recuerdo su término sánscrito).


5.-Retribución cósmica de las acciones (Karma).


6.- El concepto del que ya hablamos del origen condicionado (Sankar).


7.-Sabiduría suprema (Paramartha).


Todos estos conceptos los veremos en la siguiente sesión a excepción del primero y que, a mi juicio resulta ser el más interesante.


1.- Del vacío


Decíamos que la nada es el no-lugar donde arribamos después de un repetitivo ciclo de reencarnaciones en los que nos vamos perfeccionando aún más (aunque per-factum signifique "acabado"), es decir, en que nos vamos abandonando a nosotros mismos hasta alcanzar nuestra destrucción como entes. Desde luego esto es una forma de hablar porque no se puede destruir lo que es nada, ni se puede abandonar aquello que no existe. ¿Somos nada, somos una ficción? Así lo enseña el budismo. Esto lo podemos entender de manera más o menos puntual si examinamos la última estrofa solemne y profunda que Nietzsche escribe en… creo que en la genealogía de la moral… o no sé cuál, ruego disculpen mi olvido. El caso es que sentencia el filósofo de Röcken: “El hombre antes que no desear, prefiere desear la nada”. Fulgurantes palabras con las que nos podríamos irnos a dormir a la cama y ahí… tener pesadillas. En otro lugar se ha dicho que la empresa que se propone el budismo es la más ambiciosa de todas las que se haya podido producir: Desear dejar de desear. Pero esto no me parece una ambición pretenciosa sino un imposible porque es soberanamente una contradicción, casi un disparate, de la misma forma en la cual lo plantea Nietzsche.


Espero que estén ansiosos por escuchar cómo el Madhiamika intenta resolver tal paradoja. Pues he aquí que no lo hace porque la respuesta está después de la palabra y del silencio. Tal y como la frase famosa de Wittgenstein enseñara, aquella de que “después de llegado hasta arriba se ha de tirar la escalera”, así la palabra queda vacía ante el silencio. Veamos qué quiere decir esto.


Esencialmente la imagen que el hombre dispuesto a la iluminación tiene en mente, es la de los millones de años que componen el devenir del universo. Más allá de cualquier forma de inventario y enumeración, nos encontramos con la imposibilidad de concebir la eternidad toda y la infinitud del espacio; o por lo menos su indefinición. Ante esta falta de aprehensión de la realidad el espíritu del hombre se queda atrapado en la pura práctica, en la funcionalidad, en el quehacer diario que solamente tiene por finalidad las necesidades y los placeres. ¿Qué queda después de percatarnos que nunca abarcaremos todo lo que nuestra mente puede imaginar? No queda más que ser prácticos, inmediatos. Adiós contemplación y profundidad en las cosas inamovibles. El muerto al foso y el vivo al gozo, como dice el adagio popular. A este propósito, casi como las sombras del Quijote y el Sancho, veo a estos personajes de la película de Ingmar Bergman, “El séptimo sello”, en la que se nos presentan un hombre práctico y dispuesto a lo inmediato, bribón, gran ironizador, dispuesto a dejarse llevar con toda la responsabilidad que eso implica, por el destino inconmovible que le tocó vivir. Por el contrario está ese otro caballero que busca las respuestas en el infinito acerca de la inutilidad de su vida, en la impertinencia de la sabiduría y en el gran descalabro metafísico que es esto de estar con las manos vacías.


Estos dos modelos de hombres sirven para criticar el entusiasmo desmedido en el ímpetu del hombre, y esa otra impertinencia que es estarse quejando a cada rato del mal que es nuestra vida. Esos quejidos y sollozos carecen de virilidad y valentía, y dispénsenme mis oyentes mujeres, pero acaso la virilidad se da en ellas de muy otra manera, llamadle entereza, fuerza, templanza. Del otro lado tenemos también la impertinencia de ser un bufón postulando al hombre como el más de las estrellas brillantes…quijotescamente, etc.


El hombre puede ver ambos modelos (el entusiasta y el pesimista), y es posible que no quiera optar por ninguno de los dos. Ambos requieren la voluntad de vivir. El problema, no es el vivir, se dice a sí mismo, sino el porqué de esa necesidad de vivir. Parece ser que la verdad del hombre contemplativo tiene mucho de cierto. Quizás haya alguien en el auditorio que me contradiga lo que a continuación voy a decir, pero, me parece evidente que el hombre sufre y que sufre mucho. Sí, tenemos momentos de exaltación, de júbilo, de éxtasis, si se quiere, pero eso tiene la triste presencia de lo pasajero. Esta fugacidad de lo que vivimos es el primer indicio de que algo está mal, de que algo no funciona, de que algo no está en su lugar.


Tenemos momentos en los que queremos negar esto a través de la voluntad, estamos dispuestos a volver a recorrer el camino que se necesita para llegar a un nuevo gozo. Trabajo y tenacidad, y luego, frustración y vacío. Esto me parece totalmente cierto.


Si bien el malestar del hombre proviene de este sentimiento, esto se agudiza más cuando presiente que en esa misma esclavitud encierra un signo. Ve que ese signo es una pura nada, que no lleva a ninguna parte, y que no hay nada que hacer… (Bueno esto en realidad significa que no ve signo alguno). Lo que hace entonces es dejar de hacer. Renuncia a pretender. Ya no quiere un objeto, este o lo otro, lo que quiere es descansar. Así dice el caballero de Ingmar Bergman cuando su esposa le pregunta si ha encontrado la verdad, la felicidad o la fuente eterna de comprensión de todo cuanto le rodea. El caballero de manera estremecedora le contesta: No lo sé, no sé si he encontrado algo, solamente sé una cosa: estoy cansado y quiero descansar.


Me parece claro que el hombre tarde o temprano llegará al mismo punto. Después de tanto descubrirá que la realidad es impermanente…Se desespera, se angustia, casi enloquece…Pero…ya no quiere nada más, no necesita nada más. De pronto descubre que eso siempre fue así, que siempre el tiempo estuvo ausente, por decirlo de algún modo, y que la calidad de las cosas no tenían nada de cambiable, es decir, de que podamos ejercer sobre ellas alguna forma de cambio. Es como si viera a través de un espejo y percibiera que todo cuanto hizo carecía de sentido puesto que él, siempre fue. Él ha sido así, ayer, hoy, mañana será el de siempre. No existe cambio alguno, y esto equivale a decir que nunca hicimos realmente nada, ni nunca podremos hacer nada. Surge un vacío que nos traspasa y se siente el vértigo como si acabásemos de descubrir que somos muertos, unos espectros que vagan en un reino de sombras. Este es el primer indicio de la autoconciencia, del despertar hacia el abandono de las fuerzas, y de persistir en no dejarse seducir por una verdad, entre comillas, que nos hiciera desesperar, como si fuese posible liberarnos de ese yugo que es la vida. Decir vida, para el budismo, para mí, es decir dolor. No hay absolutamente ninguna forma de gozo que justifique el porqué de todo cuanto nos acontece. Ante esto, vencidos, descubrimos que todo ya está en su lugar.


Hemos pasado a otro nivel, hemos aceptado que todo es como debe ser. Entonces, he aquí la consecuencia de lo anterior: Todo cuanto se pudo hacer fue una ficción, un engaño, un artilugio. Descubrimos que lo malo no estriba en no ser santo, amoroso, pacificador…qué se yo…sino en querer ser. Desear vivir, desear la santidad, el amor, a X o Y…Carece de sentido. Las fuerzas deben abandonarse a un no querer.


Esta es la conciencia que adquiere el Buda, o mejor dicho, el Shakyamuni (termino aplicado cuando nos referimos al Buda hasta antes de su nirvanización), para después unirse a la condición de eterno ser compasivo. Aquí es necesario hacer un alto: de manera común se pretende que la compasión es una cualidad propia del Bodhisattva, este personaje que renuncia al Nirvana con el afán de llevar a los espíritus del mundo la sabiduría del mensaje del Buda. Pero no es así, no es privativo del Bodhisattva, sino que es un… llamémosle, un atributo que debe experimentar todo ser que quiera acceder a la iluminación. ¿Qué es esto de ser compasivo?, ¿no es acaso un tener otra forma de ilusión, de practicar la ficción de empatizarse con las cosas efímeras? Pues no; resulta que no, porque la compasión de la que hablo o a la que se refiere el budismo no es un simpatizar o crear empatía, sino es un mirar a las cosas como desprovistas de sustancia, de permanencia, y… le llamaré “sentir” a esa percepción que adquiere al ver su nula excepcionalidad, el carácter de que no es más que una gota de agua dentro del mar.


Dentro de mis meditaciones me gusta pensar en que soy alguna mancha en la pared o una piedra pequeña en la polvorosa vereda. Un espino, una colilla de cigarro, un pequeño granulo de aceite en medio del asfalto. Y pienso: ¿quién se acuerda de esto?, ¿Quién puede mirarlo y saber que está ahí, que existe? Esta sensación me recuerda a la sensación agorafóbica de mirar el rostro de cada persona en una plaza y tener que aceptar, un poco a regañadientes, de que son como yo, que poseen una vida como yo, que yo no soy más que ellos y que el tiempo nos devorará de manera fatal. Pues bien, la compasión es precisamente eso: saber superar el espíritu de angustia y desesperación que implica no ser más que una nada en medio de la nada. Compasión es: sentir la nada de los demás tal y como yo siento la mía.


Pues bien, continuando con lo que les decía, la ficción de la vida consiste en una ceguera, en un no saber que se está ante algo que nos ennublece la vista. No se trata de “alcanzar un estado”, sino en percibir que ya se está en ese estado, pues solamente el absoluto ser de ese estado es el que está, el que es, excluyendo cualquier otra forma de existencia. ¿Y qué es lo que es, qué se tiene enfrente de uno de manera permanente? El vacío. Este vacío es el negativo de esta vida, es su negación absoluta. Los juicios, las aseveraciones, los “sí”, los “no”, no son más que parámetros de medición de este espejismo que es la vida. Afirmar o negar, tanto como ser entusiasta o pesimista, no es más que otra forma que adopta el engaño brutal de la vida. Como se puede observar, estamos ante una transparencia, una vacuidad en la que nos sumergimos para aparecer en otro lado, ahí donde se prueba una vez más, lo transitorio que es vivir, amar o ser amado. La chispa fundamental de vivir, de ser un hombre, encuentra su humillación más mortífera en reducirse a menos que a nada. El cristianismo no puede comprender esto, aún es muy rudimentario. Es una cosa muy parecida a lo que ocurrió con Descartes que no pudo eliminar el concepto de “res” dentro de su filosofía, pues aún dejaba un residuo de ser en la presencia de la res cogitans. El cristianismo dice: “os es necesario humillaros a los pies del Cristo y adorarle como al mismísimo Dios”. Pero el budismo va más allá y señala: “os es necesario desaparecer para que se elimine la última ilusión que es vuestro ser mismo” (o quizá la misma doctrina). Acceder al Nirvana es acceder a este infinito presente, es ser devorado por un absoluto más allá de las palabras, es decir, de todo lo que nosotros somos. (Suelo decir, cuando alguien me pregunta qué cosa es el hombre, que el hombre es una palabra que aprendió a hablar).


El Nirvana como estado es otra forma de decir algo que no tiene explicación. Nadie está “liberado” del mundo, nadie “accede al absoluto”, sino que todo retorna hacia donde estaba. No haber nacido es haber estado muerto, y morir, no es más que regresar allá, a esa protovida. El Nirvana no es un “allá” sino el mismo regresar. La transitoriedad, ese movimiento de la nada-vida, constituye una forma de ser, entre comillas, pues lo transitorio no es más que nada, es decir, no es.


Ver las cosas tal y como son, o mejor dicho, ver que las cosas no son… Bueno, esto está mal decirlo así, creo que es más pertinente aseverar que el ser no tiene cabida dentro de la consciencia de la fugacidad del mundo… estar en la vacuidad es estar en el umbral de abrir los ojos, pues después de ello no hay más una cosa, un más allá de este término, un no-algo que absorbe todo el Ser. En efecto, lo que estoy queriendo decir es que la Metafísica toda es un gran castillo de aire. Ya había dicho antes, no sé si se acordarán, que el budismo es una religión puesto que no puede aparecer como sustituto de algo si no posee la esencia de aquello que sustituye. ¿Por qué empezamos a sentir simpatía por el budismo? Pues porque responde nuestras preguntas, nos reconforta en la seguridad de que no hay nada más, de que casi todas las preguntas importantes se encuentran contestadas. Esto ocurre con las prácticas budistas, es decir, con el aspecto moral del budismo. Esto es evidente, al menos para mí. Todo hábito repetido por el hombre, cada institución, conducta o actitud que el hombre adopte, está sujeto a ser visto desde ángulos de vista. Me ha parecido que el aspecto religioso del budismo no lo es todo. ¿Qué quiero decir con esto? De que no todo es religión en el budismo. Hay un aspecto moral. Hay uno filosófico o científico…y… me parece que es todo, no hay más aspectos dignos de mención. Bueno, ustedes se estarán preguntando ¿a qué viene todo esto? A que el objeto de dilucidación del budismo, por decirlo de algún modo, es demostrar que no hay Ser o ser con “s” tanto mayúscula como con minúscula. El aspecto moral de las demás religiones, o el aspecto religioso, pueden postular una nada por otra; es decir, el budismo sustituye algo de las demás religiones por otro algo que propone. En ambos casos las cosas propuestas comparten una misma sustancia pues no podrían sustituir algo a otra cosa si no poseyeran el mismo tipo de existencia. Es como si fuera posible sustituir al agua con el aire. Estamos de acuerdo en que no nos serviría para nada. En cambio, si en lugar de agua me dais vino, seguramente igual curaré mi sed, aunque con muy distintos efectos…vaya que si no. Igual, si queréis una liturgia, por así decirlo, menos rimbombante y falsa, menos adornada…no sé…algo que exprese una solemnidad y a la vez una sencillez de las cosas pequeñas de este mundo, pues ahí tenéis las ceremonias de Puya budistas, o, en vez del rezo u oración cristiana, una práctica de meditación…en lugar de…etc. Pues me parece claro que hay sustituciones de cosas…Pero hay algo, dentro de la forma de concebir las cosas del budismo, que no sustituye a nada, sino que…diré esto con afán provocativo…sino que destruye algo, o mejor dicho, destruye a secas. Sin caer en el nihilismo (y después veremos porque no cae en el nihilismo), el budismo dilucida sobre la nada.


Mejor me expresaré si se observa que el concepto de Dios de este occidente, es el mismo concepto del Ser. Sí, el Ser, ese, el metafísico, el que es estudiado tanto por la filosofía como por la teología, eso constituye el fin y causa de todo quehacer de lo humano, según proponen estas formas de ver las cosas. Vaya, pues me parece que toda la tradición cristiana basa su supuesto principal, en el afán de dar las cosas por existentes y que, de igual forma, su origen y fin se encuentran emparentados con esa sustancia de lo existente, con el Ser. Cosa menuda les resulta entonces comprender esta forma de mirar las cosas que nos proponemos. En este aspecto, las formas de conocimiento occidentales no son más que un juego de niños. Si se percatan, tanto el ateísmo del budismo (por decirlo de algún modo ya que hemos aseverado que al budismo en realidad le es indiferente tal término), como al aspecto filosófico se refiere, se llega, tomamos un camino que consiste en la meditación, en ese poner en blanco la mente, en este ser absorbido por algo fuera de este mundo hasta llegar a su presencia, es decir, hasta superar cualquier forma de presencia.


Me parece, además de ruidoso, escalofriante tal cosa. Insisto en que esto me parece así, que así lo ha querido dar a conocer el Buda, pues este concepto, el Sunyata, la vacuidad, el vacío, la ausencia absoluta, el no-estar, el no-ser, guarda una total armonía con el resto de la doctrina budista. En efecto: El ateísmo budista da claras señales de esto, la falta de doctrina revelada (de ficción de permanencia, de inmutabilidad, de suprema verdad inquebrantable), también demuestra que no puede ni debe aferrarse el hombre a una verdad que es transitoria; su concepto del karma y de la transmigración de las almas, están de acuerdo con su noción de vacío en tanto el ser no es más que un mero paso. Como lo platicaremos en las sucesivas charlas del foro, la noción de karma, no hace referencia a acciones malas o buenas, o nociones como pecado y redención, sino a una acción o movimiento de la misma dinámica del vacío, que mueve las cosas, que transportan…no sé cómo llamarle… una energía de un lugar a otro: es claro que cuando el hombre le proporciona una acción a alguien o a algo, en éste se manifiesta de mejor forma la sensación de vacío. Quien está incapacitado para perdonar sufre la consecuencia inmediata: el resentimiento. Es decir, es como si de manera absoluta se cumplieran leyes físicas… Quien roba, adquiere la miseria, es decir, la sensación de ser incapaz de obtener las cosas por sí mismo. El hijo ingrato, el que echa por borda todo lo que sus padres le dieron, el día de mañana recibirá el pago de un hijo desamorado, pues quien es ingrato con sus padres lo es con todos, pues de nada sirve ser agradecido con la demás gente si quienes nos trajeron a la vida (es decir, a la posibilidad de alcanzar el Nirvana), no son el blanco de nuestras acciones. Pues bien, este ser ingrato de igual forma lo será con el hijo, (quien viene al mundo a perfeccionar nuestro sentido de compasión), y esto acarreará el olvido del hijo, la negación de éste de la filiación entre ambos. Esto es lógico, no tiene mayor prodigio. Esto es el Karma, no es otra cosa, no es un misterio semejante a los efectos mariposa, por decirlo de algún modo, o a cualquier otra superchería. Bueno, pues esto, obedece al movimiento constante de las energías del hombre y su relación con las otras.


De igual forma el concepto del vacío nos sirve para comprender mejor el Paramartha (que aunque lo veremos con mayor profundidad en próximas ocasiones), por lo pronto podemos adelantar que es un no-conocimiento, pues no puede haber mayor sabio que quien prescinda del conocimiento. El hombre sabio no tiene preguntas, todas se han suprimido, solamente ya es de acuerdo a la naturaleza (pues esto es muy complicado de explicar sin que parezcamos gurúes nueva eristas o demás mercachifles). El saber absoluto consiste en haber vaciado la mente de toda forma de conocimiento. Pues sí, el término de la suprema verdad es que no hay que saber nada. Esto me recuerda el concepto de misterio que Cioran (a quien me verán citar mucho ya que es el pensador occidental que más se acerca al budismo, incluso que el mismo Schopenhauer), señala cuando afirma que el único misterio que guardan los grandes iluminados, es que no hay nada qué saber. El único misterio es que no hay nada que ocultar. Puede parecer de risa o ridículo, pero el budismo echa por tierra todo este asunto de lo maravilloso. Recordemos que estamos ante una religión que ha suprimido cualquier forma de interés, cualquier forma de darse gusto a sí mismo.


Otro concepto que no abordaré pero que quiero mencionar, es el de resistencia pacífica (Ahimsa), que a su vez es la forma de lucha budista, y que encierra todas las cualidades que hemos venido hablando.


En fin, así podría continuar…pero me parece que lo dicho hasta ahora es ilustrativo. Pues bien, el vacío es lo que queda después de la práctica rigurosa de la meditación. Es la elevación del mundo hasta dejarlo atrás. Nótese que se ha dicho que el Nirvana es un estado de perpetua iluminación. Puede que sea así, pero me parece más atinado afirmar que es la suspensión en, sobre la nada. Ya había dicho que no se muere ni se vive, puesto que vivir y morir son falsos. ¿Qué es esto de morir, de vivir entonces? Pues es un tránsito. Nótese que no se puede vivir si no se ha “salido” de la nada. Y no se puede morir si no se ha “regresado” a ella. Este salir y regresar, es un puro movimiento incesante. Pero, como ya habíamos quedado, lo transitorio es el quid del asunto. Vivir y morir ya sabemos que son cosas aparentes, ficciones. Pero aún más: nacer y morir, en el sentido de “entrar” a la vida y “salir” de la vida, también son acciones ficticias aquí y en cualquier lugar. Luego, lo único que hay es este puro paso transitorio. De este modo, quien accede a la nada, no está haciendo más que morir en vida. ¿Pero cómo? ¿No acaso se supone que, o bien entra, o bien, sale? No en realidad, de lo que se trata es de cesar con el movimiento. Quien accede al Nirvana, luego, ha roto con el movimiento de nacer y de vivir.


La vida es una estación más a lo largo de esa percepción a la que llamamos “ser”. La otra parte es la pura vía del tren, por decirlo de algún modo, la muerte, la nada.


Aquí haré un alto para desmentirme. Antes había utilizado el término “vacío” como sinónimo de “nada”. Pero no es lo mismo. A partir de ahora hemos de entender por “nada” la no-vida, es decir, la habremos de entender como muerte. Muerte y vida, existencia y negación de existencia, son una forma de decir “sí” y de decir “no”. Pero quien alcanza la iluminación no niega ni afirma, no acepta ni rechaza, sino que supera ambas posiciones. Es la vía media, el Madhiamika. La oscuridad del túnel, ese largo pasillo de tinieblas que es la muerte, se ve pronto iluminado por la vida, para luego zarpar de nuevo hacía un pasillo negro. Así se da esto indefinidamente, hasta que un día el hombre, sale de la estación del metro. Este salir de la estación del metro es mucho más que salir del tren. Bueno, desde luego, esto quiere decir que no se accede al Nirvana, uno no se diluye en el Sunyata, sino es desde la estación del tren, cuando se está fuera de la muerte. Pero ahí no acaba el tránsito, todavía falta subir las escaleras y llegar al nivel del suelo en donde se sale por completo del subterráneo. Ya una vez cuando estamos fuera, tanto del tren como de la estación, podemos decir: he aquí que ya no estoy ni en la estación, ni en el tren. ¿En dónde está este hombre? Pues fuera del tránsito, fuera de la impermanencia, digámoslo. Es una metáfora que me parece totalmente acertada. ¿Qué es el Nirvana? La cesación del tránsito de la muerte a la vida y viceversa. ¿Qué es el Sunyata? La sustancia de la que está compuesta ese Nirvana, es decir, la antimateria y la antinada.


Bueno, a primera vista esto les parecerá bastante similar al planteamiento de Hegel, de ese filósofo del idealismo alemán que postula las triadas de la dialéctica, y nos lleva de la mano de las negaciones a la superación de los conflictos antagónicos. Esto me recuerda a un famoso psicoanalista que se asombra cada vez que explica sobre lo que él llama la “lógica paradójica”, haciendo una interpretación de las religiones de oriente. Pues el creador de eso del idealismo y de la dialéctica, Platón, parece ser que recibió mucho del influjo del pensamiento oriental, muy cercano a como lo hicieron los pensadores presocráticos, en especial Pitágoras, Heráclito y Parménides. Ahí, en estas nociones quedan claras las grandes problemáticas filosóficas y que después quedaran “resueltas” (muy discutiblemente, por cierto) por el postulado aristotélico de la forma y la materia, la potencia y el acto, etc. Pero estas nociones, incluyendo las de Hegel, no son más que verdades que los pensadores budistas ya tenían, y que no dejaban de ser convincentes, a mi parecer.


Bueno, después de este pequeño lapsus, creo que más o menos he dejada claro lo que significa lo vacuo: no es la muerte, no es un estado de perfección santa, no es una forma de supra-vida, es algo que escapa por completo del lenguaje humano (que rompe el camino del lenguaje, dirían los pensadores antiguos), y que tiene por cualidad (por decirlo de alguna forma), lo incondicionado (aquello al que no le precede nada, que no causa nada, que es incausado): es decir, la sustancia a sí misma creadora, que se sustenta a sí misma y que, por lo mismo, es irracional. El Nirvana, quizá sea el tema más platicado entre los budistas, pero, quien ha accedido a él no tiene ya nada qué platicar o aseverar respecto de esa experiencia. Señala un pensador occidental muy cercano al budismo sobre un individuo cualquiera invadido de absoluto lo siguiente: “su esterilidad era infinita, participaba del éxtasis”. El Nirvana y la noción de la cualidad de la que está compuesta, son ampliamente desarrollados por la escuela Madhiamika. Ésta interpreta que el vacío es la esencia de la realidad toda, y que, por ello, tanto el Nirvana como el no-Nirvana, están compuestos de un infinito que no produce, que no es producido y que sobrevive todo tiempo y espacio.


El Nirvana, llegar a él, es desaparecer, diluirse, soltar el último vestigio de una atadura: el yo. Desaparecer como, una misma metáfora budista asevera, la lumbre de una veladora, estremecerse en el punto exacto entre luz y tinieblas absolutas. Puede ser dicho lo que significa el vacío y el Nirvana como aquello que está en medio de lo positivo y de lo negativo.Hay, por otra parte, y con esto ya vamos a terminar (gracias al no-dios), el nirvana como el residuo del vacío expresado en la serenidad y piedad propia de un iluminado. En efecto, el Nirvana deja su impronta en el comportamiento del monje, de aquel quien alcanzó la liberación total. Esto es supremamente relevante decirlo puesto que, al contrario de otras religiones, el budismo tiene a la mano el hecho de la perfección y la experiencia suprema del Nirvana. Es claro, no hay mayor prueba de funcionalidad religiosa. Bueno, finalmente he concluido sin dejar de anotar que he dejado muchas cosas en el tintero acerca de la vacuidad y el Nirvana, para ser tratados con posteridad en los muchos temas que aún nos faltan por desarrollar. Pero eso será mañana. Hoy por lo pronto he terminado.
Buenas noches y hasta pronto.

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